Belle está destruida. Organizó con tiempo y esmero el baby shower de su primer hijo (hasta cocinó unos cupcakes preciosos de crema celeste) y no le fue nadie. Sola frente a la computadora, destila tristeza ante las excusas de las invitadas. Hasta que saca a relucir una mentira: lo peor no ha sido el faltazo de sus amigas; lo peor es que le han diagnosticado un cáncer cerebral y le quedan cuatro meses de vida.

Lo que la pantalla le devuelve ahora no son pretextos sino frases amorosas y compasivas, el consuelo como una forma de amor. A partir de la comprobación de que la gente en el espacio virtual creerá cualquier cosa que diga si lo hace con la suficiente convicción, la joven armará una estafa colosal en redes vendiendo dietas milagrosas contra el cáncer. Este es el argumento de “Vinagre de manzana”, la serie de Netflix interpretada por la talentosa Kaitlyn Dever y basada en el caso de la australiana Belle Gibson.

En el tercer capítulo, aparece el recorte de una vieja entrevista televisiva a Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook: “La red no va a curar enfermedades o acabar con la pobreza. Les permite a las personas compartir información y saber qué pasa. Cuando la gente está más informada, toma mejores decisiones”.

Hoy sabemos que no es así, que el circuito no siempre es virtuoso y que muchas veces sirve para agredir o engañar a otros. Y que lo que se presenta como “información” puede ser sólo una estrategia de marketing o una estafa lisa y llana. Las redes sociales tienen la moral de sus usuarios.

Belle Gibson hizo en pocos años una carrera espectacular partiendo de una mentira: fue tapa de revistas, premiada por Apple y sus recetas, publicadas por una importante editorial. Lo que su caso deja en claro es que las redes son un trampolín fabuloso. Veamos, si no, cuántos famosos argentinos les deben su posición en los medios, el espectáculo o, incluso, la política al activismo en X o Instagram (actividad que muchas veces se reduce a ser “picante” en los posteos).

En la serie, Belle Gibson es presentada como una joven insegura, desesperada por afecto, manipuladora y muy ambiciosa. Cada like que recibe, cada comentario, es para ella como una caricia. Y no dudará en subir la apuesta de sus mentiras para incrementar ese feedback.

El psiquiatra Norberto Abdala, en una de sus columnas semanales de Viva, citaba un estudio de los investigadores Meredith David y James Roberts, de la Universidad de Baylor, Estados Unidos, quienes determinaron que el 28% de los usuarios de Instagram y el 24% de los usuarios de TikTok se comportaban como adictos por el incremento en la producción de dopamina cerebral que les generaba actuar en las plataformas digitales.

A esta altura del partido, en las redes no hay carmelitas descalzas que fijen tuits sin estar interiorizadas. Sobre todo, si se trata de usuarios poderosos que siempre se han jactado de su andar en ese barro.



Fuente Clarin.com

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