Aprender parece haberse convertido en una mala palabra. Hoy nuestros alumnos tienen dificultades en la comprensión de textos, ocupamos los últimos puestos en las pruebas internacionales de educación, y cada año vemos cómo aumenta el abandono del sistema escolar y el analfabetismo. La educación perdió el rumbo.

¿Es responsabilidad del Estado, la escuela, la familia, los docentes? ¿O de todos? ¿Hay algo que podamos hacer? ¿Cómo es posible que, a pesar de contar con docentes excelentes, la esencia de una enseñanza explícita, que involucra lo lúdico cuando corresponde, se esté perdiendo?

La gravedad de esta situación se refleja en datos contundentes. Según el informe de Argentinos por la Educación, en 2019 el 46% de los alumnos de tercer grado no comprendía un texto acorde a su edad, cifra que se eleva al 61,5% en los sectores más vulnerables. ¡No comprenden significa que no pueden leer!

Evaluaciones recientes indican que el 33,6% de los estudiantes de sexto grado no alcanza los niveles mínimos en Lengua, aumentando hasta un 49,8% en contextos socioeconómicos vulnerables. Además, al analizar los planes de alfabetización de las provincias, se observa una marcada diversidad metodológica: de las 22 jurisdicciones consultadas, seis han optado por un camino basado en la conciencia fonológica como primer paso, tres por enfoques constructivistas, cinco por métodos equilibrados, uno por un enfoque integral y cuatro han adoptado métodos mixtos; mientras que la Nación y otras tres jurisdicciones aún no definen una perspectiva específica.

Esta fragmentación pone en riesgo la consolidación de una alfabetización efectiva, al olvidar que la enseñanza explícita de los sonidos y las letras es la llave para transformar el objeto “a” en un símbolo cargado de significado.

Hace unos 30 años, en Argentina y otros países de la región, se dejó de pensar que los niños debían poder leer y escribir en primer grado. Se creyó erróneamente que, como aprenden a hablar por ósmosis, ellos descubrirían por sí solos el sistema alfabético. Esa locura, que ignoraba el derecho humano básico de saber leer y escribir, nos ha llevado a una crisis que hoy se refleja en cada aula y en cada evaluación.

Escribo estas líneas con la esperanza férrea de que despertemos. Propongo que docentes, familias, directivos y autoridades se unan en un compromiso real para reinsertar en las aulas la enseñanza basada en evidencia. Debemos recuperar aquellas actividades que invitan a los niños a lograr la conciencia fonológica: a jugar con los sonidos, a vincular letras y sonidos, a trazar las letras con sus manos y a sumergirse en la lectura diaria. Solo así podremos formar lectores eficientes y ciudadanos plenos, capaces de transformar su entorno.

Si abandonamos las certezas de cómo enseñar a leer y escribir, estaremos sepultando el futuro de las próximas generaciones. La evidencia es clara: si no atendemos lo que funciona, realmente no habremos aprendido nada. Es momento de retomar el juego completo en la enseñanza, de unir esfuerzos y de devolver a la escuela su verdadero propósito.

El desafío es enorme, pero también lo es la oportunidad. Si logramos revalorizar y aplicar estas prácticas en cada aula, no solo revertiremos las estadísticas alarmantes, sino que construiremos una base sólida para una educación transformadora. Porque, al final, si no atendemos la evidencia, realmente no habremos aprendido nada.

Victoria Zorraquín es especialista en educación, autora del libro “No aprendimos nada”



Fuente Clarin.com

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