En la provincia de Buenos Aires el miedo se ha convertido en un compañero cotidiano y preocupa seriamente a los que vivimos del otro lado de la avenida General Paz. Las sombras de la inseguridad y la criminalidad acechan a cada paso y se tornan realidades desgarradoras. La conmoción por los crímenes atroces de la niña Kim en La Plata y el joven Lucas en Tortuguitas, por nombrar los más recientes (hoy, podríamos ser vos o yo), ha desnudado la fragilidad de nuestra sociedad, así como la falta de responsabilidad de aquellos que deberían protegernos.
La vida humana en Argentina parece estar perdiendo su valor día a día. El caso Kim, víctima de un brutal robo cometido por dos menores, ha dejado una huella profunda en la sociedad. Este horrendo crimen, que incluyó el arrastre del cuerpo de la pequeña durante 15 cuadras, no sólo revela la creciente violencia que nos rodea, sino que también pone de manifiesto un sistema judicial que en su afán de proteger los derechos humanos, parece haber olvidado a las verdaderas víctimas. Nos encontramos ante un fenómeno alarmante, ya que los mini delincuentes entran por una puerta, salen por otra y vuelven a delinquir.
Es urgente que se revisen las leyes que regulan la imputabilidad de los menores. La actual normativa, que establece una edad mínima para ser juzgado, no refleja la realidad de un mundo donde la violencia y el crimen se han normalizado. No se trata de demonizar a los jóvenes, sino de reconocer que aquellos que cometen actos atroces deben enfrentar las consecuencias de sus acciones. La sociedad no puede seguir cargando el peso de un sistema que parece estar diseñado para proteger a quienes eligen el camino del delito.
Además, es inaceptable que en lugar de estar en las aulas, los niños se encuentren en la calle, expuestos a la influencia de la delincuencia y la violencia. La educación debe ser una prioridad, y es responsabilidad del Estado garantizar que todos los niños tengan acceso a un futuro mejor. La escuela debe ser el refugio donde se forjen valores y se construya un camino hacia la paz y la convivencia.
La indignación ha estallado en las calles y miles de voces se han levantado, unidas por un grito que resuena en cada rincón de esta tierra de nadie: ¡Justicia! ¡Seguridad! Pero, más allá de las demandas legítimas, hay un clamor aún más profundo por la necesidad de que nuestros políticos, esos que se eligen con la promesa de cuidar a sus ciudadanos, den la cara. No más discursos vacíos ni promesas incumplidas, la gente quiere acciones concretas, quiere que los escuchen y sientan la angustia que los invade.
En este contexto, la figura del político se ha convertido en un símbolo de la desconfianza. Muchos se esconden tras las cortinas de la burocracia, la inutilidad, incapacidad y falta de compromiso, mientras la ciudadanía de a pie se siente cada vez más desprotegida. La provincia de Buenos Aires ha estado marcada por la inacción, el relato y el asistencialismo, y el abandono se hace más que palpable. Los ciudadanos se ven obligados a convertirse en sus propios guardianes, a armarse de valor y determinación para enfrentar un sistema que parece haber olvidado su deber fundamental que es cuidar de la vida y la integridad de quienes viven en su territorio.
Las marchas que han recorrido las calles bonaerenses en busca de justicia son un testimonio del dolor y la desesperación que se siente ante la pasividad de las autoridades. En cada paso se lleva la esperanza de que alguien escuche y comprenda la angustia de las familias que han perdido a sus seres queridos. Pero, ¿dónde están los que tienen el poder de cambiar esta situación? ¿Dónde están aquellos que en lugar de dar la cara, eligen esconderse detrás de la indiferencia? Es más importante la interna política, ante la proximidad de las elecciones de medio término, que la vida de quienes trabajan y estudian.
Es hora de que los políticos, los jueces y todos aquellos que tienen el poder de cambiar las cosas, escuchen y respondan. Es hora de dar la cara. La vida de cada uno de nosotros depende de ello. Dar la cara es un acto de valentía y de asumir la responsabilidad. Es reconocer que la seguridad de la población no es un tema de campaña, sino una cuestión de vida o muerte. La historia de Kim y Lucas no puede ser una noticia más en la sección policiales de un diario u otro número frío en las estadísticas de un país que se ha acostumbrado al dolor. Ellos, como tantas otras víctimas merecen justicia y nosotros como sociedad merecemos vivir en paz
Francisco Manuel Silva / frsilva50@gmail.com
A quemarropa, ¿hasta cuándo?
“Cuando calienta el sol, aquí en la playa”, ¿se acuerdan del éxito de Luis Miguel?. Bueno, con ese ritmo, con guitarras eléctricas, trompetas y un oficial que cantaba: “El operativo Sol, aquí en la playa, la Policía va a estar cerca de ti…”, anunciaba Axel Kicillof su espectáculo de verano en la Costa bonaerense a fines del año pasado. Pero el dato indigna: denunciaron al gobernador por haber gastado 100 millones de pesos en esos instrumentos musicales, en medio de la ola de inseguridad. Mientras las bandas de delincuentes y asesinos no se toman vacaciones, la banda de música de la Policía Bonaerense hacía el ridículo.
En la provincia de Buenos Aires hay un robo cada cuatro minutos. Lo dicen las estadísticas de denuncias de 2024 del Ministerio de Seguridad de la Nación. Y lo demuestran los hechos en estos dos meses de 2025, el mensaje es claro: sin compasión. El sábado 15 de febrero, en La Plata, un enfermero fue asesinado por motochorros. El sábado 22, motochorros le dispararon a un hombre para robarle la camioneta en Ituzaingó. El martes 24, Lucas fue asesinado por motochorros en Tortuguitas. El miércoles 25 de febrero fue el brutal asesinato de Kim Gómez, de 7 años, en La Plata. El mismo miércoles, asesinaron de un tiro en la cabeza una mujer para robarle la camioneta en Vicente López. También, ese día en Loma Hermosa, Tres de Febrero, motochorros balearon a una pareja para robarle la bicicleta. El martes 28 en La Matanza asaltaron a un hombre para robarle el auto, quiso escapar corriendo pero igual lo mataron de un tiro por la espalda.
Los salvajes se manejan sin códigos y la modalidad es a quemarropa. Y la pregunta es, ¿hasta cuándo? Hoy, las culpas se entrecruzan en los tuits de Kicillof y Milei, mientras la seguridad queda relegada. Y la desidia, la inoperancia, el desinterés y el silencio cómplice, provocan en el Conurbano un nuevo asesinato todos los días.