No se sabe cómo Leon Degrelle –líder de la ultraderecha belga- consiguió salir del frente ruso durante 1944, en medio del desbande alemán y de la ofensiva del Ejército Rojo (sus relatos posteriores son una mezcla paranoica entre realidad y fantasía). Pero una vez que Bélgica fue liberada por los aliados, la suerte de Leon Degrelle estaba echada.

Fue el canciller nazi Joachim von Ribbentrop quien le aconsejó que escapara y se escondiera, cómo y donde pudiera. Desde Oslo, con un puñado de ayudantes, se apoderó de un pequeño avión alemán (un Heinkel bimotor) y emprendió la ruta del oeste. Atravesaron Francia y al llegar a San Sebastián, el avión se estrelló junto a la espléndida Bahía de la Concha. Degrelle sobrevivió. “El avión ya no tenía combustible. Pero aterrizar en Francia significaba una muerte segura. Así que el piloto aprovechó las últimas reservas y llegamos hasta San Sebastián”, contó. 

Degrelle, gravemente herido, estuvo internado más de un año en el Hospital Mola. Se cree que Franco –a esa altura, intentando distanciarse de los nazis- quiso entregarlo a los aliados pero otros influyentes de su régimen lo impidieron.

Si los nazis tuvieron sus serviles aliados en cada uno de los territorios ocupados –como los ustachas en Croacia o la Cruz Flechada en Hungría, entre otros- los Rexistas  liderados por Degrelle, originalmente surgidos como ultracatólicos, fueron su fuerza de choque en la Bélgica ocupada. Una vez protegido en la España franquista, su vida transcurrió allí plácidamente hasta su muerte en Málaga, en 1994, a los 88 años.

Abordaje literario

Una de las curiosidades de Leon Degrelle es que mucho tiempo después de la  fuga, y creyendo que la tragedia de la Segunda Guerra Mundial sería un recuerdo lejano, se creyó un personaje mediático, reivindicó nuevamente a Hitler y al nazismo, además de negar el Holocausto y proclamarse antisemita. Hasta que le exigieron de que se callara.

Otra curiosidad es que su nombre resurgió hace poco en otras páginas literarias. La novela “Los alemanes” de Sergio del Molino, distinguida con el premio Alfaguara del año pasado, le dedica un pasaje a las andanzas de Degrelle por España (aunque no es el eje de ese excelente libro). Hace pocos días, otro notable de las letras españolas, Arturo Pérez-Reverte, recordó su propia época de periodista, cuando viajó hasta Benalmádena y lo entrevistó para la televisión española:

“Degrelle estaba encantado y hablaba hasta por los codos. Habló con absoluta ausencia de complejos de su vida, del nazismo, del partido Rex en Bélgica, de sus combates con la brigada Walonia en el frente ruso. ‘No no era un político, sino un soldado’ insistía… Y lo mejor lo dejé para el final: ‘¿Hay algo de lo que se arrepienta en su vida?’ fue la pregunta. Y la respuesta surgió, seca, reveladora, contundente: ‘Me arrepiento de no haber vencido’”.

El protagonista de “Las benévolas” de Jonathan Littell, premiado en 2006 con el Goncourt y con el Gran Prix de la Academia Francesa, también tiene una conexión con Degrelle. Littell afirmó que el tono del lenguaje para su personaje, Max Aue, se inspiró en “La campaña de Rusia”, uno de los tantos libros (o panfletos) que dejó Degrelle.

En un pasaje del libro de Dal Molino, uno de los personajes apunta: “¿No sabe que Degrelle murió de viejo en Málaga, donde todos le conocían y le saludaban como a un anciano venerable, amante de las artes, excelente conversador y amigo de sus amigos? Hasta escribía libros y daba conferencia negando el holocausto. Decía que era un invento de los judíos para victimizarse y seguir dominando el mudo. Lo pasó divinamente”.

El fanático

Degrelle nació en 1906 en Bouillon y estudió en la Universidad de Louvaina. Al mismo tiempo se convirtió en un fanático de la ultraderecha de la década del 30 y, con un amplio despliegue de prensa, su partido Rexista superó el 10% de los votos en las elecciones del 36, colocando veinte diputados en el Parlamento belga. Cuando los alemanes ocuparon el país, Degrelle fue su principal aliado y él mismo se alistó en el ejército (la Werhmacht) y en las SS, quedando al mando de la Legión Valonia. Afirmó que el propio Hitler lo condecoró dos veces y lo elogió como “el hijo que siempre quise tener”. Degrelle le devolvería esos favores, llamándolo “el hombre más grande de nuestra época”.

Su huida a España, la protección de algunos personajes y su nuevo documento como León Ramírez Reina, le permitieron eludir los Juicios de Nurenberg.

La crónica del diario ABC sobre su aterrizaje en San Sebastián indicaba: “Los donostiarras que presenciaron el accidente se quedaron perplejos. Cientos de vecinos se despertaron con el ruido del choque del avión contra el agua y fueron corriendo a ver qué pasaba. Algunos, en pijama, se acercaron hasta la orilla para ayudar a los desconocidos pasajeros. Y a lo largo del día cientos de personas se acercaron a ver el Heinkel-111. Ahí se extendió el rumor de que dentro iba el mismo Hitler, algo a lo que ayudó, sin duda, la enorme esvástica visible en la cola”.

En su reaparición mediática a fines de los 60 no eludió ningún tema. Publicó libros como “Frente del Este”, “Almas ardiendo” o “Hitler por mil años”. Concedió reportajes. En uno de ellos, también por ABC en 1969, afirmó que “teníamos una gran comunidad espiritual con La Falange, nos unía una gran base cristiana. Los dos nos preocupábamos más de los valores espirituales, porque para nosotros conseguir el poder no era solo tener el mando político o el posible interés material del hombre. Por encima de todo estaba nuestra responsabilidad espiritual, no para convertir nuestro movimiento en una religión nueva, sino para permitir la libre expansión de los libres valores morales y religiosos”.

En Bélgica ya casi no quedan nostálgicos de Degrelle y su partido de fanáticos. Pero otros discursos de odio, tan comunes como en el resto de Europa, son una señal de alarma.



Fuente Clarin.com

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *