En 2016, una función improvisada en una plaza fue el comienzo de Cirkuelgue. La historia empieza con Federico Díaz (31 años) y Alejandro Nicolino (31 años) quienes, si bien se conocieron en Bariloche, se volvieron a encontrar en una convención de circo en Paraguay. La química artística y la buena onda entre ellos los hizo pensar que podían hacer una buena dupla. Así, se lanzaron a la aventura. Los vecinos de Hurlingham e Ituzaingó, recorrieron múltiples escenarios; plazas, shows privados y teatros.
”El grupo arrancó con nosotros dos. Hicimos nuestra primera temporada en Chile y luego pasamos por Bariloche. Con el tiempo se sumó Luisina Schwab (28 años), que llegó para aportar su destreza en acrobacia y suspensión capilar”. contó Federico, y Luisina sumó un dato llamativo: ‘’Sí. La suspensión capilar duele, pero te acostumbrás’’. Sus nombres artísticos acompañan a los personajes que interpretan en el escenario: Chichina, Pejerrey y Tarugo. ”No somos el payaso clásico de circo de carpa, pero tampoco un artista callejero convencional, estamos en un punto intermedio” explicó Luisina.
El grupo recorrió distintos puntos del país, pero en los últimos años llevaron su arte a escenarios internacionales. Las exigencias en Medio Oriente son diferentes, por lo que en los lugares donde se presentaban, siempre había alguien que evaluaba sus acrobacias grupales antes de salir al escenario, con el fin de determinar si podían ser presentadas al público. Sin embargo, se terminó por comprender que es una disciplina donde los trucos requieren contacto físico. Lo que sí tuvo que modificarse fue la vestimenta.

Luisina también sintió el impacto del contexto; “Fue un choque cultural grande. Las mujeres estaban todas tapadas, sólo les veías los ojos. No podías saludarlas con un beso o un abrazo. Antes de viajar me habían advertido sobre las restricciones y fui preparada, pero vivirlo fue otra cosa’’. Federico explicó que como las mujeres llevan velo, solo se podían ver sus ojos achinados cuando el espectáculo les sacaba una sonrisa.
En Turquía compartieron escenario con artistas de Israel, Irán, África y Colombia. ”Nos tocó dirigir y presentar un espectáculo con 12 personas sin hablar el mismo idioma. Nos comunicamos en un inglés básico, pero lo logramos. Fue muy enriquecedor ver cómo en otros países el circo se aprende y vive de formas tan distintas. En Argentina tenemos escuelas y universidades gratuitas, mientras que en algunos lugares de Medio Oriente está prohibido y la gente tiene que entrenar a escondidas” comentó Federico.

El idioma y las diferencias culturales impactan directamente en el circo. Los artistas cuentan que en una ocasión tras hacer una buena temporada en Argentina, los shows no tuvieron el mismo impacto en Chile. En esa ocasión tuvieron que repensar el humor del show y buscar otra forma de conectar con la gente. Además, ‘nada como estar en casa’ es la definición perfecta para la sensación del equipo tras meses de no trabajar frente a un público latino.
”Yo creo que el público latino es lo mejor que te puede pasar como artista. Al estar trabajando afuera extrañás porque acá porque es muchísimo más demostrativo, más cariñoso y después del show es rarísimo que nadie se te acerque a decirte algo. Incluso son más cálidos durante el show: la gente no tiene tanta vergüenza de expresarse, de gritar o de aplaudir” afirmó Luisina.
En cuanto al aprendizaje, el grupo resalta lo enriquecedor de poder llevar un espectáculo a diferentes lugares, incluso a plazas transformándolas en teatros improvisados. A pesar de que las condiciones no son las mismas que en un hotel de lujo, el esfuerzo por crear un ambiente cómodo para el público, junto con la calidez de la interacción directa, genera una experiencia única y mágica.