“Proscripción”, “traición”, palabras que en el peronismo adquieren una fuerte reverberación, han vuelto a usarse con intensidad forzando comparaciones históricas y liderazgos.

La primera intenta coronar una “persecución judicial”, haciendo responsable a la Corte, como cabeza del Poder Judicial, de desplegar una estrategia de exclusión política; la segunda, descalificatoria, quiere directamente sofocar cualquier cuestionamiento a la jefatura del justicialismo.

La “proscripta” sería Cristina Kirchner. El “traidor”, Axel Kicillof.

Un fallo de la Corte puede dejar firme su condena y mandarla a la cárcel por corrupción, luego se verá donde -y si- la cumple. La ex presidente se ha anticipado con su candidatura provincial para mostrar que está dispuesta a volver al barro del conurbano, como un acto de sacrificio militante aunque puede ser visto además como un signo de debilidad, y también hacer más evidente que es un fallo judicial, no la política, el que la sacaría del juego.

En la lógica histórica del peronismo es “proscripción”, basada en que solo la “voluntad popular” puede ungir o eclipsar a sus líderes. Cualquier decisión institucional, en este caso de la Justicia en un caso que tiene condena por corrupción, tendría la principal intencionalidad política de impedir la candidatura de Cristina. Se repite así la perniciosa táctica de jugar dentro del sistema institucional para denunciarlo luego como ilegítimo y persecutorio cuando el viento viene de frente.

Los actuales tres jueces de la Corte -Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti- deben ponerse de acuerdo o llamar a conjueces si hay opiniones contrarias. Está la oportunidad pero esta semana no se decidiría nada, aseguran, aunque la mesa está servida para el fallo. Después de rechazar la recusación de Cristina a Lorenzetti, la especulación sobre la inminencia de la decisión llenó de ansiedad la política. No es un secreto que el juez supremo cree que hay que resolver el tema rápidamente, metiéndole presión a sus colegas, como tampoco lo es el hecho de que el gobierno preferiría que Cristina sea la candidata para confrontar con ella.

Hay una curiosa y paradojal coincidencia entre las necesidades vitales del peronismo y las de Javier Milei. Esa coincidencia es Cristina.

La polarización con la ex presidenta es el principal insumo electoral libertario, tal como quedó patente en la participación oficial para hacer caer Ficha Limpia. Se justificaron diciendo lo hacían para perjudicar a Mauricio Macri en la elección porteña, cuando tuvo otro objetivo: mantener viva la candidatura de Cristina. Desde la otra vereda, la actual presidenta del PJ es la carta más fuerte a jugar en esta partida electoral en la sección más populosa del Gran Buenos Aires.

La alta audiencia que siguió su reaparición televisiva -presentada en modo de un grosero remedo de reportaje periodístico- demuestra que es una figura que aún despierta atención e interés, en un país donde se palpa fácilmente la atonía política. Un apunte lateral sobre el discurso de Cristina: advierte de la necesidad de aggiornamiento de las propuestas en un mundo que claramente ha cambiado, pero su naturaleza puede más que esa percepción.

La Corte mantendrá entonces abierta la expectativa por lo menos un tiempo más, aseguran en el Palacio de Tribunales, sin dejarse llevar por la ansiedad coyuntural, en la que la propia Cristina parece esperar lo peor para ella. Ya hizo la jugada. En la tensa reunión que mantuvo con su antiguo discípulo y admirador, actual gobernador de Buenos Aires, le dijo que el desdoblamiento electoral en la provincia ha sido un error grave, como le ocurrió a Jorge Macri en la Ciudad y le costó una prematura derrota.

El intento de provincializar la elección es vano porque en septiembre y en octubre, el clásico será Milei-Cristina. Con el desapego que tiene hoy la sociedad con la política, la abstención como protesta será un factor decisivo. Acierta Cristina cuando dice que la división -en dos o en tres- del peronismo es asegurar la victoria del oficialismo nacional pero también debe ser consciente de que la unidad a cualquier precio no le garantiza el triunfo.

Kicillof, preso de su alianza con los intendentes, se atreve en los hechos a desafiar ese liderazgo y eso, para el kirchnerismo y aledaños, lo convierte inmediatamente en un traidor. En ese cónclave, el gobernador se quejó del acoso y presión al que lo someten los ministros cristinistas de su gabinete, sin que él se anime a tomar una medida drástica para sacárselos de encima. ¿Aporte a la “unidad”, otro valor intrínseco del peronismo muchas veces ignorado, o impotencia simple y dura?.

Lo más importante, sin embargo, es que la resolución de la actual tensión interna en el peronismo está en manos de la Corte: el gobernador objetivamente resultaría un beneficiario directo de la salida de escena de la ex presidenta.

Por otras cosas y, principalmente por esto, Kicillof habla de futuro. Un futuro sin Cristina.



Fuente Clarin.com

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