En unos días se cumplirán doce años del pontificado del Papa Francisco. Más que un balance queremos recordar algunos rasgos sobresalientes de su acción pastoral. El pontífice argentino llegaba en aquel marzo de 2013 del fin del mundo, para encontrar y hacer familiares aquellas “periferias existenciales” que necesitaban el abrazo materno de la Iglesia.
Desde el comienzo Francisco quiso soñar y comenzar a realizar “una Iglesia pobre para los pobres”. Sus homilías, sencillas y profundas, como cuando era arzobispo de Buenos Aires, han querido despertar e interrogar a los corazones adormecidos y encerrados en sí mismos, buscando poner en el centro de la vida cristiana, la escucha de la Palabra de Dios y un Evangelio vivo que se encarna en la historia.
Como ha sostenido, en diferentes oportunidades, ha impulsado ”procesos” con la humildad y la firme certeza que estos pueden ayudar a toda la Iglesia a navegar en el mar abierto, como aquella barca que recibe a todos, una Iglesia amiga de todos sin excluir a nadie, en esto profundamente hija de las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Y en este tiempo complejo donde ha crecido una “guerra mundial a pedazos”, como él mismo la ha definido, ha sido la única voz autorizada que se ha levantado en contra de los conflictos bélicos y el comercio de armas. Así ha expresado indignación y protesta moral contra lo que ha definido “la derrota de la humanidad” pidiendo con coraje utópico y evangélico “la abolición de la guerra”.
Su predicación permanente ha puesto con fuerza en el centro a los pobres, para que todos puedan reconocer sus derechos y construir una sociedad más igualitaria. Pensemos en la batalla permanente en defensa de los migrantes y de los refugiados. Su historia como hijo de inmigrantes italianos lo ha ayudado a comprender el sufrimiento y el desarraigo de quienes han debido huir de su patria por guerras, por razones ambientales, por hambre y por esto ha siempre sostenido que la acogida y la integración de los inmigrantes no es una desgracia, sino un don y una nueva oportunidad de vida y de crecimiento para quien los recibe.
También su Argentina, país de “puertas abiertas” ha marcado esta postura inclusiva. Otro gran paso ha sido la construcción de una “cultura del diálogo”, una Iglesia que encuentra y dialoga con todos. En la senda de la Iglesia de Pablo VI y luego de Juan Pablo II y de Benedicto XVI (los dos primeros canonizados por él), ha acrecentado el diálogo y la fraternidad con las otras religiones mundiales; ha hecho crecer, con el decisivo apoyo de la Comunidad de Sant’Egidio, aquel “Espíritu de Asís” de inspiración woytiliana, que ha dado frutos como el documento sobre la fraternidad humana con el Islam o la firme batalla contra el antisemismo y el negacionismo creciente sobre la Shoá, con la comunidad judía.
Profundo hombre de oración, recordemos con gratitud su plegaria planetaria en una plaza San Pedro desierta, durante la pandemia del Covid/19. Quiero terminar esta breve semblanza sobre Francisco con una oración suya que se encuentra replicada en mi reciente libro “Rezar con los Papas”: “Señor y Padre de la humanidad, que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad, infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal. Inspiranos un sueño de encuentro, de diálogo, de justicia y de paz. Impulsanos a crear sociedades más sanas y un mundo más digno, sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerra.” Papa Francisco ad maiora siempre. w