El Espíritu Santo, posiblemente, sea el menos comprendido de las tres personas divinas. Sin embargo, es el gran protagonista de la vida interior y el motor de la acción evangelizadora.

Junto al Padre y al Hijo, es una de las tres personas de la Santísima Trinidad y ocupa un lugar central en la fe cristiana. Tanto que su presencia ha sido reconocida desde los primeros tiempos del cristianismo.

La palabra Espíritu proviene del latín spiritus, que significa aliento o soplo. Por eso, podría decirse que es el aliento de Dios, una fuerza invisible pero poderosa que anima y renueva toda la creación.

El Catecismo dice que los dones del Espíritu Santo son siete: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

En el Antiguo Testamento, el Espíritu da vida, inspira a los profetas y guía al pueblo de Israel. En el Nuevo Testamento se revela plenamente como persona divina: Jesús promete a sus discípulos el envío del Espíritu Santo, el Consolador o Paráclito, que les enseñará, fortalecerá y acompañará siempre (Juan 14,16-17).

El Espíritu Santo se representa mediante diversos símbolos en la Biblia, como la paloma (en el bautismo de Jesús, desciende en forma de paloma), el viento, el fuego (símbolo de purificación y ardor del amor divino), el agua (vida nueva) y óleo (simboliza la consagración y la fuerza espiritual).

En la vida cristiana, santifica y transforma, porque convierte el corazón, da vida nueva y hace posible la comunión con Dios. Además, guía y enseña, ya que ilumina la mente y el corazón para comprender la Palabra y discernir la voluntad de Dios.

Por otra parte, concede dones, como los descritos, produce frutos, como el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad y la fidelidad, e impulsa la misión al dar valor y fuerza para testimoniar la fe y anunciar el Evangelio.

El sitio religioso Catholic nos relata en un artículo de su web que “Una de las más bellas oraciones de Jesús, nos dice el Evangelista San Lucas, es la que realizó “lleno del gozo del Espíritu Santo” (Lc 10, 21). Así, lleno del gozo de la presencia del Espíritu Santo, Jesús bendice al Padre, llamándolo Señor del cielo y de la tierra, y reconociendo que muchas verdades Él las oculta a los sabios e inteligentes, pero que las revela a los pequeños. (…) Así es su voluntad. Así como Jesús se llenó del Espíritu Santo para rezar, así nosotros necesitamos comenzar nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “¡Ven Espíritu Santo! Enciende en mi alma el fuego de Tu amor!”.

Otras tres oraciones al Espíritu Santo que permiten su manifestación en el creyente son las siguientes:



Fuente Clarin.com

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