En “El provinciano”, el ensayo que culminó su libro La enumeración, Nora Avaro examinó los escritos de Carlos Mastronardi sobre Borges a partir de una lectura de María Teresa Gramuglio y la construcción de una figura de autor que resaltó la de otros escritores antes que la propia y se delineó en oposición a un concepto de modernidad. La reflexión alrededor de Mastronardi se extiende y profundiza en El hombre que vio al oso y en el mismo movimiento el foco se concentra en el género de la biografía, observado en otros autores y en la propia experiencia de escritura.

La brevedad, saber elegir los hechos de una vida, recurrir a la imaginación “en los intersticios que abren las fuentes” y prescindir de generalizaciones son ideales del biógrafo en un recorrido que Avaro despliega desde Lytton Strachey y John Aubrey hasta las biografías sintéticas de Borges y las siluetas de Luis Chitarroni. La escritura biográfica se asocia además con el ensayo bajo el designio de “comprimir en unas pocas páginas resplandecientes las múltiples existencias de un hombre”.

Juan L. Ortiz se presentó como “un hombre sin biografía” y en principio su gran amigo Mastronardi no se quedó atrás. “Aquí no hay nadie”, escribió en Memorias de un provinciano. Nora Avaro lo considera sin embargo como “un poeta que hizo del escamoteo personal un régimen autobiográfico picarón”, calibrado por la ironía maliciosa y la crítica implacable sobre los demás, y sopesa esos sutiles procedimientos de restricción en la biografía escrita por Miguel Ángel Petrecca, tema de un capítulo central en el libro.

Las fechas entre las que se juega la vida de Mastronardi, anota Avaro, son 1949, cuando asiste a la celebración del centenario del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay y se encuentra con Arnaldo Calveyra, y una instantánea de 1971, sentado a la mesa de un bar y huésped de un hotel de la Avenida de Mayo. El vínculo que establece con Calveyra en términos de maestro y discípulo y los apuntes de Gramuglio sobre las colaboraciones con la revista Sur, “un método de lectura crítica a pleno y en acto”, son los ejes de otros notables ensayos dedicados a Mastronardi.

Avaro hace honor a la “brevedad atractiva” que requiere de la biografía en su propio acercamiento a Mastronardi, al observarlo por un lado en la secuencia de caminatas que comparte en distintos tiempos y lugares con Borges, Ortiz y Calveyra, y por otro al contrastar su relación con Borges con la que establece Adolfo Bioy Casares, desplazándolo de la escena.

El provinciano es “la tipología predilecta” de Mastronardi, subraya Avaro: “un carácter cerrado, opaco, que, muy a salvo de todo folklorismo, define, con altísimo grado de tenacidad, los rasgos distintivos del poeta y su obra”. Esas mismas características, la opacidad y el provincianismo, son rasgos compartidos con otra figura que resalta el libro, la del ensayista Adolfo Prieto, a través de la correspondencia personal, su revaloración dentro del grupo Contorno y el examen de “la tirria personal y teórica” que le profesaron Oscar Masotta y Carlos Correas.

Si Calveyra es respecto de Mastronardi “el fundamental hombre que vio al oso”, ese mismo papel le tocaría a Avaro en relación a Adolfo Prieto. En uno y otro caso se pone en juego la experiencia de una transmisión y la deriva imprevista de un aprendizaje. La imagen del hombre y el oso proviene de un texto de Juan José Saer que alude a la inseguridad de las fuentes con que trabaja el biógrafo. Pero la escritura encuentra sus posibilidades en esa incertidumbre antes que en el presunto saber sobre la vida de otro, también porque según cita de Benoit Peeters “los momentos más intensos y los más descriptivos de una existencia son, tal vez los que han dejado menos trazos escritos”; y de hecho Avaro exhibe su destreza y sus tretas de narradora al sacar partido de lo que no podría saber, por ejemplo el contenido de la primera conversación sostenida entre Mastronardi y Calveyra.

Como cultora del género Avaro se reconoce en el biógrafo artesanal que llega a la teoría “después de experimentar en acto sus postulados”. En ese punto se encuentran Mal de archivo de Jacques Derrida y las reflexiones de Peeters pero antes la escritura de las biografías intelectuales de Prieto y de Emilia Bertolé que realizó para sendas ediciones de obras y el descubrimiento de los archivos como irradiación de combinatorias narrativas y documentales inéditas, según reconstruye en otro gran capítulo del libro.

“La vida de un autor no es anterior a su virtual biografía sino que, al contrario, tal como sucede con el potencial de la obra, es la biografía la que le otorga una vida al autor; una vida singular de una forma singular”, escribe Nora Avaro. El hombre que vio al oso repone así la trama del género en las escenas que reinventa, una poética hecha de preguntas.

El hombre que vio al oso, Nora Avaro. Nube Negra / Bulk, 202 págs.



Fuente Clarin.com

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