La medicina necesita un cambio que ya está ocurriendo. Hasta hace muy poco tiempo, la medicina era vertical, autoritaria y distante. El médico tenía una autoridad indiscutida y el paciente debía obedecer. La imagen de un consultorio hace solo unas pocas décadas era clara: guardapolvo blanco almidonado, enorme escritorio -sugestivo de una barrera-, tono circunspecto y un diagnóstico comunicado telegráficamente. Sin opción a preguntas.
Escribo esta nota en el contexto del paso del tiempo que también ocurrió para Clarín en estos 80 años de vida. Y esto lo hago con una cierta carga emocional. Mi abuelo, Horacio Estol, fue periodista y corresponsal de este diario durante dos décadas en Nueva York, a lo largo de los años 50 y 60, desde donde enviaba sus famosas viñetas sobre la vida en una ciudad a la que no se accedía -ni en persona ni en forma remota- tan fácilmente como hoy.
Qué curioso y qué prestigio escribir en estas mismas páginas un par de generaciones más tarde, aunque desde otro ángulo: la medicina.
Aquella medicina de mediados a fines del siglo XX tenía -y tiene en lugares donde aún prevalece- un tono paternalista, con el que el médico tomaba decisiones que el paciente estaba obligado a seguir aún sin entenderlas. Se entregaba una receta con órdenes de estudios y otra con las medicaciones a incorporar. Todo esto sin la indispensable compañía de una mínima explicación. La relación médico-paciente tenía un carácter jerárquico. Cuasi militar.
Si se pudiera espiar un consultorio médico de hace 50 años, veríamos algo casi irreconocible. No había tomografías, ni resonancias, ni historia clínica electrónica. El estetoscopio era casi una herramienta sagrada y hoy podría estar en un pequeño monumento cuya leyenda dijera “antiguo instrumento usado por los médicos para el diagnóstico de las enfermedades”.
La gran sabiduría de los padres de la medicina actual estaba asociada a grandes márgenes de error. Y hoy, a solo un click de distancia, los médicos accedemos a imágenes que muestran el interior del cuerpo humano con detalle milimétrico, pudiendo detectar patologías antes de que aparezcan los síntomas.
Pero el viejo paradigma hoy está cambiando.
La ciencia progresa más que nunca y los médicos hemos entendido que un buen profesional es el que mejor escucha, explica y acompaña. La comunicación fluida entre médico y paciente puede ser uno de los grandes adelantos en la medicina. Todo tratamiento efectivo comienza con una buena conversación.
En estos tiempos también está cambiando la forma en que pensamos la medicina. Estamos pasando de una medicina reactiva, en que la enfermedad se trata al diagnosticarla, a un modelo predictivo, preventivo y personalizado. Hay que abandonar el dogma de enfermedades crónicas para reemplazarlo por el de salud crónica.
Los avances tecnológicos nos hacen perder la capacidad de asombro y la inteligencia artificial (IA) está generando cambios que, aunque por su exponencialidad sean imposibles de predecir con certeza, en pocos años lograrán resultados terapéuticos inimaginables en la actualidad.
Estas nuevas herramientas detectan patrones de información invisibles al ojo humano y mejoran la precisión diagnóstica. Por todo lo anterior debemos evitar caer en el riesgo de que la revolución digital le quite el sentido de vínculo al ejercicio de nuestra profesión.
El paciente tiene derecho a preguntar, entender, elegir e incluso rechazar. Hoy se describe al paciente empoderado e informado y a una relación empática con el médico. Hay estudios publicados que confirman que quien entiende su enfermedad, aún cuando esta no tenga cura, tendrá una mejor evolución que el que se maneja en las sombras.
La pandemia de Covid y las redes sociales tienen mucho que ver con esta transformación. La pandemia exigió que los pacientes, sin acceso a los médicos y centros de salud, tuvieran que investigar con los recursos a su alcance sobre diferentes dolencias.
El paciente consulta al Dr. Google -esto con un cierto doble filo- y además ahora tiene la ayuda de la IA.
El conocimiento científico que era patrimonio exclusivo del médico ahora genera preguntas válidas razonadas por el paciente. Algunos médicos se pueden sentir amenazados por esta abundancia y ubicuidad de información a la que accede el paciente. Pero también se puede ver a este escenario como una oportunidad en la que el médico no pierde autoridad, sino que puede multiplicarla al dar respuestas claras y acompañadas con evidencia científica.
El médico no será reemplazado por agentes de IA ni mutará a ser un simple coach que solo responda lo que le pregunten. Seguirá siendo quien tome las decisiones que pueden definir entre la vida y la muerte. En medio de la revolución tecnológica más grande de la historia, el desafío es no olvidar que a pesar de las pantallas, algoritmos y datos, nuestra relación es con personas y no con estadísticas.
A través de los mensajes en Instagram he aprendido que la gente no solo busca qué hacer sino la explicación sobre por qué hacerlo. Y esto no se logra en 15 minutos ni con la ayuda de un recetario. Se logra generando una conexión auténtica entre personas.
Si hay algo que la medicina y este diario tienen en común es que ambos saben adaptarse sin perder los rasgos esenciales que los definen. Estos 80 años han generado un cambio profundo en el que se ha pasado de la voz del médico a la voz del paciente. Al final del día, lo que no cambiará ni en la medicina de hace 80 años ni en la de hoy, es que el médico idóneo y honesto no solo trata enfermedades. Trata a personas.