Donde ahora está el Planetario, allí funcionó Lo de Hansen. Lo sabemos porque hace unos años se encontraron rastros. Fundado en 1877 por Juan Hansen, inmigrante alemán, pasó a manos de Anselmo Tarana tras la muerte de su dueño original, en 1892. Fue la cuna del tango a comienzos del siglo XX. Hasta 1912, cuando fue demolido. Una letra y una película lo harían resurgir. Cuando en 1937 se estrenó Los muchachos de antes no usaban gomina, el público se transportó hasta las maderas del Hansen. Ya antes, la letra de Tiempos viejos (1926) –escrita por Manuel Romero con música de Francisco Canaro–, también nos lleva hasta su piso de baile: “¿Te acordás, hermano, la Rubia Mireya / que quité en lo de Hansen al guapo Rivera?” .
Cuenta la leyenda que por el 1900, cuando sonaba El Esquinazo, el público se ponía a seguir el ritmo golpeando contra las mesas y los cristales. Tal es así que tuvieron que prohibir la canción, por temor a que se viniera abajo el local. Por entonces El Esquinazo no tenía letra, que se agregaría después. Todo esto es de antes de La Cumparsita –que recién aparecería en 1917–. El siglo XX nació nostálgico. Pero ¿cuándo se inventó la nostalgia? Podría decirse que con Tiempos viejos, en el 26.
¿Y a cuento de qué toda esta investigación? Quizá un poco en homenaje a nuestros padres –el mío se llama Eulogio–, que hicieron del tango nuestra canción de cuna. O al poeta Jorge Quiroga, con quien los domingos a la mañana nos reuníamos a escuchar 2×4 en Barracas. Podemos tocar temas actuales. Para que nuestros mayores reciban un poco de novedad. Pero: ¿por qué no dejarnos llevar por sus temas: Milonga del 900 y Buenos Aires Querido.
La representación del café en las letras de tango es un tema canónico. Sentimiento gaucho (1924) de Francisco y Rafael Canaro nos lleva hasta el Viejo Almacén de Paseo Colón. Pero en el cielo de los tangos que hablan de bares el que más brilla es Cafetín de Buenos Aires. Con letra de Discépolo, fue compuesto para la película Corrientes, calle de ensueños. Si comparamos los dos tangos notamos que los hombres que han perdido la fe en el Viejo Almacén, se transforman en los “sabiondos y suicidas” del Cafetín. El cantor que en 1948 recuerda sus tiempos de ñata contra el vidrio, está evocando el interior de los bares de los años 20. En el cambio de época, va de 1920 a 1940, el tipo humano que visita los bares cambia, se hace más cosmopolita. Esa “mezcla milagrosa” es la modernidad.
El hombre que encontramos en el Viejo Almacén le muestra al cantor una filosofía estoica de la derrota: “Sabe que es condición / De varón el sufrir”. La filosofía cruel de no pensar más en uno reaparece en Cafetín. Y en Uno: “Si yo tuviera el corazón / El mismo que perdí”. ¿Por qué no pensar que el corazón perdido del cantor de Uno no es, acaso, el mismo que, unas décadas antes, había latido en el pecho de un borracho perdido de Paseo Colón?