Nuestro país tiene un largo historial en oscilaciones de comportamiento en sus relaciones exteriores. Plegarse o sustraerse. Alinearse o no alinearse. Participar activamente en los organismos internacionales o bajar el perfil al máximo y, ahora también, retirarse ruidosamente de foros y compromisos de los que fuimos destacados actores.

Es nuestro modo de “ser en el mundo”. Creemos -o al menos así ha resultado de las decisiones de nuestros gobernantes- que podemos “entrar”, “estar”, tomar atajos o “salirnos” del sistema internacional a nuestro antojo, y que en eso consiste la soberanía. Es una fama que nos hemos granjeado: la de un país ciclotímico y propenso a a la pendularidad.

Una mala fama contrastante con otra tradición: la de una diplomacia profesional y con visión universalista, que tuvo destacado reconocimiento y actuaciones que descollaron en las relaciones bilaterales y multilaterales, trascendiendo a los gobiernos de turno y en muchos casos evitando, atenuando o reparando los daños que sus decisiones causaban.

Hace 80 años se realizaba la Conferencia de Chapultepec, un hito de las relaciones hemisféricas del que saldrían el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca), en 1947, y la Organización de Estados Americanos (OEA), en 1948. Participaron veinte países, todos los miembros de la Unión Panamericana. Todos menos uno: Argentina. Lo haría tardíamente, poco después, luego de sostener la neutralidad durante gran parte del conflicto.

La conferencia de Chapultepec se celebró en Ciudad de México del 21 de febrero al 8 de marzo de 1945, pocos días después de la Cumbre de Yalta, y tuvo como propósito fortalecer la cooperación entre los países americanos y definir una postura común para encarar la posguerra. La Declaración final estableció el principio de seguridad colectiva, según el cual cualquier ataque contra un país americano -tanto extracontinental como dentro de la región- sería considerado una agresión contra todos. Y se trató también en ese cónclave el “caso argentino”, las condiciones para la readmisión de nuestro país al sistema interamericano y su posterior incorporación a las Naciones Unidas. Una resolución, aprobada por unanimidad, el 8 de marzo del ’45, comunicaba al gobierno de Buenos Aires lo siguiente:

1. Deplorar que la Nación Argentina no haya encontrado posible hasta ahora tomar las medidas que hubieran permitido su participación en la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz, con cuyas conclusiones se consolida y extiende el principio de solidaridad del hemisferio contra toda agresión.

2.Reconocer que la unidad de los pueblos de América es indivisible y que la Nación Argentina es y ha sido siempre parte integrante de la unión de las repúblicas americanas.

3.Formular sus votos por que la Nación Argentina pueda hallarse en condiciones de expresar su conformidad y adhesión a los principios y declaraciones que son frutos de la Conferencia de México, los cuales enriquecen el patrimonio jurídico y político del Continente y engrandecen el derecho público americano al cual en tantas ocasiones ha dado la Argentina contribución notable”.

En marzo de 1945, el gobierno argentino dio el gran paso que permitiría al país reintegrarse en el sistema interamericano y participar en la Conferencia de San Francisco (abril-junio) que sancionaría la Carta de las Naciones Unidas. El TIAR, como sabemos, fue invocado en numerosas oportunidades para enfrentar la injerencia de la Unión Soviética en la región, pero no se activó cuando la Argentina enfrentó a Gran Bretaña en la guerra del Atlántico Sur (1982).

Archibaldo Lanús, Mario Rapoport y Leandro Morgenfeld, autores de trabajos de referencia obligada sobre el tema, ilustran sobre la importancia de aquella Conferencia de Chapultepec, hito en la diplomacia interamericana que reafirmó, al mismo tiempo, la influencia de Estados Unidos como potencia global y su incumbencia -o injerencia- en América latina. Ochenta años después, la elección del nuevo secretario general de la OEA, en un nuevo contexto hemisférico y global, se puede inscribir en esta perspectiva histórica.



Fuente Clarin.com

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