Vivimos una etapa clave de reconfiguración del poder mundial, donde tres grandes espacios económicos trazan los contornos del nuevo orden global: la alianza estratégica entre China y Rusia que se proyecta sobre el Sur Global; una Unión Europea que enfrenta tensiones internas y su posible desvinculación con Estados Unidos; y la estrategia de este último, centrada en contener el avance chino en múltiples frentes.

La actual política exterior estadounidense, especialmente bajo la Administración Trump, retoma antiguos principios geoestratégicos. Reinterpreta la Doctrina Monroe —ideada para mantener fuera de América a potencias extranjeras— como una herramienta para frenar la expansión china, tanto en América Latina como en el Indo-Pacífico.

En este sentido, Estados Unidos vuelve la mirada a dos escenarios históricos: el de defensa del hemisferio occidental, con eje en el Canal de Panamá y el espacio Canadá-Groenlandia-Alaska como zona de contacto con Eurasia; y el del “Mediterráneo Asiático”, una vasta región entre Australia y el Mar del Sur de China que hoy concentra la atención del Comando Indo-Pacífico de las fuerzas armadas estadounidenses.

La estrategia no se limita al terreno militar. También se expresa en la ofensiva comercial contra China, cuyo objetivo es claro: interrumpir el ascenso del gigante asiático como potencia global. Y es que el crecimiento económico chino ha ido de la mano de una profunda modernización militar.

Desde fines del siglo XX, su doctrina de defensa evolucionó hacia una “Guerra de Precisión de Dominio Múltiple”, lo que implica capacidad para ganar conflictos regionales contra adversarios de peso. Esta transformación acompaña su ambición de convertirse, hacia 2049, en una fuerza militar de nivel mundial.

La disputa no solo se juega en el Pacífico. El conflicto entre Rusia y Ucrania también es interpretado como un punto de tensión indirecta entre OTAN y Moscú, pero con actores asiáticos involucrados: China y Corea del Norte apoyan a Rusia, mientras que Japón y Corea del Sur se alinean con Ucrania. Esta “guerra por otros medios” revela que Eurasia se ha convertido en el centro de gravedad de los conflictos globales.

Por otro lado, Estados Unidos busca replegar su presencia en Europa y transferir responsabilidades militares a sus aliados del viejo continente. Esto refleja un cambio estratégico: concentrar recursos en el Indo-Pacífico, donde percibe que se juega el liderazgo del siglo XXI.

En cifras, el panorama proyectado para 2049 es revelador: el PBI de China podría alcanzar los 46 billones de dólares, superando ampliamente los 38 billones de Estados Unidos. Este dato, más que una comparación económica, señala un giro profundo en el equilibrio global de poder.

Lo que estamos presenciando es más que una competencia entre dos países. Es una transición sistémica, en la que el mundo se aleja del orden surgido tras la Segunda Guerra Mundial y se adentra en un escenario multipolar, marcado por tensiones estratégicas, carreras tecnológicas y una nueva geografía del poder.

El desafío no es menor. El desenlace de este antagonismo dominante entre Estados Unidos y China definirá no solo las relaciones internacionales, sino también las condiciones de estabilidad, desarrollo y autonomía de todos los países del mundo, incluida América Latina.

Sergio Skobalski es Director de la Licenciatura en Relaciones Internacionales de la UNDEF. Héctor Arrosio es Magíster en RR.II.



Fuente Clarin.com

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