El punto de partida de Ciencia ficción capitalista (Anagrama) del filósofo argentino Michel Nieva es la apropiación por parte de los principales referentes mundiales del capitalismo tecnológico del lenguaje de la ciencia ficción. La “narrativa” que muchos de estos plutócratas despliegan sirviéndose del discurso y la retórica de novelas y películas de ciencia ficción permite esculpir el relato de una “humanidad sin mundo” donde la fuga hacia el espacio exterior y las vidas de más de cien años son posibilidades concretas mediante el desarrollo técnico. En este sentido, Nieva recupera la noción de “ideología californiana” que acuñaron Richard Barbrook y Andy Cameron que permitía la convergencia del pasado bohemio y contracultural de San Francisco con el pragmatismo high-tech de los yuppies de Silicon Valley y de la cual Steve Jobs quizá haya sido su figura más representativa.

Esta nueva contracultura que hacía convivir ecología, meditación zen, emprendedurismo y fascinación por la tecnología tuvo en el hacker a su personaje protagónico, tal como lo vemos en novelas fundacionales del subgénero cyberpunk, como Neuromante (1984) de William Gibson, El chico artificial (1980) de Bruce Sterling o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1982) de Philip K. Dick popularmente conocida como Blade Runner en su adaptación al cine dirigida por Ridley Scott.

La narrativa de la ficción de la ideología californiana en las décadas de los ochentas y noventas en la cual el hacker corporizaba el emblema del héroe libertario e individualista que luchaba contra las corporaciones monopólicas y el Estado (asociados de manera espuria), irónicamente, será cooptada por muchos de los empresarios contemporáneos oligopólicos que en el plano literario serían precisamente los enemigos combatidos por los hackers en soledad, tal como vemos en el caso de Matrix de las hermanas Wachowski cuya diégesis también fue pervertida por la extrema derecha que tomó este imaginario a su favor cuando era absolutamente contrario. Además, como bien dice Nieva: “este odio de Silicon Valley a la presencia estatal no coincide con su práctica efectiva, ya que gran parte de sus empresas prosperaron gracias a subsidios del Estado norteamericano”.

Más allá de estas inconsistencias groseras entre discurso y hechos, lo cierto es que la llamada “ciencia ficción capitalista” es el reflejo de un ethos que combina la confianza ciega en la tecnología como columna vertebral de una utopía anarcocapitalista con un escenario catastrófico creciente que torna gradualmente inhabitable a la Tierra a fin de desplegar una pulsión colonizadora de otros planetas. El propio Nieva destaca que esta ciencia ficción capitalista funciona como un estadio superior del colonialismo, en la medida en que sus representantes pretenden expandir esta dinámica hacia otros planetas como será el caso de Elon Musk con Marte.

Un rasgo destacable de los CEO que encarnan esta narrativa es que todos ellos sin excepción (el mencionado Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Bill Gates, Larry Page, entre otros) son hombres blancos heterosexuales, síntoma de una fantasía patriarcal y narcisista presente en esta construcción económica y financiera pero también mítica y heteronormativa en su búsqueda restauradora de las instituciones tradicionales y del “macho” proveedor que es notoria, por extensión, en la “familia política” de esta estética en los líderes de las nuevas derechas radicales globales, de Trump a Milei. La constitución hiperbólica y memética de subjetividades musculadas y viriles por medio de la inteligencia artificial es solo un ejemplo más. Nieva capta en este breve ensayo que lo que llama “ciencia ficción capitalista” es una verdadera operación integral que va de los relatos a los cuerpos y comportamientos.

En el epílogo del texto el filósofo afirma que la ciencia ficción “es menos literatura que arte contemporáneo, o al menos la pulsión proteica que, con las vanguardias, dio origen al arte contemporáneo”. El ensayista argentino hace inteligible su artefacto teórico como la “poetización de las discursividades científico-técnicas”. Por tanto, si la ciencia ficción no es “literatura” no es porque sus escritores empleen el lenguaje como un mero medio instrumental y gris para comunicar proyecciones ficcionadas de la tecnología en la sociedad, sino porque su emergencia de alguna manera torna borrosa la frontera entre vida, tecnología y arte, incorporando estos imaginarios en dispositivos tecno-empresariales, empíricos y rentables. Quizá por ello podemos llamar a personajes como Elon Musk “creadores” en una sintonía similar a un escritor o un director de cine de ciencia ficción. En definitiva, la relación entre deseo y capital es algo evidente que ya fue advertido por Gilles Deleuze y Félix Guattari en El Anti-Edipo.

Ciencia ficción capitalista de Michel Nieva nos ofrece la posibilidad de pensar el tecnofeudalismo actual desde una mirada no tan desarrollada y por ello necesaria: la estética.



Fuente Clarin.com

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