Hubo una época en la que los imperios europeos se entretenían definiendo fronteras, repartiéndose territorios e inventándose países. Ahora le toca a Estados Unidos.
De momento el plan es absorber Canadá y colonizar Groenlandia, el canal de Panamá y Gaza. Como en los viejos tiempos, no se le pregunta a los habitantes de dichos territorios si les parece bien cambiar de bandera. La decisión se toma en la capital imperial sin consultar a la gente afectada.
El rey Donald, en su día un promotor inmobiliario, mira el mapamundi, ve lo que le gusta y dice, “esto para mí”. Como si estuviera jugando al Monopoly.
Hay un par de diferencias con lo que se hacía en siglos pasados. En ciertos casos se contempla comprar, no expropiar; en otros, transportar enormes cantidades de personas de un territorio a otro. Pensamos en los palestinos, los habitantes oprimidos de Gaza. Y, según el rey Donald, de los también oprimidos afrikaners de Sudáfrica, la tribu blanca que inventó e impuso a la fuerza el apartheid.
Como sabrán, el proyecto en el que Donald I insiste para Gaza (“me comprometo a comprarla”, dice) es expulsar a todos sus habitantes palestinos y convertir el territorio en una nueva “Riviera” repleta de Trump Tower casinos. La propuesta sudafricana es más imaginativa, si cabe. El plan provino del poder detrás del trono, Elon Musk. Sudafricano de nacimiento, el megárico Musk declaró hace un par de años que sus antiguos compatriotas blancos sufrían un “genocidio” a manos del gobierno heredero de Nelson Mandela.
Que esto fuera un caso particularmente grotesco de fake news solo sirvió para incentivar a su majestad naranja a proponer medidas acordes con la enormidad del supuesto crimen. “Los afrikaners de Sudáfrica son víctimas de discriminación racial injusta”, declaró la semana pasada. Y por eso, en un gesto de altruismo jamás demostrado con personas de piel oscura, prometió que haría todo lo necesario para dar asilo político a los “refugiados afrikaners”.
La realidad es que desde que acabó el apartheid y se instauró la democracia en Sudáfrica en 1994 los afrikaners han seguido viviendo excesivamente bien, libres de lo que algunos podrían llamar una merecida venganza. La minoría blanca (el 8% de la población) aún gana al menos diez veces más que la mayoría negra y posee veinte veces más tierras.
Lo de Sudáfrica, pues, junto a todo lo que ha hecho o dicho Trump desde que asumió la corona hace un mes, ha parecido una broma de mal gusto. El problema es que hay que tomarlo en serio. Por tanto, voy a proponer algunas ideas que también sonarán a broma pero que en la órbita del rey loco en la que de repente vivimos se podrían, quizá, hacer realidad.
Me refiero a lo que debería ser la respuesta del resto del mundo a la ofensiva trumpiana, en particular la de Europa, desperada ella por unir fuerzas contra la nueva tiranía transatlántica. Lo que propongo es volver a nuestros viejos hábitos imperiales, imitar el ejemplo trumpiano, y buscar nuevas colonias por conquistar. Concretamente, y basándonos en premisas históricas, apuntaremos a Estados Unidos, pero siempre con un propósito sinceramente generoso.
Pienso en Gran Bretaña, Holanda y España. Entre los tres se podrían repartir buena parte del actual reinado de Donald I, con especial atención a los estados que no votaron por él y cuyos habitantes, extranjeros en su propio país, bien podrían ver con ojos alegres la idea de traspasar la soberanía a sus antiguos amos.
Por ejemplo, es perfectamente posible que, dados a elegir, los habitantes de los seis estados del noreste que aún hoy se agrupan bajo el nombre de Nueva Inglaterra opten libremente por ser súbditos de la casa real de Carlos III ya que la alternativa es serlo bajo Donald I. Nueva York es otra posibilidad. Pertenecía al imperio holandés en el siglo XVII. Una buena oferta y la gran manzana podría pasar a manos del inofensivo rey holandés y su encantadora consorte porteña.
En cuanto a España, obvio lo que hay que hacer. Recuperar California. Esta quizá sea la más factible de las opciones que propongo, empezando por el hecho de que Donald I, Musk y compañía detestan el gran estado de la costa oeste, un baluarte del partido demócrata. Sin California como parte de Estados Unidos, el partido republicano del rey Donald (sí, a esta contradicción hemos llegado) ganaría todas las elecciones presidenciales en perpetuidad. Suponiendo, claro, que vuelva a haber elecciones en aquella nación abandonada por Dios.
Pero también habría argumentos positivos para que los californianos elijan hacerse españoles. Solo tendrían que informarse un poco para entender que en España, como en el resto de Europa occidental, se vive mucho mejor. Tenemos salud pública gratis para todos, vacaciones de un mes al año por ley (comparado con cero en Estados Unidos), trenes de alta velocidad, etcétera, etcétera. Una oferta difícil de rechazar.
Otra opción, complicada pero más caritativa, sería actuar con la misma lógica que el rey Donald hacia los afrikaners y ofrecer asilo político a los “refugiados” de verdad, aquella mitad de los estadounidenses que no votó por el trumpismo. Sería difícil colocar a tanta gente en Europa (hasta 160 millones, quizá), pero nos vendría bien invitar a unos cuantos de ellos en una época en la que necesitamos atraer talento para insuflar energía en nuestras renqueantes economías. El resto se podría repartir por países con terreno de sobra como (¿por qué no?) Argentina y la propia Sudáfrica.
Dirán que lo que propongo es un disparate. Pero vivimos en tiempos disparatados y, además, creo que tenemos una obligación moral de ayudar a los desdichados de la Tierra, esa pobre gente perdida de Estados Unidos, horrorizada ella por el golpe de estado que ha transformado a su venerable república en una surreal monarquía.