La primera gran decisión en la vida de Miguel Cané fue estudiar Agronomía. El campo le tiraba desde chico, entonces se anotó en la Facultad de Agronomía de la UBA. Antes de graduarse empezó a trabajar en la administración de campos de José Ramón Santamarina, su mentor, quien más tarde sería incluso su socio. Ese trabajo lo llevó a viajar por distintas zonas del país y fue así que decantó una segunda gran decisión vital: “Yo quería vivir en una zona rural, quería establecerme y aprender”, recuerda en diálogo con Clarín Rural.
El sitio elegido fue General Madariaga, en el este de la provincia de Buenos Aires, desde donde Cané desarrolló toda su carrera profesional y donde sigue viviendo hasta el día de hoy junto a su mujer María Díaz Alberdi, con quien tiene tres hijos y con quien fundó la empresa Hórreos del Sudeste.
Eran fines de los años 80 y Cané brindaba asesoramiento y servicios de administración para productores ganaderos, pero él se sentía atraído por la agricultura. No tenía campo propio, entonces, empujado por el propio Santamarina empezó a alquilar algunas hectáreas para sembrar algo de trigo y maíz de forma convencional.

“Lo hacía casi como hobbie, en los momentos libres. La siembra directa aun no había llegado a la zona”, cuenta, y detalla que por la poca cantidad de hectáreas que se sembraban en esa región principalmente ganadera, todavía no había oferta de contratistas. “Dependíamos de algún favor de un chacarero que estuviera más o menos cerca, pero era complejo, era difícil hacer bien la agricultura”.
En esas dificultades Cané vio una oportunidad, y en su capacidad para relacionarse con la gente encontró una gran fortaleza. Se asoció con un joven al que le gustaban los fierros y empezaron a ofrecer servicios de siembra. Consiguieron campos, fueron afinando el manejo, sumaron las tecnologías que se iban imponiendo y crecieron. Pero llegó 2001 como un sismo, la sociedad se disolvió y Cané debió repensar su negocio.
La agricultura había crecido un poco en la zona y habían aparecido algunos contratistas. Entonces él supo que tenía que enfocarse en lo que mejor sabía hacer, sumó al Ing. Agr. José Luzuriaga, quien al día de hoy es su mano derecha en la agricultura, y arrancó una nueva etapa de expansión para la empresa sembrando campos alquilados. “Me gustaba más el modelo sin maquinaria, dedicándome a hacer la agricultura lo mejor posible”, dice, y agrega: “A la ganadería la veía como una actividad de menor rentabilidad y más compleja, impensable para hacer en campos alquilados, con una inmovilización de capital muy importante”.
La cosa empezó a funcionar. Se compraron una planta de acopio para acondicionar sus granos y sumaron más y más hectáreas. “Tal vez demasiadas- reconoce hoy-. Pensé que esto era fácil y replicable en cualquier lado. Yo tenía un equipo de logística y comercial que funcionaba bien y empecé a relacionarme con gente de otras zonas como Chascomús o Mar del Plata para hacer cosas en sociedad. Llegamos a sembrar 15.200 hectáreas en total”.

Entonces, otro sacudón como en 2001, aunque esta vez un poco más grande. Se combinó la sequía histórica de la campaña 2008/09 (“nunca viví una sequía así, fue infernal”), con el conflicto por la 125, por el que estuvieron varios meses sin poder comercializar la cosecha. Cuando finalmente pudieron salir a vender lo que habían acopiado se dio una fenomenal caída en los precios internacionales de los granos por la crisis de las hipotecas norteamericanas. “Fue un combo terrible, el palo fue grande. Aprendimos que las cosas no son tan fáciles y pasó algo parecido a lo que está pasando ahora, descubrimos que teníamos que ser mucho más eficientes en la producción”, dice.
Un nuevo comienzo
Después de esos años la rentabilidad de la agricultura dejó de ser tan buena, se generó mayor competencia, aumentó el costo de los arrendamientos… “Costó tiempo volver a sacar la cabeza afuera del agua”, recuerda Cané. La empresa siguió en el ruedo pero con menos superficie, y quedó claro que había que repensar el esquema.
Entonces la planta de silos pasó a ser una unidad de negocios y empezaron a hacer otras cosas para ganar estabilidad. Instalaron una planta de molienda de girasol alto oleico que hoy procesa unas 6.000 toneladas al año de girasol y cuenta con certificación para exportar aceite a Estados Unidos. También compraron dos camiones y algo de maquinaria para prestar algunos servicios. “Tenemos tractores, extractoras, embutidoras, algún rolo picador, máquinas viales para los campos… Hacemos todo lo que tiene que ver con el silobolsa porque embolsamos mucho, sobre todo girasol”, detalla.
La idea, en sus palabras, era “salir del negocio salvaje de alquilar un campo y producir un commodity”, al que veían como de alto riesgo. Así siguieron agregando unidades de negocio que les permitieran trabajar con su producción, o especialidades como el girasol alto oleico.
Mientras tanto nunca le quitaron la vista a la agricultura, con vocación de innovación permanente. A través del CREA Maipú y asesorado por Jorge González Montaner, Cané tomó al trigo como un caballito de batalla y empezó a explorar los techos de rendimiento. Fue de los primeros en utilizar fungicidas y comprobar sus resultados. “El trigo tiene un lugar importante, es un cultivo en el que me desarrollé mucho en la parte técnica. Acá el trigo tenía potencial y probábamos cosas de super avanzada. Jorge me daba mucha manija y yo respondía a esa manija. El proponía, yo hacía y nos enriquecíamos un poco todos”, dice. Como corolario de ese vínculo con el cereal, Cané terminó siendo presidente de Argentrigo entre 2019 y 2023.
A su vez, la empresa unió fuerzas con South American Grains, brokers de especialidades, y se animó a hacer soja y maíz no OGM, lino, avena, colza… La diversificación como un valor. Eso sí, siempre en la zona de influencia de Madariaga y Maipú.
Forrajes y ganadería
Hace pocos años, con el mismo espíritu decidieron arrancar con la producción de semillas forrajeras como raigrás, y así Cané se volvió a vincular con la ganadería. El raigrás era de doble propósito, lo sembraban sobre el girasol que cosechaban a fines de febrero y lo aprovechaban para alimentar hacienda en capitalización desde fines de abril hasta fines de septiembre. Luego sumaron el trébol, la festuca y el armado de una cadena forrajera que les permitiera la explotación de hacienda.

“Desde hace unos seis años empezamos a tomar campos completos, cosa que antes no hacíamos y nos permite tener otro tipo de relación con los propietarios. Logramos hacer una ganadería rentable porque es una recría de muy buena producción de carne”, explica. Con distintos formatos de asociación fueron avanzando en la recría de machos y de hembras, e incluso en la terminación de novillos. En la última campaña destinaron unas 1.800 hectáreas a la actividad ganadera, y este año suman unas 600 más. “Nos pegó un empujón grande porque tenemos producción de carne y semilla, que va a la planta propia, se clasifica y se vende al mercado local y a la exportación”, remarca el empresario.

Hoy su base de operaciones de Madariaga es un predio de seis hectáreas en el que se puede ver silobolsas con un amplio abanico de especialidades, silos con capacidad para almacenar 5.000 toneladas de granos, máquinas clasificadoras para la selección de semillas forrajeras, de trigo y de soja, la planta de aceite alto oleico y hasta una Aduana Fiscal, desde donde consolidan contenedores para la exportación propia y de terceros.
Fue así como, entre decisiones, intuiciones y aprendizajes, Miguel Cané y su mujer lideraron su empresa agroindustrial hacia un crecimiento que le da solidez y, sobre todo, mantiene encendida la llama de la pasión.