La noción de Estado Vasallo ha resurgido en la política mundial en los últimos tiempos. La idea de un Estado que se subordina a otro a la manera del vínculo entre un señor y un vasallo cobra vigencia en medio de la coyuntura crítica que atravesamos. Una relación de vasallaje indica una condición de dependencia y fidelidad a un poder superior que garantiza a cambio apoyo político y militar. Históricamente este tipo de vínculo se remite a los imperios chino, otomano y romano.
El Estado Vasallo era incompatible con la idea de soberanía pues reflejaba su contrario, la “suzeranía”, que, tal como la define el Diccionario de la Real Academia Española, es la “condición preeminente de una comunidad política sobre otra”. En un acuerdo de suzeranía, el poder mayor (el señor) le impone al actor inferior (el vasallo) los términos del compromiso. Llevado al plano estatal, la entidad poderosa era “el suzerano”, en tanto que la contra-parte dominada disponía de una limitada autonomía.
En épocas contemporáneas, al renacido Estado Vasallo se lo equiparó con otros: el Estado Tributario, el Estado Satélite, el Estado Títere. En todos existe una vinculación del tipo patrón-cliente y arreglos proxy (autoridad de unos sobre otros para que éstos actúen por encargo) típicos de los imperios informales.
En el contexto de la Guerra Fría, buena parte de la literatura anglosajona en estudios internacionales respecto a Europa Oriental y su subordinación a la URSS, definió a los países que conformaban ese bloque como Estados Vasallos o Satélites.
Bajo la promesa de un nuevo orden internacional en la Posguerra Fría liderado por Estados Unidos, con el acompañamiento de una Europa ampliada, la noción del Estado Vasallo se eclipsó. Sin embargo, pronto quedó en evidencia que las jerarquías y los sometimientos seguían caracterizando la política mundial. En Sovereignty: Organized Hypocrisy (1999), Stephen Krasner mostró que la soberanía era un modo de hipocresía organizada, pues los poderosos, especialmente en Occidente, preservaron su hábito de manipular el derecho internacional y salvaguardar sus intereses.
Un caso elocuente en esa dirección lo constituyó la resolución británico-estadounidense del 19 de mayo de 2003 que apuntaba a constituir un protectorado sine die en Irak, a cargo de Washington. Entonces, el vasallaje era una relación entre una potencia y un subalterno. Dos décadas más tarde, reaparece el Estado Vasallo, pero con referencias diferentes y ante cuestiones distintas.
Primero, está el impacto de la invasión de Rusia a Ucrania en 2022. Expertos aseveraron que el propósito de Moscú era convertir a Ucrania en un Estado Vasallo.
El ex director de la CIA, William Burns, afirmó que la guerra ucraniana estaba transformando a Rusia en un Estado Vasallo de China. Y un estudio (The Art of Vassalisation: How Russia’s War on Ukraine has Transformed Transatlantic Relations) de 2023 del European Council on Foreign Relations aseguró que Europa se estaba volviendo un Estado Vasallo de Estados Unidos. Al parecer el “nuevo” vasallaje era entre potencias y no solo entre grandes poderes y actores menores.
Segundo, está la intensificación de la rivalidad entre Estados Unidos y China, aún antes del retorno de Trump a la Casa Blanca. En ese caso lo habitual es advertir que los gobiernos tratan de eludir ser Estados Vasallos.
Por una parte, las expresiones de la mayoría de los líderes de Asia se dirigen a evitar convertirse en vasallos de Washington o Beijing: rechazan ser peones de la disputa sinoestadounidense pues saben los costos en prosperidad y seguridad que implicaría. Por otra parte, las manifestaciones del presidente de Francia, Emmanuel Macron, en abril de 2023, sobre Taiwán luego de una visita a China cuando indicó que ser aliado de Washington no significaba ser su “vasallo” en el asunto de la isla.
Y tercero, está la llegada al poder de Trump en 2025. El término vasallo, implícita o explícitamente, ha impregnado su política militar y comercial. En clave expansionista, las ideas de recuperar el Canal de Panamá, de adquirir Groenlandia y de sumar a Canadá como el Estado 51 traslucen una nítida aspiración de cimentar relaciones de vasallaje. Lo dicho por el vicepresidente JD Vance acerca de que “no es bueno que Europa sea permanentemente un vasallo de Estados Unidos en materia de seguridad” fue bastante reveladora.
La coerción sobre Ucrania para que Washington se quede con su riqueza de “tierras raras” es el epítome de un vasallaje. Respecto a las deportaciones, El Salvador va en vías de ser el carcelero latinoamericano bajo la lógica de un intercambio —respaldo como pago de obediencia— propio de un desigual vínculo tributario.
En lo comercial, el secretario de Tesoro, Scott Bessent; el secretario de Comercio, Howard Lutnick; el Representante Comercial, Jamieson Greer; el presidente del Consejo de Asesores Económicos, Stephen Miran; y el consejero presidencial, Peter Navarro, coinciden en la imposición de aranceles, dividiendo, de facto, a las naciones en vasallos, aliados y oponentes. Los primeros conceden a la espera de una recompensa; los segundos negocian bajo diferentes grados de presión y objeción; y los terceros tienen capacidad de réplica y retaliación.
El Estado Vasallo ha reaparecido y con ello se trunca la autonomía relativa en política exterior ya sea por el consentimiento del súbdito o por la imposición del amo.
Juan Gabriel Tokatlian es Profesor de Relaciones Internacionales, UTDT.