Línea B. En dirección a las afueras de la ciudad. Pocas probabilidades de que alguien vaya leyendo una primera edición de Cien años de Soledad en el Subte. Valuada en 2.450 euros más impuestos. Si una cosa así fuera posible, el pasajero que hiciera el descubrimiento seguramente se preguntaría si no se trata acaso de una performance: un happening, la puesta en escena de una compañía de teatro intentando llamar la atención sobre las bondades de la lectura en tiempos de redes sociales, IA y series de Netflix.
El pasajero se acerca a la lectora y susurra algo. La lectora da vuelta las páginas y mira el colofón: Buenos Aires, Sudamericana, 1967.
Las primeras ediciones son piezas muy buscadas entre coleccionistas. Y ni hablar de aquellos ejemplares con dedicatoria. Hay una famosa edición con autógrafo del propio Gabo a Rodolfo Walsh. En el retiro de tapa, el autor de El coronel no tiene quien le escriba le comunica al autor de Variaciones en rojo que, lamentablemente, no podrá reunirse con él como había acordado. El compromiso con un Embajador lo obliga a suspender la reunión. El desencuentro provoca una de las dedicatorias más famosas en la historia de la bibliofilia argentina.
En el caso del ejemplar del subte, la dedicatoria es menos notoria. Allí una mujer, Patricia, le dedica algo a Ramón: “Hubo un día en que encontré unos ojos y pude verme en ellos […]. Ese día es el día de hoy. Gracias”. 3 de enero de 1983.
En otra letra, más abajo, Ramón responde: “Gracias por compartir otro año más de tu vida. Felicidades. R”. La respuesta es, presumiblemente, de enero de 1985 o de un año posterior a ese. ¿Son los padres de la lectora del subte quienes se dedican esas palabras? No. La chica comenta que el libro estaba en la biblioteca de su casa y ella simplemente lo tomó. Ignora quiénes son los que se cartean al comienzo del libro. Es de suponer que la moda de las series basadas en obras literarias –por estos días Cien años de soledad está en Netflix–, haya contribuido a sacar el libro de la biblioteca y a ponerlo en el subte.
El desencuentro de Gabo con Walsh no ha sido el único. Año 1966: el editor Jorge Álvarez había viajado a México, donde debía encontrarse con el escritor para convencerlo de que editara en su sello su próxima novela. Gabo pasaba todo el día escribiendo. Y a la noche, bajaba a cenar con los capítulos sueltos. Así cuenta Jorge Álvarez que leyó Cien años de soledad: “de a cachos, a medida que Gabo la iba escribiendo”. Jorge Álvarez no pudo editar la obra magna. Ya estaba hecho el compromiso con Sudamericana.
Una estación más y el caballero bajará del tren. Se perderá en el atardecer del verano, mezclado con pasajeros que parten o regresan de vacaciones. Y vendrá a su mente acaso también aquella ironía de Borges. Cuando le preguntaron acerca de Cien años de soledad, el autor del El Aleph exclamó: “Con cincuenta años habría sido suficiente.”