Un hombre que vive en “la Ciudad de la Furia” –un guiño evidente a la canción de Soda Stereo– recibe la “visita” del fantasma de su abuela Mellos, la mujer que moldeó su lengua cuando era un niño en Gijón. “La necesidad había sido una maestra severa en la vida de Mellos, la había modelado hasta darle la forma de un animal hermoso, menudo, ocurrente y lleno de una furia que repartía hostias sin mirar a quién ni a dónde”, recuerda el narrador de La Navidad de los lobos (Serie Gong), de Fran Gayo, poeta, exintegrante del dúo musical asturiano Mus y programador de cine en diferentes festivales de Argentina, España y Suiza, que vive en Buenos Aires desde diciembre de 2009.
En su extraordinaria primera novela reconstruye la historia de su familia paterna, que pertenecía a los “Vaqueiro de alzada”, un pueblo dedicado a la cría de ganado vacuno que cada primavera levantaba sus enseres, se desplazaba con el ganado a los terrenos de pasto en las montañas y permanecían allí hasta que en el mes de septiembre regresaban a los pueblos, donde vivían el resto del año. Esta trashumancia de la primavera al otoño es lo que se conoce como alzada, como aclara el escritor en el prólogo del libro.
No hay una galería autocelebratoria del pasado en la novela; Gayo despliega un tono narrativo mordaz que esquiva cualquier atisbo de nostalgia. Añade relatos fantasmales, es decir puro artificio. Al fantasma de la abuela Mellos, la inolvidable protagonista, se sumará Aldo, el vecino que dejó su departamento lleno de papeles y de libros. “Desconfío mucho de la nostalgia -confiesa el escritor asturiano-; es la causante de bastantes males no solo a nivel sentimental, sino también a nivel político. La nostalgia es peligrosa; era un riesgo intentar ver una época de mi vida y embellecerla, que es lo que pasa muchas veces”. El autor de los libros de poesía Cadena de frío (2015) y Las blancas hogueras (2019) nació en Gijón en 1970 y vivió en Pumarín, un barrio que tenía calles de tierra. “La leche no la comprabas en una tienda de comestibles, sino que ibas directamente a la casa de una señora que tenía cuatro vacas y vendía la leche allí”, recuerda esa vida en los barrios que parecía más rural que urbana.
“Todas las fantasías paranormales que mi abuela me contaba con el paso de los años se me estaban olvidando, entonces me vi un poco en la obligación de ponerlas por escrito. Cuando empecé a escribir, me di cuenta de que había cosas que ya no cerraban de esos relatos y tuve que leer libros de cultura popular asturiana para no estar escribiendo verdaderos delirios y que el recuerdo que tenía de determinadas cosas que les pasaron a mi familia coincidiera con lo que aparecía en los estudios antropológicos”, explica Gayo.
-¿Por qué te parece peligrosa la nostalgia?
-La nostalgia puede llevar a la mentira muy rápidamente. Hay un momento en el que vas a tener la tentación de embellecer determinadas cosas. O de pudrirlas más. Esta novela podía haberla hecho mucho más dura, pero es lo más fiel posible a lo que conocí. No quería irme a la mierda y hacer de repente algo que fuese como el fin de la civilización occidental. Renunciar a la nostalgia me parece una base para seguir avanzando, para no quedar estancado en un pasado que muchas veces ni conociste.
-¿Qué tipo de nostalgia impera en Asturias?
-Hay una idea de una Asturias muy anclada a lo mejor de octubre del 34, cuando los mineros asturianos tomaron la Fábrica de Armas de la Vega; entonces se tiene nostalgia de esa Asturias un poco borracha y dinamitera, que es una Asturias que ya no existe. No hay industria ni minas prácticamente; ahora es una Asturias más paraíso de turismo, con todo lo que eso implica.
– “Mellos fue mi lengua materna. Antes de que yo hubiese cumplido los diez años ella había moldeado ya mi acento, mi entonación y gestos, de ella aprendí a insultar con saña, con ella aprendí a hablar como se hablaba en las montañas del occidente del país treinta años antes de que yo hubiese nacido”, recuerda el narrador. ¿Es una exageración o tu abuela fue tan importante?
-Ella me crió por un tiempo. Nunca supe por qué realmente y nunca me animé a preguntárselo a mi madre. El libro está construido sobre muchos silencios que había en mi familia y los rellené, como pude, con ficción.
-¿Por qué el pasado, especialmente la infancia, sólo es posible contarlo desde la ficción?
-Yo me di cuenta hablándole de mi infancia a mi hijo que a veces maquillaba mucho ciertas cosas. A mi hijo le cuesta entender cómo eran los colegios y que los castigos físicos fuesen tan habituales, que para nosotros no fuese una tragedia que nos diesen un bofetón. Yo me había prometido no volver a escribir sobre la historia de mi familia porque implica una exposición muy fuerte. Pero de repente al segundo día de estar escribiendo estaba mi abuela dentro del libro. Lo que quería básicamente era hacer un relato fantástico. Un relato de terror porque me gusta mucho el género. De repente estaba escribiendo de mi familia y lo que intenté fue que permaneciesen las dos cosas: el relato fantástico, que me dio la nafta para llegar al final del libro, y la historia de mi familia.
-Hay una escena que condensa la humillación en la infancia, cuando la maestra lo pone al narrador a escribir en el pizarrón “se dice pies y no pías, se dice dedos y no dedas”. ¿Eso forma parte de la imaginación o es algo que te pasó?
–Sí, me pasó. Yo usaba las palabras que había aprendido de mi abuela y me acostumbré a llamar pías a los pies, que era como ella decía. Yo sentí la vergüenza de que me pongan a escribir en un encerado no sé cuántas veces “se dice pies y no pías”, cuando el resto de la clase también hablaba como yo.
-En un momento el narrador se refiere a la “opacidad” de su padre, “al que veía entrar y salir de mi casa como una corriente de aire que calienta un ratito, pero nunca llega a caldear los espacios”. ¿Por qué el padre aparece de un modo fantasmal?
-Mi padre trabajaba como un animal, hasta sábados y domingos muchas veces. Prácticamente murió trabajando, si lo pienso… La relación con mi madre, era mucho más intensa porque ella estaba a cargo de educarnos, de que no nos metiésemos en líos viniendo del barrio que veníamos. Mi padre realmente venía, comía y se iba; por eso esa opacidad… Yo tenía una relación de un cariño muy animal con mi padre.
-La relación con la naturaleza en tu infancia, cuando te ibas de vacaciones al pueblo, ¿te hizo ver el mundo con una mirada distinta a un chico criado en una trama más urbana? ¿Tu interés por lo fantástico empieza a partir de esa relación con la naturaleza?
-Sí. No estoy hablando de una familia que tenga una estancia con un montón de vacas ni nada por el estilo. Es una familia de campesinos que tiene tres vacas, un burro y dos cerdos. Hay una relación completamente diferente con el silencio y la oscuridad. El silencio en los pueblos puede ser muy amenazante.