La imagen de Cristina Kirchner cae en las encuestas del conurbano mientras ella percibe que podría suceder lo que quiso evitar durante los últimos 15 años: que las causas en su contra -que se obsesionó con freezar de por vida- se recalienten, una tras otra, camino a su ocaso político. La tormenta perfecta.
Ya tiene condena confirmada por Casación en la causa Vialidad -la justicia comprobó que le daba la obra pública de Santa Cruz a Lázaro Báez a cambio de coimas-, y ahora el caso está en la Corte.
Si el fallo se convalida o se agrava (el fiscal pidió que le dieran el doble de los seis años que recibió como condena), Cristina será una convicta condenada por corrupción con una sentencia definitiva.
Aún antes de que se pronuncie el procurador, Cristina recusó este lunes a Ricardo Lorenzetti, uno de los jueces de la Corte, por haber dicho que el fallo debía salir cuanto antes. Allí, la ex presidenta se autopercibió “proscripta”.
Cristina asocia el fallo a la condena y recurre al viejo truco de buscar tiempo con chicanas infinitas.
La estrategia le sirve para revictimizarse y mantener a flote una iniciativa política que apenas sobrevive en sus tuits arrabaleros (Che Milei, en vez de aquel Che papusa oí, de Cadícamo, que grabó Julio Sosa).
El truco es un perro que se muerde la cola: las causas por corrupción contra los políticos se politizan, y entonces los imputados tratan de imponer que la acusación es con fines políticos, mientras los hechos reales se difuminan en un segundo plano.
En esa lógica narrativa, el acusado pasa a ser un inocente perseguido, los hechos ya ni deben considerarse y la justicia muere.
Fue la ex presidenta brasileña Dilma Rousseff quien le trajo el nombre en inglés a Cristina, en diciembre de 2017, y ella lo hizo carne y bandera: lawfare.
Es una trampa que vale para cualquiera.
También para Milei y la investigación sobre el escándalo cripto, que ahora la oposición usa para desprestigiar a los candidatos porteños de La Libertad Avanza.
En ese punto, la politización de los casos penales es un bumerán para opositores, que ayuda a la victimización de los imputados por contraste: si se usa en campaña, pierde credibilidad. Si es menos creíble, suena menos cierto.
Eso tapa los hechos temporalmente, aunque no los borra.
En medio del humo, la investigación cripto continúa.
Si la Corte hiciera lugar al pedido de recusación de Cristina -una hipótesis inverosímil por su endeble argumentación- habría que sortear un conjuez entre los presidentes de todas las cámaras federales del país para entender en el caso, y ver luego si se alcanza una mayoría en la decisión final.
Si no, seguir sorteando mientras los tiempos se estiran más y más.
Pero estos tiempos dependen de la Corte, no de Cristina.
El “apuro” de Lorenzetti pareció más un dardo envenenado a sus pares Rosatti y Rosenkrantz que una amenaza a la ex presidenta.
Este miércoles, el propio Lorenzetti ya les pidió a sus colegas que rechazaran de inmediato el pedido de su recusación.
¿Será que la Corte esperaba ver la temperatura de ficha limpia en el Congreso antes de elegir entre el acelerador o el freno sobre la causa Vialidad?
La voltereta de los senadores misioneros que responden a Carlos Rovira, el ex gobernador que viene actuando como aliado del Gobierno, terminó bajando la ley y dándole más aire a Cristina.
Los senadores kirchneristas estallaron en un abrazo, más eufóricos que sorprendidos.
¿Fue una maniobra urdida para dejar a Cristina en carrera, especulando con que al Gobierno le podría ir mejor en la elección con ella adentro que con ella afuera?
Si fue así, más casta no se consigue.
Ahora las luces vuelven sobre la Corte.
Su fallo sobre Cristina presa influirá decisivamente en la política argentina si sucede rápido. Y, quizá aún más, si no sucede.