Las relaciones humanas son complejas y no siempre son lo que parecen ser. Muchas veces, las personas se encuentran con situaciones en las que alguien les molesta mucho, ya sea un compañero de trabajo, un pariente, incluso un amigo.
Las tensiones con esas personas pueden ser difíciles, sin embargo, desde la perspectiva de la psicología, surge una pregunta: ¿por qué nos molestan tanto ciertas cosas de los demás? ¿Podría ser que, en realidad, estas molestias reflejen algo de nosotros mismos?
La idea de que las molestias hacia los demás pueden ser un reflejo de nuestro propio mundo interno se ve en muchas escuelas de psicología, dónde se sugiere que cuando alguien nos irrita profundamente podría estar actuando como un espejo que nos muestra aspectos no resueltos o conflictos internos.
En otras palabras: lo que nos perturba en los demás podría estar relacionado con nuestras propias inseguridades, miedos o expectativas no cumplidas.
Una oportunidad para el autoexamen
Cuando alguien nos genera molestia, es importante recordar que, en lugar de señalar con el dedo, podemos tomarlo como una oportunidad para el autoexamen y la reflexión. Para preguntarnos por qué hay ciertos comportamientos o palabras que nos afectan tanto, puede conducirnos a un mayor autoconocimiento y crecimiento personal.
¿Qué aspecto de nosotros mismos se ve amenazado o desafiado por la acción de la otra persona? ¿Cuáles son nuestras propias expectativas y cómo influyen en nuestras reacciones emocionales?
Si nos hacemos estas preguntas, tal vez, podemos comenzar a comprender por qué ciertas personas nos provocan rechazo y qué revela eso acerca de nosotros mismos.
Juego de proyecciones
Muchas veces, en estas situaciones están en juego nuestras propias proyecciones. La proyección es un mecanismo a través del cual depositamos en otras personas sentimientos, pensamientos, creencias o también acciones propias, que pueden ser inaceptables para nosotros mismos.
Cuando nos sentimos amenazados, o tenemos algún tipo de conflicto emocional, podemos poner ese rechazo a nuestras propias actitudes o conductas en algo externo. Así, nos deja la sensación de que ponemos esos problemas fuera de nosotros.
Una vieja frase dice que “no vemos al mundo como es, sino que lo vemos como somos”.
En muchas ocasiones, nuestras percepciones y respuestas ante las acciones de los demás pueden hacer que un conflicto crezca o que perdure en el tiempo. Es decir que, de alguna manera, ese problema no se produjo por azar, sino que nosotros mismos lo buscamos.
Pero, por otro lado, cuando tomamos consciencia de lo que proyectamos en los otros, podemos descubrir nuestra propia realidad. Cuando vemos esto, podemos gestionar lo que pasa en nuestro interior, para poder hacernos cargo de eso, y trabajar esos aspectos de nuestra vida.
Si sabemos utilizar esto a nuestro favor, podemos descubrir las cosas que no nos gustan de nosotros mismos, nuestro lado oscuro, y trabajarlo, lo que nos ayudará a salir de un estado de ego, o de sobrevaloración.
También, al admitir que somos imperfectos, podemos crecer en empatía con los otros y con nosotros mismos, ya que aceptar nuestras propias imperfecciones, muchas veces nos lleva a “autoperdonarnos”, y a tener diálogos internos más sanos.
Idealizar también tiene riesgos
Es importante también ver que esto es una parte de la verdad. La otra parte es que cuando admiramos a alguien, o alguien nos cae bien, también estamos poniendo parte de nuestros valores en esa persona.
Esto también puede ser peligroso, ya que muchas veces atribuimos a una persona cualidades que no se corresponden totalmente con la realidad. Alabamos su bondad, su preocupación, sus cosas positivas y sus atributos, pero no dejan de ser parte de nuestras propias proyecciones.
Esto pasa muchas veces en el enamoramiento, cuando no se ven las señales de alerta de la conducta del otro.
En estas situaciones también podemos descubrirnos a nosotros mismos, sabiendo cuáles son nuestros valores y a qué cosas les damos prioridad en nuestra vida.
Todos tenemos carencias, necesidades y defectos, por lo que es importante, actuar con empatía y humildad a la hora de relacionarnos con otros. No siempre lo que vemos en el otro es lo que hay en realidad, y podríamos estar, en el fondo, luchando con nuestras propias sombras.
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