La vejez como una oportunidad para entrarle plenamente a la vida es algo que las sociedades mercantilizadas desestiman. Sin embargo, Pacho O’Donnell sostiene que la vejez puede ser vista como desafío y no como una condena. En su nuevo libro, La nueva vejez ¿La mejor edad de nuestras vidas? (Sudamericana) el escritor, también historiador, psicoanalista y médico psiquiatra, expone un paradigma que redefine la vejez, en tiempos de longevidades descartables, desde su propia experiencia de vida.
Hoy “la tercera edad” abarca desde los 65 a los 80 años, y la “cuarta” de los 80 a los 95. “Pronto será habitual transitar la quinta edad” razona O’Donnell. Por obra de la ciencia creció la expectativa de vida. No así la valoración de la vejez. Pero este libro ofrece una deconstrucción del prejuicio asociado a la vejez que sorprende. Aporta emoción y deseo por vivir la ancianidad. Abre en la conciencia una ventana a un día de sol, muy distinto al paisaje que el sentido común sostiene sobre envejecer. O’Donnell elige llamarlo “evolucionar”.
El autor arriba a estas reflexiones desde que a los 63 años le diagnosticaron una insuficiencia cardíaca severa. Eso motivó su sostenida y creciente “adicción al gimnasio”, dice. Con control médico, rutinas, dieta, y decisión recuperó vitalidad física e intelectual. Hasta que un día una foto suya en redes sociales –de su espalda desnuda para ser precisos– posteada casi sin premeditación sobre el impacto que traería, lo convirtió en influencer. Y lo alertó sobre el significado que la transformación de su propia vida le otorga a la muerte y a la longevidad, ese par inalterable. Esa certeza. Esto lo impulsó a compartir el recorrido, y a reflexionar en torno a un luminoso ocaso de la vida.
Es casual esa primera foto, de 2019. Fue subida con la intención de mostrarla “a la familia” repasa. La repercusión lo puso en alerta: esta nueva vejez inquieta y convoca. Y con reacciones diversas: “Estoy en el bautismo de mi nieta, abro Instagram y me encuentro con la espalda de O’Donnell” cuenta una seguidora . Hasta ahí, normal. Pero agrega, entre tímida y gratamente sorprendida: “Creo que alguien me vio”.
Recuperar el placer por el propio cuerpo y por la vida. Animarse a tener proyectos. Tender puentes al mundo con la certeza de que en el otro lado alguien espera, son algunos de los “secretos” de esta receta de vida que O’Donnell desarrolla en este libro. Y eso que la ciencia le auguraba cinco años de vida. “Llevo veinte de sobrevida” comparte en la entrevista con Página/12, donde de entrada advierte –como en su libro–, que hoy “la vejez puede ser una etapa dinámica, creativa y placentera, si es que no hay obstáculos graves de salud o dificultades generadas por la pobreza y la exclusión social”.
“Los viejos somos el grupo de discriminados más grande la sociedad argentina y mundial” afirma. “Aquí somos casi 7 millones de personas que vivimos bajo el prejuicio cultural de considerar a la vejez una etapa oscura, y a los viejos como deprimidos, aburridos, solitarios, enfermos. Una idea asociada a la decadencia” repasa.
“Imaginar otra vejez” significa no solo atravesar el prejuicio social sobre la ancianidad. También darse lugar “para pagar deudas con uno mismo”, propone. “Es un tiempo para aprovechar, darle dinamismo, vitalidad, erotismo, sexo, creatividad”, suma. “Esto es una clave del libro” sostiene sobre el texto que efectivamente logra transmitir ansias por llegar a la vejez. Impulsa a una sociabilidad en expansión que recupera entre otros aspectos, los conceptos de belleza y sexualidad, alejados culturalmente de “los viejos”.
Guerra al “viejismo”
O’Donnell entabló una guerra contra el “viejismo”. No contra la muerte. “A la muerte no hay con qué darle, es invicta, pero se puede dar pelea contra el deterioro” explica. Avanza sobre los modos de vida y llama a la acción: “Es fundamental tener grupos de pertenencia. Incorporarse a grupos de arte, de ajedrez, de cocina. Ir a templos, iglesias, sindicatos. Levantarse del sillón frente al televisor y salir a socializar te garantiza 4 o 5 años más de vida” afirma.
“Esto combate la idea del viejo como un ser solitario y deprimido, al que muchas veces lo lleva la propia cultura”, explica sobre “el esquema de vejez como deterioro que muchos asumen como algo a cumplir. Hay muchos mayores deteriorados no envejecidos, pero descuidados en su atención médica, en sus relaciones sociales, en relación a su cuerpo” señala.
Alejado de la complacencia, O’Donnell insiste en que esto es difícil “cuando hay familias en la pobreza que no están en condiciones de cuidar a sus viejos. Lo que acarrea muertes prematuras, enfermedades curables pero no resueltas, mala alimentación”. Tras la vulnerabilidad económica y afectiva se parapeta la indiferencia –defensiva por cierto– que distancia de la vejez, y le mezquina amabilidad y cuidados.
Pudo verse en la pandemia: “El covid tuvo a los viejos como cliente principal porque encontró sistemas inmunológicos deteriorados” recuerda. Una posición más activa en favor de la vejez con más cuidados pudo haber atenuado el impacto. Pero la maquinaria productiva expulsa al viejo. El Estado no tiene políticas públicas para quienes superan la edad de jubilación. Y sin un trabajo que da entidad –“soy abogado, soy empleado”, repasa–, se pierde también su necesaria red de socialización.
Las cosas por su nombre
La vejez provoca rechazo. Incluso cuesta decir “viejo o vieja”, pero O’Donnell utiliza estas palabras con libertad. “Las reivindico como forma de combatir el prejuicio”, sostiene. Luego desliza, con cierto humor: “Creo que este libro está condenado a no tener gran venta”. El tema se rechaza explica. “Hay pocas publicaciones sobre esto” plantea.
“No aparece en las teorías freudianas –continúa–. Esto tiene que ver con el rechazo a la muerte. Cuando la sociedad se construye en torno a la idea de juventud, los viejos nos volvemos feos y se evita denunciar el paso de los años. Grandes industrias se basan en negar el paso del tiempo: cirugías estéticas, tratamientos rejuvenecedores. Esta idea tan oscura de la vejez, la transforma en una etapa aterrorizante”.
Entre el aislamiento social y la desazón, el vaticinio se transforma en real. “Abandonamos el cuerpo que queda como cosa de jóvenes, y el sexo también, lo vamos dejando como si fuera natural” señala. “Pero el cuerpo reacciona y los músculos se recuperan” afirma. Ejercitar a diario “produce beneficios como disminución del colesterol, de la ansiedad. Recuperé mi peso, algo cuasi milagroso. No es una lógica biológica absoluta, pero es aconsejable para todos y sobre todo los mayores”, distingue.
Al mayor rendimiento físico le sumó una sostenida actividad intelectual: nunca dejó de escribir. Autor de ensayos, novelas, cuentos y obras de teatro, publicó desde 1975 unos 50 títulos, entre ellos Juana Azurduy, la teniente coronela (1994) o El Che (2003). Batalla a diario contra el “sedentarismo intelectual”. Y este mes además se lo vio conducir un hermoso ciclo de ficción histórica en la TV Pública: Prócer, acompañado de actores y actrices como Julieta Ortega quien interpretó a Juana Azurduy, Gabriel Goity como Julio A. Roca, o Pompeyo Audivert como Juan Manuel de Rosas, entre otros.
El Quijote, un viejo de 50 años
“En Oriente está más asumida la muerte, en Occidente se vive como algo intolerable” explica O’Donnell, el historiador. Aún así, y para exorcizar la angustia sobre lo inevitable, desde este libro convoca a pensar en la vejez como la mejor oportunidad para vivir el presente a conciencia. Apela a reflexiones de grandes autores para apoyar su hipótesis y capítulo a capítulo recrea mundos de otras latitudes y tiempos. Desde los ensayos de Simone de Beauvoir a las novelas de Saramago. Desde El Quijote, “considerado un viejo cuando tenía 50 años”, advierte sobre el caballero andante de Cervantes –quien “por seguir sus sueños logra la inmortalidad (literaria)”, agrega–; a la porfía de El viejo y el mar, de Hemingway, o los consejos del Viejo Vizcacha de José Hernández. En diálogo con la idea de “vivir el presente” estos otros mundos fortalecen el texto. Mientras construye tramas con la semblanza de otras sociedades donde la vejez no es, o no fue estigma, sino posibilidad: desde el Japón actual al imperio incaico o a la antigua Roma y su poderoso Senado.