Muy buen ritmo, nada de qué lamentarse, chispa y agilidad tiene la puesta de “Escorpio”, una comedia sobre la identidad, la pareja y el futuro, que acaba de estrenarse en Espacio Callejón con dramaturgia y dirección de Julieta Otero (“Soy Roxi”) y actuaciones de Sofía González Gil y Miguel Ferrería.
Lo primero que propone la obra es una sorpresa, apenas arranca el público cree estar en una situación escénica que rápidamente muestra su juego y vemos que lo que creíamos ver no es exactamente lo que sucede, sino que se trata de un juego que juega la pareja protagonista de la historia.
Con ese logrado recurso, “Escorpio” nos sumerge de lleno en tema y, a partir de ahí, todo va encajando con precisión y fluidez en una historia que no aspira a sesudos análisis, sino que plantea con gracia algunas de las dificultades que pudiera encontrar en su camino una pareja con poco más o poco menos de 30 años en su convivencia y atravesada aún por los fantasmas de los mandatos familiares, en algún caso, o las frustraciones de una realidad no tan amigable como pareciera, en otros.
Buena dupla conforman Sofía González Gil y Miguel Ferrería para contar esta historia con final feliz, que nunca apela a la tristeza ni la desesperanza sino que va descubriendo sus claves de a poco, ella con un personaje que entre el comienzo y el fin cambia de eje y que lo lleva en la actitud y el cuerpo, y él como un partenaire que sabe imprimirle ingenio y divertidos ardides a una situación que pinta gris a presente y futuro.
Ella es una actriz de casting en casting, que intenta avanzar en una carrera profesional con bastantes obstáculos, y él es un herrero por herencia y mandato familiar, harto de la rutina y el horizonte próximo pero atribulado también por los juegos que su pareja le propone y donde parece sentirse extraño también.
Ella es una actriz de casting en casting, que intenta avanzar en una carrera profesional con bastantes obstáculos, y él es un herrero por herencia y mandato familiar, harto de la rutina
Hay más de discusión y de conflicto que de amor y pasión, aunque parecen quererse y ninguno de los dos ataca ni hiere, sino que vuelcan sus dificultades externas al interior de un dos ambientes, que podría transformarse en algún tipo de campo de batalla antes de que logren encaminar sus destinos sin que la realidad los devore.
Mucho hay en “Escorpio” en clave generacional y la obra escrita y actuada desde la edad de los protagonistas, ese borde cercano a los 30, expresa también muchas de las ambivalencias, situaciones e interrogantes que plantea ese momento de la vida: tanto la voluptuosa forma de querer ir para adelante de ella como la presencia del mandato paterno en él, pero también los juegos que proponen, el lenguaje que hablan, el humor.
La puesta no apela a rupturas ni vértigos, es, más bien, clásica, al igual que el texto, la riqueza está en la soltura de los personajes y el modo como comienzan a transformarse, primero desde el conflicto y luego a partir de la aceptación, y también en la manera, descontracturada, de llevar adelante la situación que atraviesan, siempre dispuestos a jugar una carta o una frase en favor de la ironía o el humor, donde no hay un efectivo “signo trágico”, sino más bien la vida que nos toca y cómo atravesarla, sin condiciones estructurales desfavorables que puedan tornarla más oscura.
La directora y dramaturga es Julieta Otero, protagonista y coautora de la serie “Según Roxi” y “Escorpio” no es ajeno a ese universo en varios sentidos, no se habla de maternidad, el conflicto es previo, pero el modo de “surfear la ola” es similar.
“Escorpio” no esconde pertenencias geográficas ni socio culturales, las asume como propias y habla desde ese lugar, y la clave maestra con la que abre todas las puertas es la capacidad de “desdramatizar” conflictos y frustraciones. Está mas cerca la sonrisa que el llanto, así en toda la obra.
La pieza teatral tiene un buen final para los conflictos que pone en juego y las derivas que van desatando, un final que puede ser feliz aunque no se trate de un “final feliz”, algo más parecido a la posibilidad de poder desprenderse para poder apresar aquello que puede servirle a uno, una cierta honestidad intelectual que no exagera, miente ni engaña sino que vive y, si puede, se divierte, o al menos intenta reírse de aquello que sucede.