La reciente depreciación del dólar estadounidense no es solo un fenómeno económico; es un síntoma de un cambio estructural en el orden financiero global. A lo largo de las últimas décadas, la supremacía del dólar ha permitido a Estados Unidos utilizar su moneda como un arma geopolítica, imponiendo sanciones, controlando el comercio internacional y consolidando su influencia en la economía global. Sin embargo, esta posición dominante podría estar en peligro debido a factores políticos, económicos y diplomáticos que erosionan la confianza en la moneda estadounidense.
Uno de los principales puntos de quiebre es la creciente percepción de que Washington ha comenzado a priorizar su agenda política interna por sobre la estabilidad del sistema financiero global. La estrategia del presidente Donald Trump respecto al dólar ha generado incertidumbre en los mercados, ya que se aleja de la histórica política monetaria americana de un dólar fuerte. Sus políticas proteccionistas, junto con la amenaza de intervenir en el mercado cambiario, ha llevado a que los inversores reconsideren la solidez del dólar como activo de refugio de valor. En lo que va del año, el dólar ha perdido un 4,5% de su valor frente a una canasta de divisas conformada por el euro, la libra esterlina, el yen japonés, el franco suizo, el dólar canadiense y la corona sueca. También, el euro ha a superado los 1,09 dólares, su nivel más alto desde mediados de 2023. A su vez, el índice DXY, que mide la evolución del dólar frente a otras monedas globales, ha caído un 3,8% en el mismo período.
En este contexto, se ha planteado la posibilidad de un nuevo acuerdo similar al Plaza Accord de 1985, donde los principales bancos centrales coordinaron una depreciación del dólar para corregir desequilibrios comerciales. Sin embargo, el contexto actual es diferente. Una intervención deliberada podría desatar efectos contraproducentes, erosionando la confianza en la moneda y acelerando la búsqueda de alternativas en el comercio global. Actualmente, China y Rusia han incrementado sus reservas en oro, con el Banco Popular de China adquiriendo más de 225 toneladas en los últimos 12 meses, mientras que el yuan ya representa el 7% de las transacciones internacionales, duplicando su participación en solo tres años. Además, el oro ha alcanzado un máximo histórico de 3.000 dólares por onza, reflejando la creciente demanda de activos alternativos ante la incertidumbre del dólar.
El uso del dólar como herramienta de política exterior también está siendo cuestionado. Las sanciones impuestas a Rusia han incentivado a otros países a buscar alternativas al sistema financiero dominado por Estados Unidos. Arabia Saudita ha comenzado a vender petróleo a China en yuanes, un cambio histórico en el sistema del petrodólar. Al mismo tiempo, el Fondo Monetario Internacional ha advertido que la participación del dólar en las reservas globales ha caído al 58%, su nivel más bajo en 28 años. Por otro lado, los bonos del Tesoro a 10 años han alcanzado rendimientos por encima del 4,5%, lo que indica que los inversores exigen una mayor compensación para mantener deuda estadounidense en un contexto de creciente incertidumbre fiscal.
Mientras Estados Unidos enfrenta estos desafíos, otras potencias económicas han tomado medidas estratégicas para reforzar sus posiciones en el sistema financiero global. China ha acelerado la internacionalización del yuan, firmando acuerdos de intercambio de divisas con Brasil y los Emiratos Árabes Unidos. Europa, por su parte, ha avanzado en la consolidación del euro digital, con el Banco Central Europeo evaluando su implementación para reducir la dependencia del sistema financiero estadounidense. India, con su creciente peso económico, ha incrementado su comercio bilateral en rupias con países asiáticos y de Medio Oriente, reduciendo la necesidad de utilizar dólares.
A este escenario se suma la creciente preocupación sobre la estabilidad política en Estados Unidos y el impacto de sus disputas internas en la percepción de riesgo global. La falta de consenso en políticas fiscales y monetarias, sumada a la polarización política, ha hecho que el dólar sea visto como menos predecible. El déficit fiscal estadounidense ha alcanzado el 6,5% del PBI en 2024, y la deuda pública ya se ubica en el 123% del PBI, niveles que presionan al Tesoro y a la Reserva Federal a tomar medidas que podrían afectar la confianza en la moneda. Además, el gasto público ha aumentado en un 8% anual, mientras que la inflación, aunque moderada, se mantiene en torno al 3%, limitando el margen de maniobra de la Reserva Federal para reducir tasas sin generar presiones inflacionarias adicionales.
En este contexto de reformulación del sistema monetario internacional, Estados Unidos enfrenta un dilema complejo. Si este proceso decanta en una depreciación descontrolada del dólar, podría incentivar una fuga de capitales y acelerar la búsqueda de alternativas monetarias a nivel global. Si intenta frenar esta tendencia mediante intervenciones, podría generar volatilidad en los mercados y desafiar la credibilidad de la Reserva Federal. Cualquier escenario agregaría volatilidad en los mercados financieros e impactaría fuertemente en la economía real global. La clave estará en que Trump encuentre un equilibrio que permita mantener la competitividad comercial sin sacrificar la confianza en su moneda ni afectar la economía internacional.
El autor es Licenciado en finanzas