“Su mujer (la de Nicolás II) era quien gobernaba el país y Rasputín la gobernaba a ella. Rasputín insinuaba, la zarina ordenaba y Nicolás obedecía”. La cita es de N. Wrangel de Recuerdos: De la servidumbre al régimen bolchevique. Y luego, aparece en Rasputín, el diario secreto (de Alexandr y Danil Kotsiubinski) una biografía de esa lengua bífida rusa que integraba un triángulo de hierro de otra era, la de los zares rusos que iban a perderlo todo con la Revolución de Octubre del 17. De todos modos, el tiempo que esa tríada manejó los destinos de la madre Rusia funcionó muy bien, al menos para la imaginación del matrimonio de los zares y del consejero al que la historia encuentra como un hombre muy poderoso.
Pero si de triángulos de hierro hablamos, tenemos uno muy cercano y que dirige nuestros destinos, el del presidente Javier Milei, su hermana Karina y el asesor presidencial monotributista Santiago Caputo, joven estratega que, lejos de ser un intelectual, es un asesor 24/7 ungido con poderes múltiples. De él, los periodistas Maia Jastreblansky y Manuel Jove escribieron una atrapante y vertiginosa biografía titulada El monje (Planeta) en la que investigaron y reconstruyeron la vida del joven asesor cuyos retazos de vida no estaban ocultos, pero faltaban manos que lo reconstruyeran, por momentos con ritmo de John Le Carré y método de análisi de la fuente pública. Es decir, aquello que está a la vista como ocurre en el cuento “La carta robada” de Edgar Allan Poe. Esa interpretación es clave.
El monje es una biografía que atrapa porque hay una investigación que revela una vida –periodísticamente- interesante. Una hoja de ruta muy dinámica que se escurre por entre los intersticios de la oscuridad del poder. Un perfil ideal para entender los tiempos que corren y que los autores lograron trazar con talento y habilidad para dar cuenta de quién es ese “monje”, esa “eminencia gris” como suelen clasificar en España, que protagoniza la vida subterránea de este gobierno.
De todos modos, podemos imaginar con certeza que el mismo Caputo es el que escribe su autobiografía dentro de su inframundo, ese que se ubica en el revés de la trama que todos vivimos. Allí habitan otros seres que frecuentan las bares virtuales seguros de que el mensaje de odio es el que llega con certeza y el que más paga.
De eso se ocupan los seres que tratan de ser invisibles, pero los tienta demasiado la superficie, mostrar lo que planificaron en el mundo que se activa cuando todos duermen. Así lo hacía el Coti Nosiglia, por ejemplo, o al menos generaba el clima para que se pensara eso y se lo considerara responsable de cuanta acción política desestabilizadora ocurriera en los años del alfonsinismo y después también. Antes, el Brujo López Rega oficiaba de consejero que tentaba fuerzas oscuras para conseguir lo imposible. Falló simpre.
Caputo reúne características variadas, parece obsesionado por no dejar huellas (no usa tarjeta de crédito, ni tiene ninguno de los autos que maneja a su nombre), pero se deja ver para generar alguna imagen, algo que pueda atemorizar, sus anteojos oscuros, su presencia en las penumbras del Congreso o restos de cigarrillos y energizantes que consume en la Casa Rosada.
Nada tiene que ver con los intelectuales que rondaban la escena de Alfonsín, Chacho Álvarez o Néstor Kirchner. Tampoco con expertos, economistas y científicos que han acercado proyectos e ideas a presidentes y parlamentarios.
En Rasputín, señalan los Kotsiubinski, la capacidad de ejercer una influencia psicológica sobre las personas se completaba con una finísima intuición, que le permitía actuar como un ‘profeta’, y no solo con su propio porvenir.
El consejero de Milei mezcla un poco de todo para volverse también un “ingeniero del caos” para los enemigos o un “mago del Kremlin” con su líder, como lo calificaría el autor de estas categorías, el italiano Giuliano Da Empoli. El retrato volcado en El Monje deja varias imágenes o ideas fuertes. Marco dos en una misma acción. El del espía malogrado que se reune en una oficina sin ventanas y que se despide de los periodistas augurando un final exitoso para el gobierno, pero no para sí mismo.