En los últimos diez años la cocina de Asia Oriental y del Sudeste Asiático han sido protagonistas de un crecimiento vertiginoso en los países occidentales. Las causas de este fenómeno son muchas. Los consumidores, desde diferentes miradas, fueron cautivados por el impacto y la proliferación mediática de sus platos típicos, estilo culinario, materias primas y cocineros.
China se abrió definitivamente al mundo. Japón consolidó su vocación de imán turístico. Shanghái, Hong Kong, Singapur y Bangkok ofrecen comidas callejeras y mercados alegremente alborotados que “sacian” las expectativas de los turistas. Los asiáticos emigrados en las grandes ciudades del mundo supieron promover con éxito sus platos de la memoria. En las urbes del planeta aumentó la presencia y disponibilidad de productos típicos gracias a la globalización de los mercados y de la gastronomía.
Una expansión que fogueó los apetitos insaciables de los sibaritas estimulados por la perspectiva de disfrutar de platos exóticos, aromáticos, sabrosos, flexibles (para omnívoros, vegetarianos y veganos) y de precios amistosos, reunidos en recetarios llenos de colores y texturas. Es un fenómeno que atraviesa todos los segmentos etarios, géneros y convicciones éticas. Buenos Aires es parte de este juego emocionante.
Thomas Nguyen nació en Vietnam. Vivió muchos años en Tailandia y Estados Unidos. Un recorrido que le ofreció la posibilidad de conocer muchas facetas de la cocina china. Para José Delgado, venezolano radicado en Buenos Aires hace trece años, la comida china (la cantonesa en particular) fue un hilo conductor permanente a lo largo de su existencia.
Dos historias, con un denominador en común, que se cruzaron en Buenos Aires y que engendraron un restaurante inspirado en las imágenes y sabores recurrentes en sus vidas.
El deseo, el objetivo, fue el de transmitir una síntesis sabrosa y auténtica de los platos asiáticos de su memoria emocional. Armaron un ámbito cómodo e informal con guiños decorativos insinuantes. La cocina (a la vista), los fuegos, y los cocineros que sacuden los woks reproducen el sonido, la velocidad y la magia de la comida callejera asiática.
La carta está nutrida por muchas opciones tentadoras. El jing sui dan es un etéreo y delicado flan salado de huevos al vapor enriquecido por un caldo ahumado de shiitake y la frescura sápida de las huevas ikura.
Los wanton (“ravioles” chinos) chili oil son acariciados por un aceite denso, profundo, aromático y picante, vinagre negro y caldo. Ofrecen masa tierna, elástica y de textura firme que contiene un buen relleno de cerdo.
Los cuadrados del pastel de nabo son crocantes y caramelizados. Enriquecidos por trocitos de salchicha china. La soja y el vinagre negro completan los matices del plato.
En el crispy pork la panceta crocante está servida en rebanadas. El cuerito es una galletita que cruje. Carne y grasa son suculentos y tiernos. Sale con bok choy y tres guarniciones a elección. Buena coctelería.