Pienso en ese hombre al que le mataron la mujer y sus hijos. Que fue salvajemente separado de su familia. Que estuvo cautivo de la forma más brutal. Que fue torturado física y psicológicamente. Que fue liberado sin saber del paradero de su familia. Que después recibió la noticia de las muertes. Que tuvo que enterrar en un pozo el abrazo que tenía preparado para darles.

Releo sus palabras: “Lo que ha sucedido no podemos cambiarlo más. Lo único que podemos hacer es aprender del pasado y tomar conciencia de lo que la discriminación y la persecución de personas inocentes pueden significar”. Ese hombre era Otto Frank y todos creímos que su historia no volvería repetirse jamás.

Otto había nacido en 1889. Se había casado con Edith Holländer y tuvieron dos hijas, Margot y Ana. Vivían en Alemania. A principios de 1933 dejaron su país para escapar del creciente antisemitismo de Hitler y sus seguidores. Se instalaron en los Países Bajos para reorganizar la vida. A los pocos años el Ejército Alemán invadió los Países Bajos y aplicó las leyes raciales del régimen nazi.

Los Frank intentaron emigrar a Estados Unidos pero no consiguieron los documentos necesarios. Otto acondicionó un escondite en una parte vacía de su empresa en una calle que bordea uno de los bellos canales de Ámsterdam. El 6 de julio de 1942 la familia Frank se trasladó al escondite, a unos cuartos camuflados en ese pequeño lugar que llamarán la “Casa de atrás”. Vivirán ahí escondidos más de dos años. Sus hijas tenían 16 y 13 cuando entraron. En ese tiempo y en ese espacio Ana escribe su diario.

Una mañana violenta irrumpen agentes holandeses dirigidos por oficiales de las SS.y se llevan a los ocho habitantes, más sus dos protectores. Son arrestados y enviados a campos de concentración. El fascista que los había denunciado ganó 60 florines, 7,50 por cabeza, por entregar al grupo.

Cuando Otto fue liberado de Auschwitz, el 23 de febrero 1945, le escribió una carta a su madre: “Es un milagro que aún siga vivo, he tenido mucha suerte y debo estar agradecido. No sé que ha sido de Edith y las niñas, no las veo desde el 5 de septiembre de 1944, lo único que sé es que las trasladaron a Alemania.” Edith, Margot y Ana habían muerto poco antes en los campos de concentración.

El Diario de Ana Frank, encontrado en medio del caos dejado por la Gestapo, fue publicado por Otto en 1954 y se transformó en uno de los libros más impresionantes que hasta hace poco se leían como testimonio de un genocidio y un período histórico lejano.

Yarden Bibas fue secuestrado junto a su esposa Shiri y sus hijos Ariel y Kfir el 7 de octubre de 2023. Cuando un año y cuatro meses después fue liberado, también en febrero pero de 2025, escribió sobre su mujer y sus hijos: “Todavía están allí. Mi luz sigue allí y, mientras ellos sigan allí, todo aquí seguirá siendo oscuro.” A los pocos meses recibió sus cuerpos. Las similitudes entre el destino de Otto y el de Yarden aterran. Creíamos que el mundo y el antisemitismo hoy eran distintos.

Yarden leyó en la despedida a su familia: “Shiri, por favor, cuídame. Protégeme de las malas decisiones. Escúdame de las cosas dañinas y protégeme de mí mismo. Cuídame para que no me hunda en la oscuridad.” Imagino a Margot y Ana con Ariel y Kfir. Niños asesinados por ser judíos. Imagino qué le diría Otto Frank a Yarden Bibas.

Analía Sivak es escritora y periodista



Fuente Clarin.com

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