Desde hace muchos años Dorothea Muhr aceptó ser conocida como Dolly Onetti. Fue un acto de amor, pero de ninguna manera significó la renuncia a una personalidad firme y luminosa.
Con gran tristeza despedimos a Dolly Onetti, una figura clave en la vida y obra de Juan Carlos Onetti.
Su legado y amor por la literatura siempre estarán presentes.
Nuestro más sentido pésame a sus seres queridos. https://t.co/E2ymdoCddY
— Agencia Balcells (@agenciabalcells) March 21, 2025
Siendo poco más que una adolescente, una amiga le presentó a su marido, dieciséis años mayor: Juan Carlos Onetti. Fue una relación complicada que implicó años después el divorcio del que ya era reconocido escritor y su definitiva unión hasta el momento de su muerte, en 1994.
En esas cuatro décadas su presencia cálida al lado del autor de El pozo fue una luz para todos los que los conocíamos. Su alegría y afectividad lograron aplacar el juicio negativo que siempre ha cargado contra la mujer que se enamora de un hombre casado, absolviendo milagrosamente a quien es el responsable masculino de esos actos.
Consiguió la paz con toda la familia y, sobre todo, fue el puntal de un hogar en el que el escritor escribía, se deprimía, buscaba relaciones y alimentaba su obra.

Familia de músicos
Proveniente de una familia de músicos en Buenos Aires, Dolly fue una violinista vocacional durante toda su vida, integrando la orquesta principal de Uruguay, varios cuartetos y, cuando el exilio se impuso en sus vidas, la Orquesta Nacional de España.
Su biografía lo demuestra, pero también tenemos el testimonio de la correspondencia que sostuvo con sus padres mientras vivió lejos. En esas cartas semanales no solo les cuenta su quehacer diario, desde recetas de cocina hasta los contratos que Onetti firmaba desordenadamente, y sobre todo les comenta las obras que está ensayando, los conciertos a los que asiste, los esfuerzos por compaginar dos pasiones: la música y Onetti.
Su amor por el escritor la llevó a ser la guardiana y la facilitadora de la compleja tarea de escritura de su pareja, que se desarrollaba caprichosamente en el tiempo, mientras ella cuidaba de su salud, de su silencio, y también de su obra.
Lo que todos sabemos de los primeros libros de Onetti, cómo destruyó sus originales hasta los años 50, cambió del todo por obra de Dolly, que preservó los manuscritos de Juan Carlos.
Años después de la muerte del escritor, en un acto de generosidad extrema, en lugar de venderlos a una universidad norteamericana, como muchos autores o herederos -legítimamente- hacen, decidió donarlos a la Biblioteca Nacional de Uruguay en 2006, con motivo del primer gobierno de izquierdas del país, que Onetti había anhelado desde que sufrió la dictadura.

El carácter expansivo, generoso, de Dolly fue el complemento ideal para un Onetti retraído socialmente, aunque siempre gran lector y curioso de lo que pasaba “afuera”.
Dolly era su antena y colaboradora, ella le compraba novelas policiales por quilo, filtraba sus entrevistadores de acuerdo con su gusto caprichoso que conocía tan bien, lo convencía de aceptar algunas invitaciones, aunque muchas veces resultaban un fiasco social.
Y al mismo tiempo, incansable, promovía reuniones familiares o con amigos, viajaba cada año a visitar a sus padres, cumplía con sus obligaciones diarias en las orquestas.
Es cierto que Onetti correspondía a su entusiasmo, aceptando, con cierta retranca, vacaciones veraniegas que ella necesitaba buscando el sol que amaba, aunque luego él se metiera en una cama a leer.
Todos los que la conocimos, con o sin Onetti, sabemos de su cariño franco, y sobre todo de su generosidad. Sin duda su espíritu positivo la llevó a ver el bien siempre, a ayudar a quien lo necesitara y alguna vez esa confianza le jugó muy en contra, porque el mal también existe en ciertas personas.
Serenamente
Dolly Onetti murió hoy, 21 de marzo, en su casa del barrio de Olivos, en Buenos Aires, serenamente, cuando hacía semanas que tenía la ilusión de volver a su querido Madrid, donde había vivido treinta años, a celebrar su cumpleaños número 100. Pocos meses atrás había fallecido su única hermana, Inés, Nessi, también música.

Hacía años que las buenas noticias acerca de la difusión de la obra de Onetti le producían alegría y el 2024 fue un año especial. Con motivo de los 30 años de la muerte del escritor se produjeron recuerdos y homenajes.
Y cuando supo que el Instituto Cervantes programaba celebrar un legado en su Caja de las Letras en Madrid, no dudó en viajar y, además de cumplir sus 99 años con los amigos, participó en el acto, agradeció de corazón a su director, Luis García Montero, y se abrazó con Antonio Muñoz Molina, en recuerdo de una honda amistad.
Del mismo modo, meses después, cuando en la Fundación Mario Benedetti decidimos hacerle un homenaje, ella cruzó a Montevideo y asistió a las tres horas de conversaciones que escritores uruguayos y argentinos le dedicaron. La movían al mismo tiempo el recuerdo de su compañero amado y el cariño por la amiga que se preocupaba del legado onettiano. Inolvidable Dolly.