El desafío de dialogar con uno de los grandes escritores de la literatura universal no amedrentó a Ignacio Molina, un narrador que supo estar más cerca del minimalismo carveriano. En Nueve versiones de Borges (Gárgola  Ediciones), relatos inspirados en tramas, conceptos y personajes de cuentos de Jorge Luis Borges, Molina se mide con un autor que él mismo define como “fuera de serie” porque “rompió los moldes de todas las convenciones de la escritura de ficción”. El título de su último libro juega con el de “Tres versiones de Judas”, incluido en Ficciones, de 1944. “Borges es una suerte de maestro que, a través de las citas y las referencias que dejó en sus libros, nos abrió las puertas de su biblioteca para enseñarnos un mundo de posibles lecturas y relecturas”, plantea el autor en el prólogo.

En Nueve versiones de Borges, Molina rescribe textos emblemáticos como “La memoria de Shakespeare”, “Emma Zunz”, “El milagro secreto”, “La intrusa”, “El sur”, “La forma de la espada”, “La casa de Asterión”, “La flor de Coleridgde” y agrega una falsa biografía de un imaginario escritor argentino llamado Juan Brunello. El primer cuento de esta serie fue “Samuel Zunz”, una secuela de “Emma Zunz”, el relato de Borges escenificado en 1922, y al mismo tiempo una continuación de “Erik Grieg”, el personaje del cuento de Martín Kohan de Una pena extraordinaria. Después escribió “La cicatriz”, que está basado en “La forma de la espada”, el gran cuento de Borges de la década del ’40. En el relato de Molina la historia dentro de la historia está inspirada en un hecho real. Durante la dictadura de Augusto Pinochet, guerrilleros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez secuestraron a un coronel del ejército y para liberarlo sin el peligro de que lo asesinara un grupo de tareas tuvieron que viajar hasta la ciudad brasilera de San Pablo, luego de camufladas estadías en La Plata y Buenos Aires.

-Si hace unos veinte años atrás alguien te hubiera dicho que ibas a escribir Nueve versiones de Borges no le hubieras creído, ¿no?

-Sí, además no hubiera podido hacerlo. Hay una diferencia entre admiración y veneración. Hay mucha gente que lo admira a Borges, como yo, y mucha otra gente que lo venera. Pero se venera a un dios, a alguien que es intocable. ¿Qué hago frente a lo que venero? No tengo nada que hacer, solo rezar de rodillas y nada más.

-¿La admiración te permite dialogar con el otro?

-Sí, con alguien que admirás, podés dialogar. Para muchos lectores, Borges es muy difícil; pero es un mito que se crea a partir de que tiene capas de sentidos y hay que poner un poco de atención para leerlo. Eso es verdad; pero no es inaccesible. Si le preguntás a cualquier persona en la calle por un escritor argentino, te va a mencionar a Borges, aunque el 98 % no lo leyó. Hay mucha del campo nacional y popular que dice que no lee a Borges por antiperonista; se está perdiendo al mejor escritor argentino y a uno de los mejores del mundo. El problema es que la derecha intenta apropiarse de Borges. Yo escuché a un diputado muy “gorila” que decía que los peronistas odian todo lo sofisticado. Ese diputado nunca leyó bien a Borges. Se habla mucho de lo que dijo Borges en las entrevistas y poco de la obra en sí. Borges empezó siendo comunista y a los 20 años escribió una oda a la Revolución Bolchevique, después fue radical yrigoyenista y escribió uno de sus mejores libros antes de que existiera el peronismo, que es Ficciones. Vincular a Borges con el antiperonismo es algo que le queda chiquito a lo grandioso que es como escritor.

La dimensión popular y nacional

-El antiperonismo de Borges no es tan explícito en sus libros, salvo algunas excepciones como “La fiesta del monstruo”. ¿Por qué se confunde al personaje con la obra?

-El cuento más famoso de Borges, “Emma Zunz”, trata de una obrera de una fábrica textil que mata a su patrón. ¿Dónde está ahí lo conservador, lo antipopular? En el cuento “El duelo” hay dos señoras de Barrio Norte, muy paquetas, que tienen un duelo entre ellas, y él las caricaturizaba y se burlaba. Creo que a Borges se lo lee menos de lo que se debiera y muchas veces se leen mal sus cuentos. Hay una dimensión popular y nacional en Borges, en contra de lo que muchas veces se dice.

Cuando Molina empezó a escribir, estaba muy lejos de Borges. En 2006 publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (Entropía); después continuó con dos novelas: Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010) y Los puentes magnéticos (Entropía, 2013). Más recientemente publicó la nouvelle El cuarto deseo (Falsotrébol, 2018) y el libro de relatos Todos los minutos para vos (Falsotrébol, 2020). La conexión con Borges surgió cuando tuvo que dar un taller de lectura y empezó a releer a varios escritores argentinos.

“Lo leí de una manera diferente, un poco alejándome de esa idea caricaturizada de que es difícil o inaccesible. Y ahí descubrí su potencia. Hace 20 años, no hubiera podido escribir Nueve versiones de Borges porque tenía el prejuicio de que era un viejito aburrido, solemne, al que había que combatir desde la escritura”, reconoce el escritor, que por estos días celebra por partida doble la publicación de su nuevo libro de cuentos y que Excursionistas, campeón de la Primera C, ascendió a la Primera B. “No sé quién dijo que para escribir hay que matar a Borges. Todo lo contrario; para escribir hay que leer a Borges”, aclara.

-¿Por qué en la literatura se prefiere el parricidio?

-No entiendo por qué. Sería como jugar al fútbol y querer matar a Messi o a Maradona. En el fútbol no se quiere matar a las grandes figuras, se intenta aprender de ellas. Entiendo que los autores que escribieron en la década del ’60 o ’70, cuando Borges estaba en su punto más alto de popularidad, después del Premio Formentor, tenían que despegarse un poquito de Borges. Pero pasado el tiempo se lo puede resignificar, se puede debatir con él, como hago en el cuento “La memoria de Borges”, donde aparece un personaje, Luis Batista, escritor y periodista que critica a Borges. O en el último cuento del libro, “Historia de Juan Brunello”, que es muy parecido a Borges en su biografía, pero por peronista queda marginado y prohibido.

-¿En qué aspectos te parece que es muy productivo Borges para los escritores? ¿Qué habilita Borges para los que escriben hoy?

-Doy talleres literarios, y si alguien viene a mi taller y me trae un texto donde hay una aparente tercera persona que por un momento muy chiquito se convierte en primera le voy a decir que ese texto está mal. ¿Quién es esa primera persona que aparece ahí? ¿Es un personaje? ¿De dónde salió esa voz? ¿Cómo aparece de la nada? Borges hace eso constantemente; “Emma Zunz” es un cuento que parece en tercera persona, pero que en un momento hay una primera persona. “La intrusa”, que es otro cuento que reversiono y lo cruzo con “Casa tomada” de Cortázar, también es una aparente primera persona, pero ahí desde el primer párrafo se da cuenta de que esa primera persona está relaborando una historia que escucha muchas veces, y cuando empieza a contarla va y viene, desvaría, duda. “No, chicos o chicas, señores o señoras, no hagan esto todavía porque no les va a salir”, digo en mis talleres. Casi todos los personajes de Borges son Borges o son muy parecidos a Borges en cuanto a su biografía. Eso le da naturalidad y verosimilitud al texto. Él decía que era autor de cuentos fantásticos. Pensemos en “El Aleph”, que está narrado por un Jorge Luis Borges que después se transforma en algo totalmente fantástico, y eso le da como una chispa muy interesante. En ese cuento él termina siendo el perdedor; el loser, dirían los chicos. Borges permite las rescrituras, como lo hizo en “Pierre Menard, autor del Quijote”.

¿Se puede rescribirlo todo o hay límites?

-Cuando escribí “Samuel Zunz”, se lo mandé a Martín Kohan antes de que saliera publicado. Él me dijo que el futuro de la literatura argentina es rescribir “Emma Zunz” una y otra vez. Si todo el mundo ahora se pusiera a rescribir “Emma Zunz”, el límite sería que esté bien hecho. No quiero decir que lo mío esté bien hecho, eso lo decidirán los lectores y las lectoras. El límite para rescribir es no repetir.

El hincha en el alambrado

En el cuento “El milagro atroz” toma la idea y la estructura de “El milagro secreto”, cuento de Borges publicado por primera vez en la revista Sur en 1943 y un año más tarde en Ficciones. En el relato de Borges, un escritor checo judío, Jaromir Hladík, es secuestrado por la Gestapo en marzo de 1939, sentenciado a muerte y ejecutado diez días más tarde. En el cuento de Molina, el protagonista es un escritor, docente y militante político argentino que es secuestrado por la dictadura cívico militar el 5 de agosto de 1977. El “atroz” del título es un adjetivo usado por Borges en un texto que escribió luego de asistir a una de las jornadas del histórico juicio a los comandantes de las Juntas Militares y escuchar el testimonio de Víctor Basterra, sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada. “He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha”, planteó Borges en el texto “Lunes, 22 de julio de 1985”.

Molina vuelve sobre ciertos cuestionamientos ideológicos a Borges. “Un señor de la generación de Borges, de su clase social, apoyaba a la dictadura. A veces se lo juzga de un modo muy severo y se lo caricaturiza, pero Borges siempre fue mucho más que eso y lo demuestra sensibilizándose con el testimonio de una víctima de la dictadura, aunque ya estábamos en democracia”, aclara el escritor.

-¿Por dónde recomendarías empezar a leer a Borges?

 

-Diría que empiecen por Ficciones, de la primera mitad de los ’40, y El Aleph, de la segunda mitad de los ’40. Un buen cuento para empezar con Borges es “La intrusa”, también “El evangelio según Marcos”; con los libros de los años ’40 se van a maravillar con “La forma de la espada” y “El tema del traidor y del héroe”. “El Aleph” no creo que sea un cuento difícil, más allá de todas las referencias que pone en la última página. “El sur” es uno de sus mejores cuentos. Hay algo muy amigable en Borges, y no hay que quedarse con que es difícil o con frases sueltas que dijo en alguna entrevista. Como hincha de Excursionistas, lamento que no le gustara el fútbol. El otro día ganamos un partido muy importante contra San Martín de Burzaco, me trepé al alambrado en un gol y me filmaron desde la tribuna. Después subí el video a Instagram y escribí: “Como dijo Borges antes de ser sacado de contexto: once hombres contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos si no hay otro hombre que escribe versiones de mis cuentos trepándose al alambrado”. Borges tenía dos linajes: el de la biblioteca y de la violencia por sus antepasados militares. Yo puedo decir que en mí también hay dos linajes: el borgiano y uno más nacional y popular, donde entra el fútbol.



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