Cuando era chica mi mamá que siempre fue bastante moderna y canchera, me llevaba al colegio en auto. A mí esa rutina me encantaba. Ibamos escuchando el cassette de Tracy Chapman porque eran los 80 y la música se escuchaba así. Otra cosa que pasaba en esa época, sobre todo en invierno, era que encender el auto era toda una odisea. Había que CA LEN TAL LO, había que quedarse un rato ahí sentados esperando que el bendito auto se digne a querer ponerse en marcha.

Entonces ahí estábamos con mi mamá rezando para que se encienda.

“Dale auti”, le rogaba mi mamá. “Pedile vos también -me decía- Acaricialo”. Y ahí estábamos las dos intentando que el auto arranque y nos ayude a llegar a nuestro destino de una vez por todas.

Ésto con los autos de ahora cambió, pero yo a veces me sigo sintiendo como esos autos a los que les cuesta arrancar.

El otro día por ejemplo fuí a zumba porque AMO y le escribí a una amiga para ver si venía. Ella me respondió con una foto metida en la cama con una bolsa caliente como diciéndome “ni en pedo” con una imágen.

Confieso que me hizo sentir un mini orgullo por mí misma porque por lo general siempre suelo ser yo la que ocupo el papel de vaga, la que fantasea con hibernar quedándome en la cama atrapada y no salir hasta que el frío se calme un poco.

Pero esta vez fui del team que salió a mover la cachas, que liberó endorfinas, que salió de la clase con ese estado de vida elevado que suelen tener las personas armoniosas que se cuidan, comen sano, hacen ejercicio.

Es increíble cómo las personas sabemos perfectamente lo que tenemos que hacer para sentirnos bien y lo DIFICILÍCIMO que es ponerlo en práctica en nuestras vidas. Es como si existiera una fuerza extraordinaria que nos tirara para abajo para que no logremos hacer lo que es obvio que nos hace bien. Y en mi experiencia es una fuerza mucho más poderosa que la que te reta cuando te estás prendiendo el puchito o comiendo la cheesecake, porque ahí bien que se hace la boluda. Y cuando te aparece la panera hot o esas papas fritas sexys, o esas ganas locas de esconderte en la cama y no hacer nada, se nos suele olvidar toda éstas teorías que hablan de la importancia de hacer lo que nos hace bien.

Por ejemplo los adultos sabemos que el sexo bien hecho es algo que nos da placer y nos puede hacer bien. Pero con los años a veces concretar el acto amatorio puede tener algunas complicaciones. A saber:

Nada te tuvo que haber caído mal, porque no sé bien qué ocurre gastrointestinalmente con los años, y a menos que hayamos dejado las harinas, los lácteos, las gaseosas… En fin, a menos que nos alimentemos a base de sopita, todo puede caernos mal, y mantener relaciones sexuales con gases e inflamaciones no es de lo más copado.

El cansancio no debe ganarnos, y hay una edad en la que a menos que les estés entrando a todas las vitaminas, minerales, omega 3, magnesio, siestas, chips, etc, llegás casi desfallecida al momento de meterte en la cama.

No tenés que estar preocupada, cosa que a las mujeres por lo general nos cuesta infinito, y garchar preocupada con una lista de cosas por hacer en la cabeza no es un planazo.

Lo ideal es hacerlo con ganas, caliente, eso que parece fácil, pero en realidad no lo es tanto.

Porque a veces cuesta infinito arrancar.

Porque superar la barrera de la paja, esa que nos quiere dejar inertes en nuestras camas e inodoros scroleando reels en redes sociales, y lograr salir de ahí y hacer lo que nos gusta hacer, lo que nos hace bien, es el mayor generador de autoestima que conozco.

Aunque quedarnos adentro y hacer un poco de fiaca también a veces viene bien.

Qué complicado es siempre el punto de equilibrio, ese es el verdadero quilombo.



Fuente Clarin.com

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *