Dua Lipa ya cantó dos veces en Buenos Aires, cuando era una figura emergente del pop. Pero en noviembre regresará como una de las grandes estrellas en esta época donde, más allá de su música, su baile y su glamour, parecen valer tanto la viralización de sus gestos o su figura codiciada por las grandes marcas.

Y así sucedió hace pocas semanas por Madrid durante su gira “Radical Optimist”. Uno de los momentos más curiosos lo ofreció la visita –exclusiva- que disfrutó en el Museo del Prado: sólo para ella, para que disfrutara del que describió como su cuadro favorito, “El jardín de las delicias”, del Bosco.

Como maniobra de marketing, al Prado le encanta, aunque por su patrimonio tal vez no lo necesite. Pero la hace igual, como también lo fue el saludo exclusivo de Ana Belén cantando “España camisa blanca” desde un museo en soledad, en el saludo de fin de año.

El Prado tiene múltiples joyas para sus millones de visitantes anuales, desde lo más conmovedor de Goya hasta Las Meninas de Velázquez, pero “El jardín…”, de acuerdo a estudios que encargó el propio Museo es la obra más admirada, al que le destinan una contemplación de 4 minutos (promedio por persona).

La Universidad Miguel Hernández hizo un estudio exhaustivo de lo que aprecian los visitantes en El Prado y destacó al tríptico del Bosco como la número 1 con “sus 300 figuras humanas, antropomorfas, de animales, de objetos o de plantas y árboles que lo conforman y que en sus tres tablas describen el destino de la humanidad: de izquierda a derecha, el Paraíso Terrenal, la Tierra y el Infierno”.

El recorrido: codicia y expolio

Jerónimo Bosch, conocido como El Bosco, vivió entre 1450 y 1516. Para los pintores que establecieron el arte surrealista desde el siglo XX, estuvo cinco siglos adelantado: las delirantes escenas fantásticas de El Bosco tienen una modernidad y osadía sin precedentes, fue uno de los primeros en introducir lo onírico en las artes. A diferencia de sus contemporáneos renacentistas, trabajaba alejado de los centros urbanos, al punto que se le describe como “un pintor rural”. Y aunque su temática era exclusivamente religiosa se interesó en temas como la debilidad humana y bebía de la cultura popular: refranes, supersticiones, costumbres, leyendas.

Algunos estudiosos consideran que pintó por encargo “El jardín…” a partir de la década de 1490, pero otros la sitúan en la década siguiente. Apenas se conservan 25 obras auténticas del Bosco –y ninguna con su firma- de las cuales sus famosos trípticos son hoy tesoros del Museo del Prado: además de “El jardín…” se encuentran allí los trípticos de “La adoración de los magos” y “El carro de heno”, fechado entre 1512 y sus últimos años. Otros dos trípticos del “Juicio final” se conservan en salas de Viena y Munich.

El Bosco era un pintor admirado por los reyes de su época. “El jardín de las delicias” era propiedad de Guillermo I de Orange, el monarca de la casa de Nassau que se sublevó contra Felipe II El Hermoso, cuyo imperio se extendía desde el Atlántico hasta los actuales Países Bajos.

En 1568 y durante la Guerra de Flandes, Felipe ordenó la expropiación de todos los bienes de Guillermo y “El Jardín de las Delicias” le fue arrebatada a su dueño por uno de sus más feroces enemigos, el Duque de Alba. Tuvieron que torturar a los asistentes de Guillermo para que revelara el escondite de la obra.

Permaneció entre las posesiones del Duque y su familia hasta que en 1593 pasó a manos del rey Felipe II conocido como El Prudente, quien la utilizaba para su disfrute y su meditación en el Monasterio del Escorial. También, en algún período, la mantuvieron en el Alcázar de Sevilla. En 1933 el cuadro fue llevado al Museo del Prado para su restauración. Desde entonces, es una de las joyas del museo

El tríptico

El Prado presenta al tríptico como “la creación más compleja y enigmática del Bosco. El tema general es el destino de la humanidad, el mismo que desarrollaría luego de manera más explícita en El Carro de Heno”. 

El historiador Joaquín Yarza define al artista como “un eslabón principal entre la sacralizada mentalidad medieval y las nuevas ideas humanistas que surgieron en el Renacimiento y que iniciaron la edad moderna”. Y considera que el Jardín de las Delicias “tiene un carácter moralizante, donde el hombre aparece enceguecido por los vicios, pero hay complacencia del artista en esos vicios. El pintor condena los pecados pero se complace en representarlos”.

El cuadro de la izquierda se define como el Paraíso, exhibe a Adán y Eva y junto a ellos, el árbol de la vida y una multitud de animales. El panel central –la Tierra o “El jardín de las delicias” propiamente dicho es una explosión de figuras humanas y animales, donde la imagen del sexo esta diluida y la sensación de lujurias está dada por los bailes interminables.

Y el panel de la derecha presenta una visión del Infierno, con escenas grotescas de sufrimiento y castigo eterno. La pintura fascinó a generaciones de artistas, estudiosos y visitantes debido a su complejidad simbólica y sus múltiples interpretaciones.

En el cine y la literatura

La obra del Bosco está presente en importantes realizadores cinematográficos. Escenas de “El jardín…” o el rostro del propio pintor podrían reconocerse en obras como “Los cuentos de Canterbury” de Pier Paolo Pasolini (1972), en la primera entrega de La Guerra de las Galaxias, de George Lucas (1977) o, más cercana, “El laberinto del fauno”, de Guillermo del Toro. Tres años atrás, cuando Tim Burton presentó su propia exposición El Laberinto, en Madrid, proclamó por admiración por el cuadro del Bosco, al que calificó como “el origen de mi propio universo”.

“El jardín de las delicias” también es el título que Carlos Saura tomó prestado del cuadro para una de sus películas-denuncia sobre la represión franquista, en los 70, una película protagonizada por José Luis López Vázquez.

Un relevante narrador como Dino Buzzatti, el autor de “El desierto de los tártaros”, fue un estudioso de la obra del Bosco, a quien describió como “el maestro del Juicio universal”. Y cuando Mario Vargas Llosa fue convocado a describir su obra favorita en El Prado, no dudó.

Así contempló la obra: “Un gran tumulto, o varios tumultos de gentes que coexisten en un lugar mágico. Todo es sorprendente, aunque no tenebroso ni violento. Abundan los monstruos, pero son benignos, y los hombres y las mujeres, casi siempre desnudos, juegan, corren, se disfuerzan, practican misteriosos rituales, no hacen nunca el amor, montan cerdos, vacas, caballos, contemplados por animales que alguna vez fueron jirafas, ciervos o peces”. Y concluyó el Nobel peruano: “Probablemente nunca más esté solo, en un museo como el Prado, ante un cuadro tan querido. Estos veinte minutos no los olvidaré”.



Fuente Clarin.com

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *