El lugar en el que creció Tomi Campione no es solo su casa: es el territorio desde el que empezó a imaginar el mundo, y también desde donde hoy se proyecta como músico, productor y generador de espacios creativos.

Su nombre aparece detrás de Hija de ruta, el segundo disco de Lucy Patané, nominado recientemente a los Premios Gardel como mejor disco de rock. Pero su historia se viene escribiendo hace tiempo, con una lógica sensible y colaborativa que tiene más que ver con lo humano que con lo industrial.

En su infancia, la música ya era una presencia cotidiana. Su padre y sus tíos tenían un trío llamado Aucán, y ese entorno marcó sus primeros vínculos con los sonidos. “Fue tremendo tener la posibilidad y la noción de hacer música. Sentir que apretando unos botones sonaba una melodía”, recuerda sobre una escena con su tío y una guitarra, cuando apenas empezaba a entender de qué se trataba ese universo. El piano de la casa, los discos al alcance de la mano, su papá tocando algunas canciones, la música no era una actividad lejana, sino algo que estaba ahí, al nivel del juego.

Pero no todo pasó puertas adentro. El barrio también funcionó como semillero. Empezó a tocar con amigos del colegio, a ir a recitales con su hermana y a involucrarse en juntadas musicales que le abrieron un modo de estar. “Lo tengo hasta hoy como bandera: las juntadas, invitar a distintas personas. Para mí era Disney”. Castelar, dice, tiene una comunidad muy marcada, atravesada por trayectorias compartidas: pocos colegios, muchas historias que se cruzan. “Toda la música que en principio se me apareció en la vida estuvo relacionada con el lugar en el que vivo. Te agarrás de tu vecino que sabe tocar algún instrumento o de algún compañero de colegio y para adelante”, cuenta.

Ese modo de tejer lazos se mantuvo a lo largo del tiempo, y también define su presente. Desde hace algunos años, forma parte del proyecto de Lucy Patané, con quien empezó colaborando en su primer disco y con quien luego estableció un vínculo musical y afectivo sostenido. En Hija de ruta, Campione fue una de las piezas clave: trabajó como guitarrista, productor y técnico de grabación. El álbum, realizado de manera independiente y a lo largo de varios meses, fue nominado a los Premios Gardel como mejor álbum de rock, compartiendo terna con Charly García y David Lebón. “La música me sienta como un espacio muy humano. No busco algo económico, sino algo que me vincule más con mi ser. Ese disco tiene un montón de momentos inspiradores para mí y para Lucy”, dice.

El proceso fue intenso y lleno de matices: ideas que iban y venían, canciones que se escuchaban una y otra vez, momentos de introspección, emoción y conversación. Campione valora ese modo de producir, con espacio para el tiempo, la escucha y el deseo. “Tuvo mucho que esculpir y eso es hermoso. Necesitás fe para hacer un disco, cuando se le reconoce es emocionante”, reflexiona. No hay una fórmula cerrada: cada proyecto nuevo lo enfrenta con una disposición distinta, pero hay algo que no cambia. Antes que nada, busca entender a la persona con la que va a trabajar, conectar, saber si realmente tiene algo que aportar. “Es como subirse a un barco con alguien con quien no tenés ganas de viajar. Primero trato de entender si con esa persona tengo ganas de hacer algo, y si le va a ser útil”.

Esa dimensión vincular es la brújula que guía sus decisiones. No se piensa como un músico frío, sino como alguien que necesita encontrar sentido en cada proyecto. “No soy una persona fría, y entonces en todos los trabajos mi aporte tuvo algo de cercanía. En mi brújula siempre está la búsqueda de sentido humano”. Por eso también valora tanto los espacios de intercambio horizontal, donde todos tienen algo para enseñar y aprender. La producción, para él, es una forma de acompañar y también de transformarse.

Además del trabajo con Patané, Tomi tiene varios frentes abiertos. Está retomando grabaciones con su banda M.O.N.O, una pausa que, dice, empieza a terminarse, y al mismo tiempo está produciendo sus propias canciones por primera vez. Con la ayuda de Lucy y de otros músicos con los que trabajó en distintos momentos, se anima a construir algo más personal, donde pueda volcar sus ideas desde otro lugar.

Mientras tanto, Castelar sigue siendo su centro de operaciones. En el barrio, cuenta, se fue armando una pequeña comunidad musical que se fortalece en encuentros, cruces y colaboraciones. Una jam en un bar, un ensayo compartido, un grupo de bandas que se acompañan. “Se fue dando una coincidencia linda de bastantes bandas que tienen una cofradía buena entre ellas, que se cruzan y acompañan”, dice, y en esa escena Tomi encuentra un reflejo de lo que siempre lo motivó: hacer música como forma de encuentro, de identidad y de construcción colectiva.



Fuente Clarin.com

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