Javier Cercas estuvo recientemente en Buenos Aires por la Feria del Libro y por el lanzamiento de su nueva obra que tiene como eje uno de los últimos viajes del Papa.

Pero pocos días antes, testimonió su admiración por Vargas Llosa. Apuntó que el gran escritor peruano, recientemente fallecido a sus 89 años “publicó primero La ciudad y los perros; a los 30, La casa verde; a los 33, Conversación en La Catedral. Esto significa que, si Vargas Llosa hubiera muerto con menos de 35 años, justo después de haber publicado la última de esas tres obras maestras, no hubiera habido más remedio que considerarlo ya en ese momento como uno de los mejores novelistas de nuestra lengua”. Según Cercas “tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un escritor tan grande como Vargas Llosa: tan grande y tan rico de aventura”.

Pero más allá de sus méritos en la novela, Cercas resalta otro ítem: su valía como ensayista: “Se trata de una faceta de su obra mucho menos conocida que otras, pero lo cierto es que, salvo tal vez Milan Kundera, ningún escritor ha elaborado en las últimas décadas una teoría tan coherente, poderosa y persuasiva acerca de la novela y de la labor del novelista”. Y en ese aspecto “La orgía perpetua / Flaubert y Madame Bovary”, de 1975, es otra obra relevante de Vargas Llosa.

Vargas Llosa siempre resaltó cómo la lectura de Madame Bovary, de Gustav Flaubert, fue decisiva para definir su vocación de novelista. Con frecuencia, evocaba su hallazgo de la novela, cuando era un joven que deambulaba por librerías del Barrio Latino de París y “me pasé varias horas de la noche leyendo, me quedé transformado. Descubrí la revolución literaria y me convenció de que la literatura era la mejor vocación del mundo y que se podía cambiar la sociedad escribiendo novelas”.

Más aún, precisó que descubrió Madame Bovary en la librería Joie de Lire y se quedó toda la noche “en un cuartito del Hotel Wetter, en las inmediaciones del museo Cluny. Ahí empieza de verdad mi historia… Desde las primeras líneas el poder de persuasión del libro operó sobre mí de manera fulminante, como un hechizo poderosísimo. Hacía años que ninguna novela vampirizaba tan rápidamente mi atención, abolía así el contorno físico y me sumergía tan hondo en su materia. A medida que avanzaba la tarde, caía la noche, apuntaba el alba, era más efectivo el trasvasamiento mágico, la sustitución del mundo real por el ficticio (…) Cuando desperté, para retomar la lectura, es imposible que no haya tenido dos certidumbres como dos relámpagos: que ya sabía qué escritor me hubiera gustado ser y que desde entonces y hasta la muerte viviría enamorado de Emma Bovary”

Sin embargo, rescataba otras anécdotas anteriores. Por ejemplo, una película sobre Bovary que vio a sus 16 años o un encuentro académico en la Universidad de San Marcos por el centenario de la novela, que se diluyó  en medio de reclamos estudiantiles.

Gustav Flaubert tenía 35 años en 1856 cuando comenzó a publicar Madame Bovary por entregas en “La Revue de Paris”. Junto a su editor, enfrentaron la censura y luego, un proceso judicial por “ultraje a la moral pública y religiosa, y a las buenas costumbres”. Fueron absueltos, pero el escándalo ya había estallado. Podría considerarse una ingenuidad a la luz de los valores actuales pero, ciertamente, mencionar la infidelidad (y no condenarla), aventurarse en la psicología femenina o sus pasiones, era una afrenta para la formalidad y las costumbres de esa época.

Obsesivo por la belleza del lenguaje, Flaubert trabajó durante cinco años en esta obra. “Aborrecía profundamente la vulgaridad, la ramplonería, el pensamiento en manada. Y tenía horror por la clase burguesa, a la que consideraba pretenciosa, ordinaria, sin roce, poco cultivada, materialista y de un tremendo mal gusto. Por eso, él procuraba, muy especialmente, escribir con tal fineza y estilo hasta llevar a la prosa al nivel de la poesía”, lo describió Adriana Muscillo en Clarín.

Una curiosidad es que el editor de Flaubert, Henry Vizetelly, contrató a la hija de Karl Marx, Eleanor, para que tradujera la novela al inglés. “La tragedia de los personajes de Flaubert reside en el hecho de que actúan como lo hacen porque deben hacerlo. Puede ser inmoral, contrario incluso a sus propios intereses personales, actuar así o de esta manera; pero debe serlo: es inevitable”, escribió la traductora.

Vargas Llosa consideró que Flaubert fue el verdadero creador de la novela moderna y que su influencia se extendió hasta nombres como Joyce y Faulkner: “Gracias a Flaubert, Joyce y Faulkner la novela moderna sería una realidad nueva y singularmente distinta de la novela clásica”. Pero lo hace bajo una consideración académica: “La historia de Emma Bovary fue la fundación de la novela moderna, aunque esto tomó algún tiempo para que se advirtiera. El narrador invisible es la creación más importante de Flaubert. Ahí está el que todo lo sabe de la historia que cuenta, pero no es una presencia sino una ausencia, que sabe todo lo que ocurre pero no se muestra y más bien oculta su presencia fingiendo la impersonalidad”. Para el gran escritor peruano, Madame Bovary será una novela “eternamente joven”.



Fuente Clarin.com

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