Así como en El Eternauta la verdadera fuerza no estaba en el héroe individual, sino en la comunidad organizada que enfrentaba lo imposible, hoy la inclusión digital nos plantea un desafío similar. No alcanza con que algunos estén conectados, informados o protegidos. La red —como la esperanza— solo funciona si es para todos.

Y es ahí donde nace nuestra responsabilidad: construir una tecnología con rostro humano, donde la justicia social no sea una utopía de ciencia ficción, sino una realidad compartida.

En los últimos años, la tecnología dejó de ser un lujo para convertirse en algo habitual en la vida de niñas, niños y adolescentes. Según el informe Kids Online Argentina de UNICEF y UNESCO, casi nueve de cada diez menores (88 %) se conectan al celular “todos o casi todos los días”, y dos de cada tres lo hacen a través de un Smart TV.

Además, la edad promedio de su primer teléfono con acceso a Internet es apenas de 9,6 años. Estos datos nos muestran que el desafío ya no es sólo lograr la conectividad, sino aprovecharla para potenciar aprendizajes y proteger derechos.

En este marco, el informe señala que más de tres cuartas partes de las familias (76%) ya practican una mediación activa —aconsejan sobre seguridad online y ofrecen pautas de autocuidado—, y en las aulas más del 60% de los docentes enseña a validar fuentes y a utilizar herramientas digitales para resolver tareas.

Sin embargo, el acceso masivo a internet (y a los servicios vehiculizados a través de éste) es el resultado de decisiones que no recaen solo en un solo actor. El Estado debe garantizar infraestructura, señal y marcos regulatorios claros; las escuelas tienen la tarea de integrar dispositivos y contenidos con criterios pedagógicos; y las familias juegan un papel esencial al acompañar, poner límites y educar para un uso seguro. A esto se suman las empresas EdTech, que desarrollamos plataformas, productos y servicios orientados a personas de todas las edades, y las organizaciones de la sociedad, que articulan redes de apoyo y comparten buenas prácticas.

Estoy convencida de que crear entornos digitales de uso responsable de las tecnologías, con sentido pedagógico y saludables para las personas requiere del trabajo de todos los sectores. Si realmente creemos en el leitmotiv que renace en estos tiempos, y que dice que “nadie se salva solo”, partir de una visión en la que “gana uno, pierde otro” no es el camino más coherente. Cada medida, cada solución digital y cada política funcionan mejor cuando se diseñan y regulan en diálogo.

Dicho esto, no se trata de ver la educación como un juego de suma cero, sino de entender que cada actor aporta un granito de arena imprescindible: las escuelas promueven el desarrollo de habilidades indispensables para potenciar los aprendizajes, las familias transmiten valores de cuidado, el Estado fija los criterios comunes sobre los cuales podemos desarrollar un modelo de país y de sociedad y las EdTech innovamos para que la tecnología esté al servicio de la equidad y la calidad.

No podemos dejar de lado que, a la hora de utilizar cualquier dispositivo, ya sea en la escuela, en la casa o en la vida cotidiana, estamos teniendo en nuestras manos el resultado de una articulación enorme entre diferentes actores. Ser conscientes de ello es lo que nos permitirá comprender cómo potenciar el uso de la tecnología para el bien común.

La educación no se transformará dejando de lado a un sector para privilegiar a otro, sino trabajando en red. Mi convicción es que debemos pasar de la competencia al trabajo colaborativo: sumar la mirada del Estado, la creatividad de las escuelas, el apoyo de las familias, la innovación de las empresas y el acompañamiento de las ONG.

Sólo así Internet podrá ser realmente un puente hacia un futuro más justo, donde niños y jóvenes no sólo consuman contenido, sino que construyan su propio camino de aprendizaje y ciudadanía responsable.

Natalia Jasin es Directora General de Bounty EdTech.



Fuente Clarin.com

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