Vecinos desde los balcones de sus edificios, militantes embanderados copando las calles, cientos de uruguayos en las veredas y un silencio poco habitual para un día de semana en la efervescente Montevideo. Estas son algunas de las escenas que dejó el último adiós a José Alberto “Pepe” Mujica, el expresidente de Uruguay y uno de los máximos líderes de la izquierda en Latinoamérica, tras fallecer este martes 13 a los 89 años a causa de un cáncer de esófago.
Una multitud de personas se reunió al día siguiente, frente a la Plaza Independencia, para formar parte del cortejo fúnebre que acompañaría los restos de Mujica hasta su velatorio en el Palacio Ejecutivo. Cerca de las 9.40 de la mañana, la delegación de gobierno –encabezada por el presidente de la República Yamandú Orsi– recibió el féretro que fue trasladado en una cureña tirada por caballos del Ejército.
Por más de tres horas el cortejo recorrió puntos emblemáticos de la capital montevideana como la Universidad de la República, el Banco República y la sede del Movimiento de Participación Popular (MPP), fuerza política que el exmandatario creó y lideró hasta su fallecimiento. Durante el periplo, los aplausos y los cánticos de la gente acompañaron el corredor humano que, a paso lento y firme, no cedió ante un calor agobiante más veraniego que otoñal.
Como suele pasar en Uruguay, los gobernantes se entreveraron entre el público. Con escasa seguridad y poco protocolo (muy a lo “Pepe”), el presidente Orsi caminó varios kilómetros entre la multitud junto a su esposa Laura Alonsopérez y el grupo de ministros en los que confió para liderar un tramo que recién comienza. Un vecino que se acercó sollozando tímidamente logró emocionarlo, aunque sin lágrimas evidentes. A los pocos minutos, se retiró del cortejo.
Quien siguió al firme el recorrido, de principio a fin, fue Lucía Topolansky, viuda de Mujica, en un camino que empíricamente representaba el fin de 40 años compartidos. Desde el vehículo que la trasladaba recibía el pésame del público con una mirada de tristeza mezclada con fortaleza y –quizás– con un poco de cansancio.
A su compañero lo conoció a comienzos de los años 70, después de la segunda fuga del penal de Punta Carretas. Por ese momento el Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros mantenía encuentros nocturnos en locales clandestinos de la periferia montevideana. En uno de ellos coincidieron y, desde entonces hasta ahora, protagonizaron una de las duplas políticas más potentes de la región.
Alrededor de las 13.15, las banderas a media asta del Palacio Legislativo dieron bienvenida a los restos de José Mujica, iniciando un funeral a puertas abiertas que se extenderá hasta la media tarde de este jueves 15, cuando se aguarda la llegada de mandatarios y autoridades del exterior, entre ellos, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente chileno Gabriel Boric Font, y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof.
El emblemático Salón de los Pasos Perdidos, ubicado en el primer piso del edificio de gobierno, fue el punto de encuentro entre los miles de fieles que se convocaron para dar el último adiós a su líder tupamaro. Alrededor del féretro se ubicaban algunos viejos amigos y colegas de siempre, pero también representantes opositores como los expresidentes Julio María Sanguinetti, Luis Lacalle Herrera y Luis Lacalle Pou.
“Me quedo con lo positivo, más allá de las discrepancias”, dijo Lacalle Pou a la prensa nacional e internacional minutos antes de retirarse de una corta visita. Por su parte, Orsi recordó los mayores momentos de felicidad junto a su gurú político y reflexionó sobre el fenómeno Mujica: “En este país donde se cultiva que nadie es más que nadie, él lo encarnó de una forma maravillosa, muy difícil de reproducir y ni que hablar de imitar. Fue llano, austero y simple, por eso la gente lo veía como un igual”.
Sobre el féretro descansaban dos banderas: el Pabellón Nacional y la Bandera de Artigas, el prócer de la patria. A pedido especial de Mujica antes de morir, no se colocaron insignias alusivas a partidos políticos. Finalizado el velatorio, el cuerpo será trasladado al cementerio, donde se llevará a cabo la cremación en una ceremonia privada e íntima, para luego cumplir con otro último deseo del singularísimo “Pepe” Mujica: enterrar sus cenizas en el fondo de su chacra junto a las de Manuela, su perra de tres patas. Un hombre políticamente incorrecto hasta el final.