Juguemos un juego. Menciono un tema polémico de interés político general, les pregunto cómo lo ven y en base a la respuesta que me den adivino cómo se posicionan respecto a otras cinco importantes cuestiones contemporáneas. ¿Listo? Vamos.

¿Están a favor de combatir el cambio climático? Si me responden que sí yo les digo que también están a favor de la causa palestina, de los derechos LBGT, de aumentar el gasto público, de los confinamientos y que votan por la izquierda.

Si me responden que no digo que más bien simpatizan con Israel, que les produce rechazo el tema “trans”, que como regla general favorecen un recorte de impuestos, que desconfían de la política de confinamientos y que votan por la derecha,

¿Correcto? Sospecho que en el 90 por ciento de casos que sí. ¿Por qué? Porque la gente no se detiene a pensar de manera crítica sobre cada una de sus ideas políticas sino que las acepta todas en un pack. Siempre en función del equipo al que pertenezcan. O, por decirlo de otra manera, en vez de tomar decisiones propias somos fieles a las ortodoxias de nuestra tribu.

De acuerdo, pero la cuestión se ha complicado desde la sacudida mundial que representan la guerra en Ucrania y la llegada al poder de Donald Trump. Siendo circunstancias sin precedentes en nuestra época, las reglas del juego están por definir. Hay que hilar más fino.

En el centro que habitan las mayorías, tiendan un poco a la izquierda o un poco a la derecha, existe un consenso de que el malo en la guerra de Ucrania es Vladímir Putin. Pero en la izquierda de la izquierda y en la derecha de la derecha no lo tienen tan claro.

Si, volviendo a mi juego, pregunto quién tiene la culpa de la invasión rusa, no creo que pueda deducir con certeza la identidad ideológica del que responde. Esta semana me enteré, no por primera vez, de una persona progre que opina que Putin no tuvo más remedio que invadir Ucrania para defenderse de la OTAN y porque el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, es un neonazi que llegó al poder en unas elecciones fraudulentas.

La persona que ofreció este interesante punto de vista es, por lo demás, un ser inteligente. Bastante culta, ha leído libros, sabe las tablas de multiplicar y se considera alguien que sigue la política y la entiende. Es española y podemos tener toda la seguridad, eso sí, de que vota por Podemos o algún otro partido por el estilo.

Ahora, si pido a alguien que vota por Vox, de la extrema derecha española, la opinión que tiene de Putin la respuesta no será tan diferente, lo cual es curioso ya que uno podría lógicamente esperar otra cosa de gente del otro polo ideológico español. A los fieles de Vox les pone calientes la figura del hombre fuerte, siempre y cuando, claro, se posicione a la derecha de la derecha de la derecha, como es el caso del líder ruso.

Igual que Vox piensan (si “pensar” es el verbo adecuado) sus correligionarios teutones, Alternativa para Alemania, habitualmente descritos como neonazis. Así precisamente es como Putin describe al gobierno de Zelenski, lo que demuestra lo enredado que se está poniendo el panorama. Más confuso aún debe ser el lío en que se encuentran los idiotas útiles de la izquierda respecto a Trump. Al presidente de Estados Unidos no solo le cae bien Putin sino que está de acuerdo con el zar ruso en que Zelenski es un “dictador”.

¿La izquierda purista está con Trump, entonces? ¿Al menos en este gran tema de nuestros tiempos que es la guerra de Ucrania? En cierto sentido es indudable que sí, por ejemplo en que se oponen, con la Casa Blanca, a que Europa envíe tropas a Ucrania para ayudar a garantizar un hipotético acuerdo de paz. No dudo tampoco que haya intelectualesmarxistas-leninistas por ahí que celebren la llegada de la bestia naranja al poder ya que ofrece la apetecible posibilidad de que (¡por fin!) “el capitalismo caiga bajo el peso de sus propias contradicciones”, y tal.

En cuanto a Javier Milei, otro lío, ¿no? Milei es amigo de los Trumpistas pero también de Zelenski, al que invitó a su inauguración presidencial. Con razón Argentina se abstuvo en Naciones Unidas cuando hubo un voto el mes pasado sobre una resolución europea que condenaba las acciones rusas en Ucrania. Milei debe no saber qué pensar, pobre. Se encontró votando en la ONU junto a Cuba, Venezuela y China. Muy loco, pero menos que la actitud de Estados Unidos que votó explícitamente en contra de la resolución junto a Rusia, por supuesto, y también a Corea del Norte, Burkina Faso, Sudán y Nicaragua.

¿Qué conclusiones sacar de toda esta monumental confusión?

Primero, refiriéndome a mi juego inicial, que somos tribales y frívolos a la hora de definir nuestras ideas políticas y que siempre lo seremos en casi cualquier circunstancia, se trate de un tema relativamente innocuo como el wokeísmo o algo serio como Israel-Palestina. El instinto de pertenencia a un colectivo nos ciega a la complejidad de la existencia humana

Segundo, que el mundo está más patas arriba que en ningún momento desde el final de la segunda Guerra Mundial. La situación en 1939 es alarmantemente similar a la que vemos hoy: Rusia y Alemania, Stalin y Hitler, firmaron un acuerdo de no agresión que incluyó el reparto de Polonia entre los dos; en Reino Unido la extrema derecha y la extrema izquierda, fascistas y comunistas, se unían en su oposición a luchar contra los Nazis.

La tercera conclusión, más atemporal, es que la ideología es una mala guía de ruta para todo. En vez de fomentar el pensamiento crítico la ideología impide ver las cosas como son. La fe sustituye al razonamiento. Al imaginarse que uno tiene las respuestas a todo acaba no teniendo las respuestas a nada. El resultado es que se acaban generando conflictos porque sí, nada más, y la vida se vuelve más difícil y más dolorosa, la humanidad cada vez más idiota.w



Fuente Clarin.com

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