El acuerdo entre la Argentina y China para exportar harina de soja al mercado de la República Popular se alcanzó en 2019, pero recién ahora – y por mediación de Bunge, una de las 4 grandes transnacionales de los alimentos con sede en EE.UU pero con origen en la Argentina – un grupo de importadores con sede en Shanghai compraron 30.000 toneladas del producto, con proyección a multiplicar las compras por 3 o por 4 en los próximos 5 años.
Acá, en esta decisión crucial para el sector agroindustrial argentino, hay 3 factores en juego de importancia igualmente fundamental: a) el gobierno de Javier Milei ha tenido un enorme acierto estratégico al considerar prioritaria la cuestión fiscal, y de esa manera ha logrado terminar con la inflación como el aspecto central de la crisis macroeconómica de un país mega e híper inflacionario como es la Argentina, y en ese camino se ha convertido en el principal aliado de EE.UU en América Latina, y quizás del mundo; b) en el hecho de que China es la 2da economía del sistema global, y acaba de sellar en Ginebra un acuerdo de cooperación con EE.UU; y c) Bunge, ahora norteamericana, fue creada en la Argentina de 1880 por inmigrantes europeos; y se convirtió de inmediato en uno de los principales protagonistas del extraordinario boom exportador desatado por el agro argentino entonces.
Hay que agregar que en este periodo el número de inmigrantes europeos que atrajo la Argentina fue superior al de EE.UU en relación a la población originaria, mientras estuvo inmediatamente por debajo de la potencia estadounidense en lo que se refiere a la absorción de los capitales extranjeros.
Ahora Bunge en 2025 tramita las exportaciones de harina de soja argentina al mercado de la República Popular; y este es el principal producto industrial que la Argentina coloca en el exterior; y todo esto sucede cuando Javier Milei se ha convertido en el aliado prácticamente incondicional de EE.UU.
No hay, en síntesis, “Guerra Fría” de ningún tipo, y las posibilidades de comerciar y vender en un sistema mundial absolutamente integrado son hoy mayores que nunca; y es probable incluso que cuando un país del mundo se vincule estratégicamente más cerca de una de las dos superpotencias – como es el caso de la Argentina respecto a EE.UU -, mayor atractivo comercial y económico tenga para la otra.
La clave de esta situación es advertir que en un sistema mundial plenamente integrado como es el actual, tiende a desaparecer hasta la noción del “adentro” y el “afuera”, y la categoría de la “dependencia” se convierte en un anacronismo irremisiblemente sumergido en el pasado.
Dos datos económicos que conviene retener: a) el precio de la harina de soja es más bajo en la Argentina que los de la producción china; y esto se debe a que la industria argentina es de superior productividad, lo que la convierte en la 1era del mundo; y b) China muestra un déficit persistente en la producción doméstica de soja y harina de soja, que es el principal insumo para alimentar a su población animal, lo que tiende a ampliarse año tras año, a medida que aumenta el PBI per cápita.
La República Popular crecería este año 5.5% del producto, y está en pleno proceso de transición entre 2 paradigmas históricos, que son el mayor sistema manufacturero del mundo y el mayor mercado de consumo del sistema mundial; y a medida que aumenta el consumo crece la demanda de alimentos, sobre todo los más sofisticados y de mayor valor agregado, que al mismo tiempo sean fieles a la búsqueda de una “vida buena”, claramente vinculada a la salud física y espiritual. En este aspecto crucial el agro argentino puede cumplir un papel absolutamente central.
Todo reside, en definitiva, en resolver la ecuación que establece que la alianza estratégica con EE.UU y la cooperación e integración comercial y económica con China son amplia y profundamente compatibles; y sumarle a todo esto la necesidad de integrarse plenamente con las grandes cadenas transnacionales de producción, ante todo las alimentarias y preferentemente de origen argentino.