Un día como hoy, hace cuarenta años, Raúl Alfonsín pisó el jardín sur de la Casa Blanca en una jornada invernal de sol radiante en el marco de un breve acto protocolar que duró diecinueve minutos. Salvas de cañones, centenares de soldados de las distintas fuerzas, banda militar, y banderas de todos los estados de la Unión, como testigo del paso del presidente argentino.

El líder conservador, Ronald Reagan, acompañado de su inseparable esposa, Nancy, inició su discurso a las 10:13. Todo fue frente a un atril, y ante la mirada atenta de Bárbara y George Bush, que quedaron detrás del escenario. Centenares de invitados especiales agitaban sus banderitas de ornato en señal de bienvenida. La cara del presidente argentino se iba desarmando a medida que avanzaban las palabras, y con ellas, la tarea de la traductora en simultáneo.

La democracia recuperada llevaba solo 465 días de vida, y el adelanto del discurso que enviaron a la Cancillería argentina poco tuvo que ver con el que pronunció el presidente republicano. “Pateó el tablero de las normas diplomáticas”, fue la acusación que publicó en tapa El Periodista, la publicación que dirigían Andrés Cascioli y el recientemente fallecido, Carlos Gabetta.

El exactor hollywoodense toreó al invitado y le agitó el fantasma “marxista-leninista” del triángulo que, según él, conformaban la Unión Soviética, Cuba y Nicaragua. Después de la embestida, se deshizo en loas a la figura del general José de San Martín y Juan Bautista Alberdi.

El protagonismo de un Alfonsín que irradiaba democracia desde el extremo sur y trataba a las naciones centroamericanas con el mismo respeto que las habían tratado sus antecesores en el cargo, Hipólito Yrigoyen y Arturo Illia, no caía del todo bien en el estadounidense. Hacía 26 años que un presidente argentino no pisaba la Casa Blanca, Dwight Eisenhower había recibido a otro radical, Arturo Frondizi.

“Al lado de la esperanza, está el temor de América Latina. El temor que nace de comprender que hay expectativas insatisfechas en los pueblos. Las democracias han heredado cargas muy pesadas en el orden económico. Una deuda que en mi país llega a los 50 mil millones de dólares y en América latina en su conjunto está en alrededor de 400 mil millones de dólares”, retrucó el hombre de Chascomús, mientras Reagan se mordió los labios. La dolorosa cifra no estaba incluida en la bienvenida protocolar.

“Esto conspira contra la posibilidad de desarrollo, crecimiento y justicia. Esta es, sin duda, una de las grandes diferencias entre nuestros dos países; nosotros apoyamos (…) la filosofía de la democracia, la libertad y el Estado de derecho que nos iguala”, añadió con gesto adusto, enfundado en un sobretodo azul.

La foto histórica del discurso de Alfonsín en la Casa Blanca. La foto histórica del discurso de Alfonsín en la Casa Blanca.

“El hombre para ser respetado cabalmente en su dignidad de hombre, no solamente tiene que tener la posibilidad de ejercer sus derechos y prerrogativas individuales, sino que debe tener la posibilidad de vivir una vida decorosa y digna”, aleccionó sin levantar la voz, mientras hacía las pausas necesarias para la traducción simultánea al inglés que iba transfigurando la expresión del líder conservador.

La deuda externa y la inflación ya habían hecho rodar la cabeza de un viejo amigo y compañero de militancia, Bernardo Grinspun. Una relación que había nacido en los 50 y se había desandado en los primeros meses de 1985. En ese febrero, asumió un equipo aggiornado, encabezado por Juan Vital Sourrouille, en quien Alfonsín depositó toda la confianza, y por quien además profesaba una genuina admiración. Meses más tarde, llegó el Austral, la gestión se oxigenó y empezó un capítulo exitoso en la lucha contra la inflación.

“Pretender de nuestros pueblos un esfuerzo mayor, sin duda alguna es condenarlos a la marginalidad, la extrema pobreza y la miseria. La consecuencia inmediata sería que los demagogos de siempre buscaran en la fuerza de las armas satisfacciones que la democracia no ha podido dar”, advirtió desterrando toda expectativa de solución a través de la violencia.

Reagan y Alfonsín en el salón Oval de la Casa Blanca. Reagan y Alfonsín en el salón Oval de la Casa Blanca.

“Estoy convencido que Estados Unidos, por otra parte, comprende que la seguridad del hemisferio está íntimamente vinculada al desarrollo de la democracia en nuestro continente, y es por ello que abrigo las más grandes esperanzas acerca del diálogo que vamos a mantener”, agregó con su habitual astucia y picardía, tendiendo la mano, a pesar del mal trago.

Alfonsín arremetió contra los tres micrófonos que tenía mientras que por momentos buscó la mirada de Reagan que no salía de su sorpresa. Sin guion previo, hilvanó ideas intentando enojarse lo menos posible y aminorando el evidente fastidio que le produjo la jugarreta de la Casa Blanca que le habían anticipado como posible.

“Estoy convencido de que a través del diálogo se podrán encontrar fórmulas de paz, que sobre la base del respeto al principio que hace al derecho consuetudinario americano de la no intervención, nos den la posibilidad de lograr un triunfo de las ideas de la democracia y el pluralismo en democracia, sin injerencias extra continentales y afirmando desde luego, la libertad del hombre”, añadió en un guiño al imperativo del viejo mandato yrigoyeneano constitutivo del ideario radical.

La tapa de Clarín del dia posterior al discurso de Alfonsín en la Casa Blanca.La tapa de Clarín del dia posterior al discurso de Alfonsín en la Casa Blanca.

“Vamos a hablar dos presidentes elegidos por la voluntad de nuestros pueblos. Vamos a tocar sin duda, los temas bilaterales y también los que hacen a nuestro continente en su conjunto y no estará ajeno a nuestro diálogo el tema de América central o Nicaragua”, puntualizó en una clara reivindicación a la marcha de la –por entonces- revolución sandinista, que buscaba su salida democrática.

Detrás, Reagan atinó a esconder sus manos en los bolsillos, mientras la incomodidad crecía ante cada estocada del chascomunense. Tras reiterarle su condición de pares, Alfonsín cerró su discurso abruptamente, esbozó una sonrisa y le estrechó la diestra.

Había pasado la prueba de fuego con las convicciones intactas; en la ciudad de Buenos Aires, y antes de su regreso, la tapa de El Periodista (el tabloide semanal de la exitosa familia de Humor) dejó un título para la historia: “Alfonsinazo en Washington”.



Fuente Clarin.com

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