“Yo en vacaciones pierdo peso”, se suele escuchar. Pero aunque muchos piensen que el verano se presta para perder algunos kilos, la mayoría de las investigaciones publicadas muestran que no es así. Las vacaciones, mal que nos pese, engordan.
¿Por qué sucede esto? Las razones son varias. Por un lado, está el cambio de escenario, con lo que esto implica, por ejemplo, en relación a la tentación de disfrutar de todo aquello que se nos ofrece en un tiempo acotado, lo que incluye la ingesta de alimentos y bebidas que no integran nuestra dieta cotidiana.
Y ese salir de la rutina también involucra la interrupción de hábitos vinculados a la comida. Los horarios más relajados no ayudan a mantener una conducta alineada con un estilo de vida saludable.
Como si fuera poco, el calor y la cocina no son compatibles. Con las altas temperaturas, no encendemos tanto el horno, ni la hornalla. Recurrimos a alternativas rápidas como sándwiches, picadas, snacks salados, empanadas y pizza, con un alto contenido calórico. Y en la parrilla no solemos grillar verdurita, sino morcilla, chorizo, chinchulín y molleja.
Todo lo que puedas comer
Ni que hablar del desayuno de hotel, el all inclusive o el crucero. De esos lugares en los que tenés oferta continua de comida, podés volver hasta con cinco kilos más. Es que sentimos la necesidad de amortizar lo que pagamos de antemano para sentir que no perdimos dinero.
Hay una explicación científica y ancestral para esto. Hace millones de años, la comida era escasa y necesitábamos comer todo lo que había disponible, para cuando no hubiera. Como un comportamiento no aprendido, inscripto en nuestros genes, los humanos de hoy seguimos siendo “monos completadores”, estamos programados para terminar todo lo que tengamos enfrente.
La cervecita y las calorías ocultas
También impactan los tragos, el vino y la cerveza. En verano, el incremento de la vida social, sumado al efecto refrescante y la sensación agradable de “la copa en la mano”, favorecen un aumento del consumo.
El alcohol, como hemos hablado en columnas anteriores, lejos de sustituir al agua como fuente de hidratación, provoca aumento del apetito y disminuye el autocontrol.
Todo está relacionado. Por un lado, el consumo de grasa aumenta un péptido llamado galanina en el cerebro, y este aumenta la preferencia por el alcohol.
El incremento simultáneo de opioides (una especie de morfina natural) disparado por las dietas altas en carbograsas, a su vez eleva el deseo de ingesta de alcohol.
Y hay neurotransmisores en el cerebro, como la orexina, que estimulan el consumo tanto de grasa como de alcohol. Por eso te resulta tan difícil resistirte a las papas fritas y al maní cuando tenés una cerveza o un trago delante tuyo.
Aburrimiento y hambre emocional
Durante las vacaciones, además, tenemos más tiempo libre, que percibimos como “aburrimiento”. En realidad, es tiempo de ocio, absolutamente necesario para escapar a la cultura del rendimiento en la que caemos durante el resto del año, en la escuela, en el trabajo.
Ese aburrimiento dispara el deseo de comer o beber, aumenta el “hambre emocional”, que nada tiene que ver con el hambre real, fisiológico.
Y en el caso de que tengamos vacaciones activas, con chapuzones, paseos en bicicleta, caminatas, o cualquier actividad que genere un gasto calórico (¡bien!), hay que tener cuidado con el lado b: llegar hambriento y devorar todo lo que se nos cruce en el camino.
En síntesis: las vacaciones propician un cambio en la rutina, las actividades fuera de casa cambian y se multiplican, y el resultado es que comemos peor.

Consejos para evitar subir de peso en vacaciones
En principio, pesaje regular, al menos 2 veces por semana. Eso te va a permitir llevar un autocontrol.
Por otro lado, te llamo a la reflexión mediante un análisis simple de cuánto ejercicio deberías hacer para compensar el exceso de comida del verano. Por ejemplo: una hamburguesa puede requerir más de una hora y media de tenis single; una cerveza, 50 minutos de caminata; y un cucurucho de helado, alrededor de una hora de spinning.
Por eso, pensá: ¿qué preferís? ¿Pasarte el día haciendo actividad física durante las vacaciones para no ganar peso en lugar de descansar? ¿O mejorar la calidad y cantidad de comida y bebida y solo moverte cuando tenés ganas, sin perderte la siestita o ese rato reparador de reposera y libro mientras la brisa marina te despeina?
Así que te propongo que hagas una caminata a la verdulería y surtas tu heladera con fruta y verdura. Recordá que la idea es ser vegetariano a tiempo parcial. Incorporá también alimentos frescos como carnes magras, huevos, quesos, yogures.
Y lo sabroso, compralo en la porción justa para que alcance para el día, no acopies: una o dos facturas para cada uno, 30 gramos de papas fritas o un choripán. Como siempre te digo: recordá que no es la última cena y la vida continúa después de las vacaciones.
¿Te perdiste alguna cita al consultorio?
Encontrá las últimas acá:
➪¿El déficit calórico es la fórmula para bajar de peso?
➪El método para adelgazar que te condena al fracaso
➪Siete consejos para no perder el control en las fiestas
➪Respuesta a la pregunta que más me hacen en el consultorio
➪¿Tenés alguna duda sobre salud y bienestar que te gustaría que abordemos en la sección? Entrá al Centro de Ayuda de Clarín haciendo click acá, ingresá a Mensaje a la redacción y luego a Preguntas a Buena Vida. Escribinos tu consulta y enviá. ¡Listo!