Pese a que no hay acuerdo sobre la cantidad de discos que publicó Chavela Vargas, los cultores y las cultoras de su obra coinciden en que promedia los 80 álbumes. Lo que sí es seguro es que en 1961 publicó sus dos primeras producciones. Con ellas definió su impronta musical y esa actitud desfachatada que no sólo la inmortalizó, sino que también incentivó a muchas músicas latinoamericanas a romper esquemas. Su debut se titula Noche bohemia, donde incluyó uno de sus temas insignias, “Macorina”, y en el que dio cuenta de su sociedad con el cantautor mexicano José Alfredo Jiménez, devenida en una inquebrantable amistad. Un dato no menor es que la tapa de ese trabajo la presenta como “Chabela”, que es una abreviación afectuosa de Isabela (su segundo nombre). Ya en el siguiente quedó estampado “Chavela”. En su biografía, Las verdades de Chavela, explicó que adoptó la “v” porque le dio la gana de escribirlo así. “Por joder lo hice”, justificó.

Ese otro disco lanzado en 1961 se titula Chavela Vargas con el Cuarteto de Lara Foster. Como parte del capítulo latinoamericano del ciclo Discos esenciales, concebido por el CCK, en la noche del sábado se recreó ese álbum en el Auditorio Nacional. Tarea compleja para el director musical del homenaje, el músico Ernesto Snajer, al igual que para las voces invitadas. Aún más si se toma en cuenta lo que reza en un mural de Tenampa, meca del mariachi y la bebida en el DF mexicano (segundo hogar de la cantautora): “Quién supiera reír como llora Chavela Vargas”. Pero para bajarle presión a semejante vara, vale la pena recordar lo que dijo Pedro Almodóvar acerca de “su esposa”: “Chavela Vargas hizo de la desolación una catedral en la que cabíamos todos”. Y a esa consigna inclusiva se subió la propuesta de esta revisión, que a lo largo de 70 minutos repasó el repertorio en el mismo orden en el que aparece en ese material.

Con guitarra en mano, Snajer, Seva Castro y Lucie Delahaye salieron a escena. Diana Arias estuvo en el contrabajo, y Flipe Traine en el guitarrón. Aferrándose así a la propuesta original del álbum, en el que Chavela Vargas completaba el formato de quinteto con su guitarra. Entonces irrumpió Soema Montenegro para cantar la ranchera “No volveré”, y le secundó Maca Mona Mu para interpretar “Desdeñosa”. Mel Muñiz asumió el reto de poner su voz al servicio de la canción más icónica, así como compleja del repertorio de la artista nacida en Costa Rica, pero que hizo de México su segunda patria. Al punto de que uno de sus últimos deseos, antes de morir en 2012, fue hacer una versión más personal de “La llorona”. Sin embargo, la ex Bourbon Sweethearts no se inmutó. Todo lo contrario. Al conocer y cultivar la tesitura de la oscuridad en su música, pudo encaminar ese clásico a buen puerto. Lo que devino en ovación. Merecida, sin duda.

Después de que Maggie Cuyen hiciera “La niña Isabel”, Ana Prada emergió del costado derecho del escenario. A la uruguaya le tocó el mariachi “Rayando el sol”, cover al que le inyectó su impronta. Si en algo coinciden cantautores como Tom Waits, Joaquín Sabina e incluso Charly García es que los excesos fueron tallando sus voces. Lo mismo sucedió con Chavela Vargas, quien remojó ese gaño profundo, doloroso y hechicero en alcohol. Hasta casi ahogarse en él. De hecho, ella se jactaba de haber tomado 43 mil litros de tequila. Y es imposible competir contra eso. Las cantantes de esta celebración lo entendieron, por lo que en ningún momento intentaron si quiera emular su huella. Otro acierto del evento fue haber comprendido la trascendencia de la artista desde la perspectiva de esta época, en la que las disidencias sexuales ganaron espacio. Aunque paradójicamente, por más que anduvo a contramano del establishment, ella se reconoció lesbiana a los 81 años.

Por eso la participación de La Ferni fue indispensable, para darle visibilidad y reivindicar este legado de Vargas. Relato que adoptó (lo mismo pasó con su posición acerca del feminismo) más por intuición que por militancia. La folklorista trans no binaria versionó “El día que me dijiste”, recreación que no pasó inadvertida. Maca Mona Mu regresó a escena de la mano del mariachi “Manzanita”, en la que sólo dialogaron el guitarrista Ernesto Snajer y la contrabajista Diana Arias. Siguió Maggie Cuyen con la ranchera “Un mundo raro”, cuya letra, de José Alfredo Jiménez, todavía sigue siendo estremecedora 60 años después: “Cuando te hablen de amor y de ilusiones, y te ofrezcan el sol y el cielo entero, si te acuerdas de mí no me menciones porque vas a sentir amor del bueno”. A continuación, Mel Muñiz revisitó “Paloma negra”, y La Ferni se armó de valor para cantar “Golondrina viajera”: una daga convertida en canción.

Dueña de una performance impecable, desbordando carisma y atenta a los detalles, Prada invocó “La churrasca”. Allanando el camino para el cierre del tributo, a cargo de Julieta Laso. La tanguera le dio un matiz arrabalero a “Adiós Paloma”. En la única perorata que hubo, Ernesto Snajer introdujo a los músicos del ensamble (dispuestos en forma de semicírculo) y pidió a las cantantes invitadas que volvieran a escena para recibir el reconocimiento a tamaño viaje. Pero aún quedaba un tramo más. Tras recorrer el disco entero, vino el momento random. Arrancó con Soema Montenegro haciendo “Macorina”, al mismo tiempo que Mel Muñiz y Maca Mona Mu la veían esta vez desde el público. Ana Prada despachó una fabulosa encarnación de “En el último trago”, a la que previamente dijo: “Esta se la saben”. En tanto que Laso se encargó de un final emocionante nada menos que con “Ojalá que te vaya bonito”. Dejando a todo ese auditorio a flor de piel. 



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