La demofobia es el pánico a dejar el poder.
El espanto ante la alternancia.
La interesada aversión a la dinámica de la sociedad abierta.
La militancia grandilocuente desde los atrios electivos disolviendo el mandato para el que fueron electos.
Demófobos camuflados de demócratas.
Los senadores de la provincia de Buenos Aires votaron por su propia eternidad en el poder.
Votaron por la reelección indefinida de sí mismos, para sí mismos, por sí mismos, apabullando en ese acto a la democracia; el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, entendiendo por pueblo a la diversidad que compone a una sociedad y que se refleja en la alternancia de quienes gobiernan.
La demofobia se funda, según la concebimos aquí, en la liturgia que abomina de la inteligencia emocional e intelectual. Sus jerarcas con bolsillos llenos, sátrapas y crápulas según los conciben tantos, ausentes por propia decisión de toda realidad que exceda a sus propios réditos, simulan representatividad y traicionan con pompa y circunstancia toda representatividad honesta.
Hay excepciones por supuesto.
¡Pero cuántos se alejan de cualquier atisbo de honestidad!
Uno de los legisladores, Carlos Kikuchi, recaudador de origen libertario, tomó como ejemplo a Winston Churchill y a su tan extensa e inigualable presencia en lo alto de los poderes británicos.
¡Citó a Churchill como si él se le pareciera en algo! Mientras votaba perennidad para sí y junto a sus aliados de bancadas tan teñidas de los billetes que recolectaba Chocolate Rigau y varios más.
¿Cuántos de ellos han cosechado y cosechan de sus actos de corrupción, de mediocridad y de ineficiencia?
Dijo Winston Churchill: “La imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser”.
De todos modos atribuir imaginación a los senadores en la búsqueda de su eternidad es por lo menos injusto.
Ninguno de ellos se acerca a Churchill en nada.
Fue, el de esos legisladores demófobos, otro golpe brutal a la credibilidad que pretenden conseguir.
Y en ese acto, refundaron otra vez el veneno feudal nacional, ese espíritu tendencial destinado deliberadamente a petrificar toda alternancia, alimentado por el clientelismo y por el salvajismo de mantener como rehenes a los votantes dependientes de la dispensa del Estado que estos señores tutelan como si fuera patrimonio propio.
En diversos países, Estados Unidos entre ellos, los legisladores pueden ser reelectos sin límites. También allí es discutible.
Como sea, no es el caso argentino, tan atravesado de saqueos e impunidades desde estrados y de bancas.
En Formosa, las patotas de Gildo Insfrán operan como gendarmería del Estado policial feudal, y agreden físicamente, literalmente, a cualquiera que transgreda los territorios intocables del amo y señor, que se apropió demofóbicamente del espacio de todos.
Agostina Villagi, una diputada provincial formoseña, fue atacada por una patota gildista cuando visitaba un barrio que el oficialismo provincial consideraba propio e infranqueable; la tiraron al barro, la empujaron vilmente, le tiraron de los pelos.
Esas barbaridades son frecuentes, casi podría afirmarse; comunes en Formosa.
La historia de los feudos en la Argentina aún debe rendir cuentas.
Un ejemplo que condensa muchos otros: hace pocos días murió Nelson Madaf en San Luis.
Una tarde de 1989, Madaf conoció a Claudia Díaz, caminaron juntos, tomaron un helado en la plaza Pringles (en el centro de la capital puntana) y luego él la acompañó hasta la puerta de su casa. Nada más.
Claudia desapareció días después. Y Nelson era el último que la había visto.
Con esa “prueba” lo encarcelaron. Gobernaba entonces Adolfo Rodríguez Saá. Lo colgaron de un árbol, lo enterraron vivo dejándole un mínimo ingreso de oxígeno bajo tierra, le partieron la cabeza a golpes, le sangraba el estómago y el oído, le ataron las manos, lo quemaron con cigarrillos, le arrancaron una uña, lo azotaron, le sacaron los dientes con pedazos de botellas y lo tiraron al río con peso en los pies, y lo sacaron semiahogado. Lo contagiaron directamente de HIV.
Atacaron físicamente, brutalmente, a su familia.
En 1998 Claudia Díaz apareció en Caucete, San Juan, con pareja e hijos.
Los policías torturadores están impunes, al igual que los involucrados en el secuestro, desaparición y muerte de Florencia Magalí Morales, que apareció ahorcada en un calabozo durante la pandemia, cuando gobernaba San Luis Alberto Rodríguez Saá.
¿Cuántos casos como el de Madaf y el de Florencia Magalí hubo y hay en los diversos feudos de la Argentina?
¿Quién controla las comisarías de Formosa?
¿Y al narcotráfico en la provincia de Buenos Aires, donde los legisladores se quieren quedar para siempre? ¿Está debidamente investigado? ¿La policía no tiene nada que explicar respecto de la propagación asesina del narco en ese inmenso territorio tan descontrolado?
La demofobia no es una categoría política conceptual y nada más.
Es una fobia codiciosa que mata.
Y que, como subrepticio veneno, aguarda para clavar sus colmillos a diario en la sociedad.
Brota de los deslenguados con carnet que insultan como si las palabras no tuvieran efectos violentos, surge de los impunes que se aprovechan de los poderes públicos para robar a cuatro manos con argumentos jurásicos, explota en barbaridades, y produce víctimas, torturadas y humilladas.
Porque los “demócratas” que odian a la democracia, los demófobos, son los activos artesanos de las cadenas y los guardianes del horror.