“Ser hija de la víctima e hija del agresor es una carga terrible. Desde hace cuatro años intento inventarme una nueva existencia, despojada de todas las certezas sobre las que me he construido. Mi padre es un criminal y voy a tener que aprender a vivir con esa despiadada realidad. Aceptar el doloroso desgarro entre mi necesidad de justicia, de verdad, y el amor que he podido sentir por él”. Estas palabras son parte de las reflexiones que Caroline Darian comparte en su demoledora memoria Y dejé de llamarte papá (Seix Barral).
Es un libro necesario, como lo fueron dos títulos que hicieron temblar a la élites francesas: La familia grande, de Camille Kouchner, abogada parisiense que rompió un largo silencio familiar al contar los abusos sexuales de su padrastro, el reconocido politólogo Olivier Duhamel, contra su hermano gemelo cuando era adolescente. El otro es El consentimiento, de Vanessa Springora, donde la directora editorial de Julliard develó como a los 13 años quedó atrapada en una relación sexual de control y manipulación con el pedófilo intelectual Gabriel Matzneff, de 49 años.
Pero el libro de Darian es además oportuno porque pone el foco, más allá de su derrumbe familiar y su reconstrucción personal, en un fenómeno muy poco tratado: la sumisión química de las mujeres con la clara intención de violación y la ausencia de herramientas del sistema de salud público para detectar el gravísimo problema.
Un emblema mundial
Darian es hija de Gisèle Pelicot, la mujer que se convirtió en un emblema mundial al decidir que el juicio contra su exmarido, Dominique Pelicot, condenado en diciembre último a 20 años de prisión, fuera público e hizo una bandera de la frase: “Que la vergüenza cambie de bando”, aludiendo así a la que en 1976 pronunció la abogada Gisèle Halimi, referente del feminismo en Francia, cuando defendió a las belgas Anne Tonglet y Araceli Castellano, víctimas de una violación grupal.

Pelicot fue condenado junto a casi 50 depredadores sexuales, entre ellos un periodista, a quienes invitó a violar a su mujer (vía un oscuro sitio web que ya se dio de baja), previamente noqueada por una mezcla de somníferos, ansiolíticos y drogas que le suministraba en la comida y la bebida. Así fue su vida durante más de una década.
El juicio y su amplia cobertura en la prensa mundial nos exime de comentarlo. Pero sí resulta más relevante saber, por ser datos menos conocidos, que Gisèle Pelicot contrajo cuatro ETS (enfermedades de transmisión sexual) por causa de las violaciones (no se contagió HIV aunque uno de sus violadores condenados era seropositivo).
A lo largo del libro, Caroline Darian narra, de manera cruda como quien desnuda su alma, su proceso interior, su trauma posterior, la bancarrota financiera que Pelicot le dejó a su exesposa, y lo positivo de unir esfuerzos con especialistas y terapeutas para empujar cambios en el sistema sanitario francés.
Hay un punto interesante que Darian pone en el centro de debate: la violación por sumisión química y la escasa respuesta integral que la víctima recibe luego de hacer su denuncia. “Nuestra historia habrá revelado al menos un fenómeno social que sigue estando ampliamente subestimado en Francia. La sumisión química en la esfera intrafamiliar y social está mucho más extendida de lo que pensamos. Este modus operandi es el arma preferida de los depredadores sexuales”.
Subraya que “del femicidio al incesto, los escándalos de los últimos años muestran que los casos de violencia sexual suelen implicar dinámicas de poder que transforman incidentes aislados en prácticas sistémicas. Por desgracia, la sumisión química no es una excepción a la regla: la mayoría de las víctimas son mujeres, y casi en el 70 % de los casos registrados se trata de agresiones sexuales. La esfera privada es la primera implicada en este tipo de violencias”.
Y agrega que, de una muestra de 727 informes transmitidos en 2021 por la policía a través de las denuncias presentadas, se notificaron 82 casos de sumisión química. Las sustancias utilizadas son mayoritariamente medicamentos: antihistamínicos, ansiolíticos, somníferos, opiáceos, MDMA (éxtasis), y GHB, la “droga del violador”.
📌 «Un relato que busca ir más allá del simple hecho, excepcional por su duración y el número de agresores, […] para alertar sobre el peligro de la sumisión química», Le Parisien, sobre ‘Y dejé de llamarte papá’, de Caroline Darian.
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— Seix Barral (@Seix_Barral) January 26, 2025
Del sistema sanitario al judicial
Narra Darian la “errancia terapéutica” a la que se ven sometidas las víctimas de sumisión química cuando empiezan a tener consecuencias físicas. “Las víctimas callan, apenas convencidas de serlo. Su salud se deteriora”, y mientras intentan entender qué les sucede “comienza un nuevo sufrimiento, porque los médicos no están formados para reconocer la sumisión química, por lo tanto, nunca se contempla. El cansancio anormal, los lapsus de memoria, las caídas, las náuseas no se consideran relacionadas con el consumo excesivo de medicamentos”.
En los pocos casos en los que existe una sospecha de dependencia química, “el tratamiento en el hospital se convierte en un diagnóstico sin salida. Los análisis toxicológicos, los únicos capaces de revelar la presencia de sustancias sospechosas, desgraciadamente no están integrados de facto en el tratamiento. Aquí comienza un nuevo viacrucis: la búsqueda de pruebas costosas, pagadas por las víctimas. La trampa del aislamiento se cierra y, a medida que se prolonga el esfuerzo por reunir pruebas, se desvanece la posibilidad de presentar una denuncia”, subraya la autora.

Para Caroline Darian ya no se trata solo de su madre, Gisèle Pelicot (que ha recuperado su apellido de soltera tras el juicio condenatorio de su extorturador), sino de reclamar a través de su libro la actuación colaborativa del sistema judicial y del sistema sanitario.
Propone que el sistema de salud pública capacite a sus médicos y a su personal para solicitar pruebas específicas frente a síntomas que son alertas: cansancio, pérdida de memoria, naúseas, caídas inesperadas, trastornos del sueño, pérdida de peso, estrés postraumático, accidentes en la vía pública, “algunos de los riesgos evitables identificados en la encuesta nacional sobre la sumisión química”.
¿Cómo proteger a las víctimas sin dotar a los profesionales de proximidad de los medios necesarios para detectar este tipo de violencias? ¿Cómo fomentar la denuncia ante los tribunales sin reforzar los vínculos entre la justicia y la asistencia sanitaria? Volver a situar la atención a las víctimas de la sumisión química en el centro sigue siendo vital. “Lejos de ser una noticia, este tipo de violencia es un verdadero problema de salud pública”, concluye la autora.
Luego de estas reflexiones imprescindibles para mujeres de todas las franjas etarias, Darian cuenta el doloroso proceso que desde 2020 atravesó, junto a su marido e hijo pequeño, su madre, sus hermanos y sus cuñadas, al descubrir de forma brutal la perversión de su padre. Y aunque no lo perdona, y ha hecho público en una entrevista a la BBC a raíz de su libro, que espera que este muera en prisión, el libro es también un modo de reunir los trozos de su vida para seguir adelante.
El mensaje final es una reflexión solidaria: “Quiero transformar este lodo en materia noble. Es preciso ayudar a las mujeres y a los niños destruidos por la violencia sexual. Aún queda mucho por hacer en Francia para apoyar y proteger a las víctimas de agresiones y delitos sexuales después de la presentación de una denuncia”. Y nos interpela para que “rechacemos lo insoportable”.
Y dejé de llamarte papá, de Caroline Darian (Seix Barral).