Residentes de la Franja de Gaza, algunos durmiendo, otros preparándose para otro día de ayuno del Ramadán, se vieron sumergidos en el caos y el terror en la madrugada del martes. Israel inició el segundo día de una campaña sorpresa de bombardeos. Más de 400 muertos, incluidos 174 niños, en dos días de ataques, según el Ministerio de Salud de Gaza, que controla Hamas, y comunica vía Telegram
Después de una tregua de dos meses aviones de combate israelíes reaparecieron en los cielos de la Franja de Gaza. Volvió el infierno para los civiles, que no tienen casa, viven en carpas y no reciben ayuda humanitaria, para los rehenes israelíes, que esperan ser rescatados, para los niños huérfanos, que duermen a la intemperie y sin cuidados.
Según las FDI, estos bombardeos, de una magnitud sin precedentes desde que entró en vigor el acuerdo de alto el fuego el 19 de enero, se producen tras “la reiterada negativa de Hamas a liberar a los rehenes, así como su rechazo a todas las propuestas recibidas del enviado presidencial estadounidense Steve Witkoff y de los mediadores”.
En el Hospital Europeo, los médicos regresaron a “la emergencia”. El doctor Imad Kabaja es pediatra palestino y durante toda la noche atendió a muchos de los 200 chicos que llegaron al hospital. Muchos murieron.

“Siguen bombardeando y matando a más niños. Nos dejan más huérfanos. Demasiada sangre, demasiado dolor” contó Imad desde su carpa a Clarín. Allí vive junto a su esposa odontóloga y sus hijos, luego que bombardearan su casa y los dos consultorios que tenían. Como tantos gazaties, todos viven en esas carpas, en medio de la arena.
Imad decidió ayudar a los huérfanos de Gaza, en pleno Ramadán. Son centenares de chicos, que lo siguen cuando el sale del hospital, porque era a quienes atendía antes de la guerra.
Los padres han muerto en los bombardeos. Ellos viven a la intemperie, a cielo abierto, entre las ruinas, sin nadie que los cuide, que los oriente o que les de comer. Sin educación ni futuro, sin ropa ni zapatos, en pleno invierno en la Franja.

Primero Imad comenzó pidiendo ayuda a sus compañeros médicos, pero ninguno cobra un sueldo desde que comenzó la guerra. A nadie le queda casi dinero. Luego pidió a los campesinos, aunque Gaza es gris como un parking, y los cultivos casi no existen. Se las ingenió para hacer enormes sopas y guisos con lo que conseguía, con la ayuda de las viudas, cada uno recogía en una pequeña cacerola.
La generosidad de Paula
Paula García, una amiga boliviana de cuando Imad estudiaba medicina en la universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, en Sucre, salió en su auxilio. Desde Pamplona, en España, lanzó un pedido en “Gofundme”, bajo el lema “Ayudemos a una famila palestina que ayuda a más palestinos”. Hoy la campaña está dando la vuelta al mundo, en busca de más donaciones.

Paula tenía 19 años cuando ella conoció a Imad en Bolivia. El fue el único de los estudiantes palestinos que regresó a su tierra tras graduarse y optó por la pediatría para ayudar en la Franja.
“¿Quién era Imad? Ahora es uno muy diferente de semblante. Pero la esencia que me permitió todos estos años amarlo como un hermano, mi hermano árabe, es que, a pesar de la distancia y los caminos tan distintos, sigue siendo el mismo. Podremos estar a miles de kilómetros y con caminos distintos. Pero estoy segura de que el persiste en lo que siempre conocí de él: amar al prójimo desinteresadamente. Cuidarlo y ayudarlo, a la medida de sus posibilidades”, contó Paula desde Pamplona.
“Pocas veces vi tanta sangre”
El doctor Imad tiene cuatro hijos: Sara, Ibrahim, Hala y Yasin.
Sara e Ibrahim, con sus 13 y 11 años, lo acompañan en su misión de ayudar, de conseguir comida, ropa, para los huérfanos, las viudas, los ancianos abandonados a su suerte en Gaza. Cocinarla a la leña, a fuego lento, como en el medioevo, a la intemperie y lograr ropa limpia para las viudas.
“Sigo ayudando porque alguien me necesita. Anoche el hospital fue atroz. Pocas veces vi tanta sangre. Me destroza. Pero no quiero bajar los brazos, rendirme. Por eso sigo ayudando, como pueda. Estoy muy dolido por mi gente, por los chicos, por mi tierra” contó Imaz desde el Hospital a Clarín.
El ayuda a esa gente que está en el sur de Gaza, en las carpas, viviendo en la arena porque lo han perdido todo.
Gaza: la vida imposible
La vida en Gaza es carísima. La entrada de la ayuda humanitaria ha sido prohibida por Israel y la única forma de conseguirla es comprar en el mercado, a precios astronómicos. Los cigarrillos no tienen permitida la entrada en Gaza: un cartón puede alcanzar los 3000 dólares. Nadie puede fumar desde hace un año y medio.
“La verdad es que la vida en Gaza es un infierno total. Vivir en Gaza es muy, muy difícil. Estamos luchando para sobrevivir. Ahora estamos en invierno, mucho frío. Llevamos 10 días de lluvia, un barro casi todas las horas. Y como todos saben, todo Gaza ya está destruida. Ya no tenemos casa”, relata.
“¡Todos vivimos en carpas! Esas carpas hechas con lo que podíamos conseguir. La verdad en la carpa no podemos cuidarnos ni de la lluvia, ni del frío. Pero no tenemos nada más que esto. Otra cosa, la comida. Los anteriores meses pasados no encontramos nada. Ni siquiera para comprar. No había comida, y la comida que había, como es muy poca, era demasiado cara. Pero lo malo es que no tenemos dinero para comprar esta comida. No cobro mi salario de pediatra desde hace un año y medio” contó Iman a Clarín.