“Las narraciones del fascismo siempre fueron contadas desde afuera, desde el punto de vista de los antifascistas -piensa el escritor italiano Antonio Scurati-. Y esto dejó en sombras un aspecto fundamental de nuestra memoria histórica nacional: el hecho que nosotros, los italianos, habíamos sido los fascistas y no los demás.”
Scurati lleva casi una década novelando la historia del fascismo contada desde sus tripas. Detrás de la “M”, en alusión directa al fundador del fascismo, Benito Mussolini, publicó ya cuatro libros: M. El hijo del siglo, M. El hombre de la providencia, M. Los últimos días de Europa y M. La hora del destino. El quinto, M. El fin y el principio, verá la luz en Italia a principios de abril.
Esta pasión por novelar quién fue “Il Duce” y hasta dónde se propagaron sus destrozos le trajo varios dolores de cabeza. Como la suspensión, a último momento, de una participación en la televisión pública italiana el año pasado que para él no tuvo más justificación que censurarlo.
“Me impidieron dar en la Rai, la televisión pública italiana, financiada con nuestro dinero, un discurso en ocasión del 25 de abril, fecha en la que en Italia se festeja la liberación del fascismo, en el que criticaba a la presidenta del Consiglio (Giorgia Meloni) porque se niega a reconocer el valor de la resistencia antifascista. El mismo día en el que tenía que hablar en la Rai, la conductora que me había invitado, me dijo: ‘No podes venir’”, cuenta Scurati. “En cuanto autor de la saga de M soy enemigo intelectual número uno de este gobierno, que lleva adelante un proyecto programático de reescritura de la historia”, dice el escritor.
“Lo que me vuelve a sus ojos un enemigo al que hay que atacar, de todas las formas posibles, es el hecho que yo haya renovado una potente e influyente narración antifascista del fascismo. Ellos se preparaban, como parte de su programa político, a reescribir la historia revalorizando el fascismo de Mussolini. Y la publicación de M lo impidió”, agrega.
-Estos intentos por reescribir la memoria histórica, ¿son un mal de nuestro tiempo o son la consecuencia de no haber saldado deudas con el pasado?
-Siempre he sostenido que los italianos no hicieron cuentas con el pasado fascista y que éste es uno de los motivos por los cuales sentí el impulso de contar en la forma democrática de la novela el fascismo desde dentro. En Italia, en Alemania o en Argentina, donde la dictadura militar terminó hace menos de 50 años, el recuerdo del fascismo, del nazismo, de la dictadura militar no representa más un forma de inmunidad para la democracia.
-Creo que está sucediendo algo que nos está llevando fuera de un tiempo histórico. La conciencia histórica que se basa en reglas ciertas, en la reconstrucción de hechos, de verdades compartidas, sobre la que se puede fundar la convivencia civil es sustituida por una memoria de parte, tribal e identitaria que tiene que ver con mi historia personal, la de mi familia. Es una memoria polémica en la que unos están siempre en contra de otros, una memoria que busca siempre un enemigo y que es siempre subjetiva. Sobre esto se montan los populistas soberanistas.
-En su ensayo Fascismo y populismo, usted señala que el posfascismo no representa una amenaza frente a la democracia, pero sí pone en peligro la calidad de esa democracia. ¿Cuáles son los signos de esta degradación?
-Los signos son muchos y ya son realidades en acción. Yo los dividiría en dos categorías. La primera incluye un gran número de comportamientos del poder que empeoran la atmósfera política, social y cultural en una dirección antidemocrática (intolerancia activa y persecutoria hacia la disidencia, constante agresión verbal y denigración de los oponentes políticos o intelectuales, desprecio discriminatorio hacia los sujetos que no pueden ser sometidos o integrados por diversas razones, constantes campañas de odio paranoico y resentimiento contra enemigos imaginarios, etc.). En la segunda categoría están los actos de gobierno y los proyectos de reforma de las instituciones y de las reglas democráticas que apuntan claramente a una forma aberrante de democracia autoritaria (entre ellos, para Italia, sólo citaría la reforma constitucional en sentido presidencialista, el decreto de seguridad, la reforma del poder judicial que atenta contra su independencia…).
-¿Cómo ve que el término “fascista” se haya convertido en un insulto frecuente para descalificar?
-Soy contrario al uso desenvuelto y trasladado del término fascista para definir a un adversario político que tiene características autoritarias. Estoy en contra porque creo que el sentido literal del término desvía nuestra atención y nuestra mirada del peligro real.
-¿Dónde está ese peligro real?
-El peligro real para las democracias liberales es, desde hace un tiempo, el fenómeno diferenciado y unitario que llamamos populismo soberanista. Y es un peligro ya en acción, actual. Al punto que algunos de estos líderes populistas soberanistas están ya en el gobierno de algunos países, empezando por Italia.
-¿Hay conexión entre este populismo del siglo XXI y aquel fascismo del siglo pasado?
-Los populistas soberanistas heredan algunas características del fascismo histórico, aunque no todas. Pero esperar que la amenaza a la democracia venga de un retorno al fascismo en su forma histórica, nos empuja a subestimar el peligro que está ya en acción, que viene de los populistas soberanistas que están ya adentro de la casa democrática. Tenemos que dejar de esperar el regreso de las camisas negras en Italia o de las camisas azules en España porque no volverán, aunque en alguna medida ya volvieron.
-En las últimas páginas del ensayo postula que para heredar el antifascismo del siglo XX hay que renovarlo, que hay que repensar el antifascismo sobre nuevas bases. ¿Cuáles? ¿Cómo debe ser el antifascismo del siglo XXI?
-Un antifascismo que ya no es ideológico, que ya no está vinculado predominantemente a un partido político (la izquierda comunista en Italia) y a un proyecto revolucionario. Un antifascismo bajo cuyas banderas pueden y deben alinearse todos los demócratas sinceros, independientemente de su orientación política hacia la derecha, la izquierda o el centro. La literatura y el arte en general pueden aportar una contribución fundamental a esta nueva narrativa.
-Entonces, ¿el fascismo ha muerto o no?
-El fascismo histórico está sin duda muerto, al igual que su fundador, pero su fantasma sigue rondando el presente, sigue rondando la casa democrática aunque bajo formas diferentes a las de hace 100 años. Al final del quinto y último capítulo de mi saga sobre Mussolini, en el que relato la muerte del dictador, citando a un gran dirigente socialista de los años veinte, escribo que “los muertos no sólo pesan, los muertos sobreviven”.
Señas particulares
Antonio Scurati nació en 1969 en Nápoles pero vive en Milán, donde enseña literatura contemporánea en la Universidad Libre de Lengua y Comunicación. Su saga M, que inauguró en 2018 con un registro narrativo personal a la hora de contar el fascismo, ganó el Premio Strega, en 2019, el Premio Europeo del libro en 2022 y este año se convirtió en una miniserie de ocho capítulos. Para celebrar los 80 años de la liberación de Italia del fascismo y de la ocupación alemana, el 8 de abril llegará a las librerías italianas “M. El fin y el principio”, el quinto y último libro dedicado a Mussolini y el fascismo.