Marcelo Nisinman en la sesin especial del Parlamento Europeo Foto Prensa UE
Marcelo Nisinman en la sesión especial del Parlamento Europeo / Foto: Prensa UE.

Hubo música en los campos de exterminio: el tango argentino, extendido en cierto circuito europeo desde la década del ’20 por la fuerza del influjo gardeliano, fue utilizado, al igual que otras músicas, como parte de los dispositivos del Holocausto. También puede rastrearse su huella en los actos de resistencia y los gestos humanistas que se levantaron frente a la masacre.

Un bandoneón argentino, tocado por Marcelo Nisinman, se escuchó el jueves en una sesión especial del Parlamento Europeo en Bruselas con motivo del Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, que se conmemora cada 27 de enero. Allí se recordó la liberación en 1945 del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau. El argentino estrenó Warsaw’s Song, una obra para bandoneón sólo.

El tango y el bandoneón tienen una historia que atraviesa las guerras y los crímenes del siglo XX.

Sobre la música y sus formas de circulación social durante el nazismo existen testimonios y registros documentados.

La célebre película El pianista (Roman Polanski, 2002) expuso la vitalidad de la vida musical en el gueto de Varsovia, instaurado en Polonia en 1940. A la calle Leszno, incluso, humorísticamente se la llamaba la Broadway de Varsovia.

El filme relata el padecimiento del pianista polaco Wladislaw Szpilman y la persistencia de las diferencias de clase dentro del gueto entre la comunidad judía, aun bajo la opresión. Y como, en esa estructura social, la música representaba una vía para la supervivencia.

De aquella película acaso se recuerda más la escena en la que Szpilman (interpretado por Adrien Brody) toca la Balada Nro. 1 en sol menor de Chopin ante un oficial alemán, que luego lo ayuda en su sobrevivencia (en el hecho real, el pianista tocó el Nocturno Nro. 20 en do menor, pero -en cualquier caso- la licencia cinematográfica es legítima porque lo trascendente es que Szpilman interpretó a un compositor polaco). Pero la música estuvo lejos de ocupar sólo esa faceta redentora.

Marcelo Nisinman en la sesin especial del Parlamento Europeo Foto Prensa UE
Marcelo Nisinman en la sesión especial del Parlamento Europeo / Foto: Prensa UE.

Szpilman es hoy un emblema de la resistencia al Holocausto. Diferente suerte corrió la legendaria cantante judía Wiera Gran, también parte de la vida musical del gueto pero, como contracara de Szpilman, fue señalada de colaboracionista con el régimen nazi.

Con un sugerente registro de contralto, su voz se puede rastrear hoy en las plataformas digitales en la versión de Uliczka w Barcelonie (Una callecita de Barcelona), que no es otra que el tango Callecita de mi barrio (1925, Alberto Laporte/Otelo Gasparini), clásico de Carlos Gardel.

El tango estaba muy extendido en Polonia y, después de París, Varsovia era una de las ciudades que mejor acogía a la música argentina. Existen versiones en polaco de Caminito, Piedad y Esta noche me emborracho.

La música en los guetos y en los campos de exterminio no era una excepción. Formaba parte de la vida cotidiana de los campos, en los que había orquestas y la música era parte del circuito planificado de la circulación de sentido.

“El tango era un ritmo popular en el período de preguerra y los prisioneros siguieron usándolo en los campos y en los guetos como base de sus nuevas letras”Shirli Gilbert

El escritor francés Pascal Quignard, en su libro El odio a la música, analizó la función de las orquestas que los nazis organizaban para tocar mientras llegaban los trenes de la muerte y se asesinaba a miles de personas.

“No escasean las publicaciones que declaran, no sin cierto énfasis, que la música sostenía a los prisioneros esqueléticos y les daba fuerzas para resistir. Otras afirman que esa música producía el efecto inverso, que desmoralizaba a los desdichados y precipitaba su fin. Por mi parte, comparto esta última opinión”, señaló el autor.

Es conocida la historia del tango Plegaria, del violinista rosarino Eduardo Bianco, que fue elegido por Joseph Goebbels para acompañar el horror cotidiano en Auschwitz. El poeta Paul Celan lo rebautizó como El tango de la muerte.

De letra acaso convencional y un poco torpe (hay de ese tango versiones de Gardel y Francisco Canaro), Plegaria sin embargo atrapó a los jerarcas nazis por su aire nostálgico, que consideraron ideal para el dispositivo de los campos.

Foto Prensa UE
Foto: Prensa UE.

La música fue también parte del circuito de resistencia y, dentro de los campos, los prisioneros componían. Es paradigmático el Tango de Auschwitz (su nombre real es Der tango fun Oshvientshim) que pudo ser transcripto gracias a la memoria de la exprisionera Irke Yanovski, quien recordó que se cantaba al son de la melodía de un tango de preguerra (con un compás de dos por cuatro propio del primer período del tango) para levantar el ánimo de las prisioneras.

“El tango era un ritmo popular en el período de preguerra y los prisioneros siguieron usándolo en los campos y en los guetos como base de sus nuevas letras”, escribió la investigadora inglesa Shirli Gilbert.

  • “Oh, el tango de las esclavas de Auschwitz
    Espuelas de acero de nuestros guardianes
    Oh, los días de libertad nos reclaman”
  • Reza el Tango de Auschwitz
  • La música tuvo más de una función y no es reductible a un estereotipo ni a una perspectiva simplificadora pero, de todas maneras, es evidente que los prisioneros recurrían a ella para sostener el acto de humanidad de establecer una relación de continuidad con la existencia de preguerra y construir un marco que les permitiera asimilar la crueldad que les imponía la experiencia. En ese punto, el tango argentino fue, como toda expresión estética, un hecho distante del acto deliberadamente mecanizado de la aniquilación.

    El bandoneón, el instrumento por excelencia del tango argentino, es de origen germano y se tocaba en los clubes socialistas alemanes que eran atacados por el nazismo.

    El desenlace de la guerra terminó con la producción de bandoneones

    En la pequeña ciudad de Carlsfeld, cerca de la entonces Checoslovaquia, existió la fábrica de bandoneones que alimentó el tiempo dorado del tango argentino: la que producía los míticos fueyes AA.

    Pero el desenlace de la Segunda Guerra Mundial terminó con la producción de bandoneones.

    El bombardeo sobre Dresde, con la guerra ya definida, y la división del mundo que acordaron Churchill, Stalin y Roosvelt dejaron esa fábrica de Carlsfeld en territorio socialista y el régimen soviético entendió que, más que instrumentos para los músicos del Río de la Plata, era mejor que fabricasen bombas de nafta para alimentar la industria automotriz.

    La producción de bandoneones en Carlsfeld continuó en forma marginal y terminó por extinguirse en 1964.

    Desde entonces no hay más bandoneones AA. Persiste el tango y la memoria por las víctimas del Holocausto.





    Fuente Telam