El trato poco diplomático que Donald Trump dispensó al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky en la Oficina Oval el pasado 28 de febrero llevó a preguntarnos por qué Trump se comportó tan despiadadamente con el líder de un país en guerra. Muchos analistas conjeturaron que ello tuvo como objeto enviar señales favorables a Rusia. Y la razón de eso, dedujeron, es abrir una brecha entre Rusia y China, a la cual Trump ve como la principal amenaza de los EE.UU.
Recordemos que, en octubre de 2024, Donald Trump en una entrevista con Tucker Carlson afirmó “lo único que nunca queremos que suceda es que Rusia y China se unan. Voy a tener que desunirlas y creo que puedo hacerlo”.
En la actualidad, el establishment académico denomina a la estrategia de Trump hacia Rusia “la política de Kissinger invertido”. Entienden que Trump estaría aplicando la misma táctica empleada por Henry Kissinger (pero en un sentido contrario en cuanto al país objeto de esa política) a principios de la década de 1970, consistente en acercarse a la República Popular China, a los efectos de aislar a la Unión Soviética.
Recordemos que, fruto de las gestiones de Kissinger, en febrero de 1972 el presidente Nixon viajó a Beijing y puso en marcha la normalización de los lazos con la China de Mao (circunstancia que impactó en el equilibrio de poder, afectando los intereses de la URSS).
La relación entre China y Rusia de la última década y media ha sido definida en algunos ámbitos occidentales como “un matrimonio por conveniencia”, como afirmó el exsecretario de Estado Antony Blinken en marzo de 2023. Esta percepción evidenciaría el desdén por la consistencia de la asociación entre Beijing y Moscú.
Sin embargo, China y Rusia se han acercado por varias razones pragmáticas: la economía rusa sobrevivió la década de 1990 por la venta de armas, petróleo, gas y carbón a China (y la compra de bienes de consumo y equipos industriales chinos). En 2006, la frontera binacional de 4.200 kilómetros quedó delimitada, por lo que el diferendo territorial que los enfrentó durante décadas pasó a ser cosa del pasado.
Y tras la ruptura de las relaciones de Rusia con EE.UU. por la anexión de Crimea en el año 2014, Moscú se acercó aún más a Beijing para atenuar el efecto de las sanciones económicas occidentales. Luego, en una declaración conjunta emitida el 4 de febrero de 2022, Putin y Xi describieron los vínculos entre sus dos países como una “asociación sin límites”.
Cabe destacar también que Beijing y Moscú comparten la misma percepción sobre la gran estrategia de Washington: ambos ven a EE.UU. como un hegemón global, que busca impedir que China y Rusia ocupen el lugar que les corresponde en el orden mundial e incluso pretende derrocar a sus gobiernos.
Tras la invasión de Ucrania de febrero 2022, Beijing mantuvo relaciones cordiales con Moscú, compró petróleo ruso barato y no criticó la agresión rusa. Al mismo tiempo, se abstuvo de proporcionar al Kremlin armamento, apoyó formalmente la integridad territorial de Ucrania y respetó algunas de las sanciones económicas y tecnológicas impuestas por Occidente.
Por otra parte, Rusia depende de los ingresos que obtiene de las compras chinas de productos de exportación rusos. Asimismo, la liquidación de pagos en yuanes mantiene a flote el sistema financiero ruso, y las importaciones de automóviles, productos electrónicos y otros bienes de consumo posibilita que los comercios rusos estén abastecidos.
Beijing y Moscú además han estrechado su cooperación militar: en septiembre de 2022, Rusia realizó un ejercicio terrestre en su distrito del Lejano Oriente, en el cual China participó con 2.000 efectivos. Luego, en diciembre de ese año y en el 2023, ambas Armadas efectuaron ejercicios combinados en el Mar de China Oriental. Y en similar período, los dos países efectuaron cuatro patrullas aéreas, con bombarderos nucleares.
En consecuencia, aún en caso de que Occidente pusiera fin a la guerra militar y económica contra Rusia, no le resultaría plausible al Kremlin restablecer fácilmente vínculos con EE.UU. y Europa. A lo largo del conflicto, Putin ha afirmado en reiteradas ocasiones que el verdadero enemigo de Moscú no es Ucrania sino Occidente, que, según él, busca “debilitar y desmembrar a Rusia”. Por lo tanto, para Moscú, es un interés vital alinearse con Beijing a los efectos de resistir a EE.UU. y Europa.
El éxito de Kissinger en atraer a China durante la Guerra Fría se basó en aprovechar la disputa existente entre Beijing y Moscú, una dinámica que hoy no existe. Reproducir la estrategia sin condiciones similares, es ignorar las lecciones de la historia. El eje Beijing-Moscú hoy parece estar forjado sobre cimientos sólidos, por lo que sería poco probable que tengan éxito tácticas simplistas de equilibrio de poder.
Jorge Malena es Director del Comité de Asuntos Asiáticos (CARI) y director del posgrado en Estudios sobre China (UCA)