Hablando de de la película The Substance una amiga me advierte, “mirala cuando estés de buen humor porque es un poco asquerosa”, así que tardo en llegar a la película (pero el adjetivo me queda resonando).
Para los psicólogos evolucionistas, el asco es una de las emociones fundamentales compartidas por todos los seres humanos. Una respuesta instintiva para protegernos de un peligro, sea la leche podrida que (¡justo a tiempo!) evitamos ponerle al café o ese olor que nos obliga a fruncir la nariz y hurtar el cuerpo a un lugar que nos repugna. Ese sería el asco básico, pero en el siglo XVIII la emoción se complica. La Ilustración se obsesiona con la armonía como sinónimo de belleza y descarta todo lo que no se ajuste a ella. Entonces empieza a hablarse de obras de arte, de gente y de conductas “asquerosas”. Se llega así al asco como filtro moral, especie de “instinto de protección educado”.
Y bien, mi amiga sabía lo que decía. The Substance es asquerosa en ambos sentidos. Por un lado, las escenas que se complacen en mostrar la degradación del cuerpo de la protagonista, esa ex diva de la TV aeróbica (que se ve espléndida, hay que decirlo) empujada a medidas extremas por culpa de la misoginia de los gerentes de su canal. Por el otro, la deformidad misma de la película, que empieza tomándose en serio su premisa (el trillado tema del doble) para deshacerse de ella en la mitad de la historia, punto en el que se entrega al grotesco sin atenuantes. Varios críticos intentaron rescatarla haciendo hincapié en la risa. No la vi en el cine así que ignoro si a alguien le causa gracia una mujer reducida a una cabeza pulposa adornada con un arito exponiéndose al odio sin freno del público que le exige ser “la otra”.
Y si a esto se suman las largas secuencias del cuerpo de esa otra, una joven de 18 años que parece generada por una IA para mayor disfrute de todos los varones del mundo, bueno, digamos que el film no está ni cerca de tocar los dilemas morales que Dorian Gray sigue planteándonos desde hace más de 100 años. Otros dirán: es entretenimiento sin pretensión, tipo las novelas de Palahniuk, en las que los fantasmas se tiran pedos y las tripas de los personajes salpican a todos. Hagsploitation. Sátira sexista. En todo caso, aburrida y facilista.
Y sin embargo, The Substance tiene una imagen notable: Demi Moore, hermosa y potente, enfundada en ese largo abrigo amarillo (de ahora en más, para mí, icónico), caminando con bronca, decidida a que nadie le diga que se le acabó el tiempo. La mejor secuencia es el reencuentro con un compañero de colegio que la invita a salir: después de probarse mil outfits, no va porque se siente fea. Hay algo ahí que la película decidió no explorar. Me pregunto si todo lo que sigue (el asco) no será una forma de advertencia para las mujeres de más de 50 años sin hijos ni marido (¡incluso sin amigas!), pero demasiado hermosas y exitosas como para tener derecho a una vida. O sea: o sos la vieja de los gatos, o lo único que te espera es el ridículo y el castigo.