Pensabas que iba a ser una transacción mafiosa normal, sin complicaciones. Que se había acordado todo de antemano y era cuestión de sellar el acuerdo con un apretón de manos. No ibas sonriente al encuentro con el capo pero ¿qué le ibas a hacer?
Te había hecho una oferta que no podías rechazar. Sabías que si no le pagabas su tributo te iba a incendiar la casa y asesinar a tus familiares.
Lo que no sabías hasta que te viste con él era que te estaba extorsionando a cambio de nada. Que se trataba de un asalto a mano armada, sin ninguna garantía de que tu casa y tus familiares estarían a salvo.
Es así como hay que entender el macabro encuentro del viernes entre el presidente Volodimir Zelenski de Ucrania y el Don Trumpeone de la Casa Blanca (¿Casa Nostra?) al que ahora sus súbditos llaman “King Donald”. El trato, según lo quiso entender Zelenski, era que él regalaba al reinado del King acceso a minerales ucranianos valorados en 500 mil millones de dólares y esa sería la garantía de que los sicarios de su majestad protegerían sus tierras.
Era feo. Nada de principios, nada de decencia o generosidad, ni de compasión por el sufrimiento de la gente de Zelenski. Pero el mundo de Donald es como es. Business is business. Nada tiene valor. Todo tiene su precio. Zelenski se tuvo que tragar el plan para evitar más destrucción de ciudades, más muertes de soldados, mujeres, ancianos y niños ucranianos a manos del otro capo, el gángster. ruso Vladímir “el Terrible” Putin, compinche del King.
Antes del encuentro en el que Zelenski tuvo la temeridad de hacer lo que no se hace nunca en la corte naranja, decir la verdad, se habían presentado en Washington un par de jefes de gobierno europeos a suplicar en nombre de Ucrania. Como un par de curas intentando apelar al lado bueno del Rey, el presidente Macron de Francia y el primer ministro Starmer, de Reino Unido, le habían dicho que OK con lo de los minerales pero, por favor, que cumpla el trato y le dé a Zelenski “garantías de seguridad”.
El problema que los curas quisieron no entender, ingenuos ellos, es que el Rey no tiene lado bueno. No tiene corazón. Carece de la capacidad de sentir el dolor de los demás. Y además siente desdén por el espíritu caritativo y el principio de justicia que intentaron defender los dos curas, en nombre de los europeos. Los encuentros fueron aparentemente bien. Macron y Starmer trataron al rey con el cuidado y con la exagerada cortesía que corresponde cuando uno trata con un psicópata de piel fina, un Al Capone con el que siempre existe la posibilidad de que de repente saque un bate de beisbol y te reviente los sesos.
El francés y el inglés volvieron a sus casas creyendo que el programado encuentro del viernes con Zelenski resultaría en un cambio de actitud en la corte norteamericana, que el Rey empezaba a reconocer que se había equivocado en describir al presidente electo de Ucrania (con 73 por ciento del voto) como “un dictador” y en declarar que él había sido el responsable de la invasión rusa en su propio país.
Pobres infelices. No había entendido el concepto del “honor entre ladrones”. Cada día queda más claro que Vlad el Terrible es el alma gemela de Donald el Loco. Tan similares son los discursos de los dos sobre lo que está pasando en la guerra de Ucrania, tan igualitas las mentiras, que gente seria en Estados Unidos y Europa que antes descartaba la idea se empieza a preguntar si los conspiranoicos en este caso no se equivocan y si quizá, después de todo, el rey norteamericano es un agente ruso. No por voluntad propia sino debido a información en manos del zar que, hecha pública, podría acabar con su reinado.
Yo no me lo creo. No porque tenga la más mínima fe en la fortaleza moral del rey sino porque si fuese verdad ya se habría filtrado. Por alguien en la CIA, por ejemplo, o por algún inconforme en la FSB (antes KGB) rusa. No. Yo creo que la alianza con Putin, la de dos mafiosos repartiéndose las zonas de control en una ciudad, obedece a una afinidad personal.
Son almas gemelas, dos líderes de temperamento dictatorial que comparten una mezcla peligrosísima de resentimiento y complejo de inferioridad. Hablamos (piensen en Hitler) de un perfil psicológico clásico. Antes de ascender al trono, Donald se sintió menospreciado por la élite social e intelectual de Nueva York, donde nació y se crió. Quería ser valorado por ellos, y por gente infinitamente más inteligente y refinada que él como Barack Obama, pero no había manera. Obama, de hecho, se reía de él. En público.
Putin sabe, en el fondo, que Rusia es un país que está muy por debajo de sus grandes pretensiones. Que perdió la Guerra Fría y luego la tercera parte de sus tierras, las que estaban bajo el control de aquel experimento fallido, la Unión Soviética. Que en los 36 años desde entonces Rusia no ha llegado ni remotamente a la altura de países cada día más prósperos como Estonia, Polonia o Latvia, como sería Ucrania si la dejaran en paz. Que Rusia no produce nada aparte de materia prima y si no fuera por su arsenal nuclear sería un país de vulgares oligarcas y políticos corruptos con media población hundida en la pobreza, al mejor estilo bananero, salvo que hace frío.
Pero Donald es tan ignorante, tan infantil y tan estúpido que no lo ve. No solo se deja manipular por Putin, no solo se cree el postureo machote del ruso, aspira a ser como él y a convertir su país en un paraíso de oligarcas (Musk, Bezos, Zuckerberg etc) en el que la fuerza es la ley. O sea, en una mafia Estado. Zelenski, que sueña como todos los ucranianos con vivir en un país como Estonia, Polonia o Latvia -países independientes y democráticos- es un estorbo, al que hay que pisotear como una hormiga. En eso están el Rey Donald y el Zar Putin, y eso lograrán si no llega -si no es demasiado tarde- la caballería europea al rescate.