En la usualmente poco conflictiva Seúl, recientemente se movilizaron 100.000 docentes secundarios con gente que los respaldaba en un reclamo sindical: que padres y alumnos dejaran de acosarlos psicológicamente. Desfilaron por las calles de la capital uniformados de negro –muchos con barbijo negro– llegados de todo el país con un orden y formación casi militares, entonando consignas con precisión de coro sinfónico, sentados sobre el asfalto en hileras perfectas y paralelas a lo largo de cuadras –dejando libre las franjas blancas del cruce peatonal– y portando cada uno el mismo cartel impreso en serie. Un grupo de ellos se ocupó de la limpieza callejera y la policía controló con un sonómetro que se cumpla la ley: los discursos no deben superar los 95 decibeles, so pena de seis meses de cárcel.

El rigor y disciplina confucianos se combinaron con el budismo: la fecha de la protesta mayor fue 49 días después del suicidio de Lee Min-so en julio pasado, un número que en esa ritualidad funeraria asegura el renacimiento en el paraíso. Esta docente de escuela primaria de 23 años se habría suicidado, según la policía, por una ruptura amorosa. Pero a su prima la historia no le cerró y se puso a investigar. Descubrió en el diario personal de Min-so que en los últimos meses, ella se atemorizaba antes de entrar al aula: “Siento mi pecho muy cerrado y que me voy a caer. Ni siquiera sé dónde estoy”. El 3 de julio escribió que estaba sobrepasada por la “locura” del trabajo y quería “dejarse ir”. Dos semanas después apareció muerta en un armario del colegio. En su casa había una pila de libros sobre cómo salir de la depresión.

Como reacción, decenas de miles de docentes comenzaron a movilizarse, reclamando protección: se sienten acosados por los padres de alumnos, quienes los llaman a su teléfono personal incluso por las noches y en fin de semana, a quejarse por el trato y la educación que reciben su hijos (si son bloqueados, llaman desde teléfonos prestados).

En el teléfono de Min-so, la prima vio un bombardeo de mensajes con reclamos de ese tipo. Días antes, un alumno había lastimado a otro cortándolo con un lápiz y los padres la responsabilizaron a ella.

El remedio como enfermedad

Los docentes reclaman que una ley de 2014 generó que se los acuse con facilidad de maltrato, lo cual no les permite intervenir para mantener la disciplina ante alguna pelea: si un padre los acusa de algo, son suspendidos. Entonces, padres y niños abusarían de ese poder de manera extorsiva. Incluso un regaño puede ser catalogado de “abuso emocional”, generándoles el despido. Según el sindicato, un profesor recibió quejas parentales porque se negó a llamar por teléfono a un alumno cada mañana para sacarlo de la cama. Los profesores se sienten desempoderados. Y efectivamente, las cosas han cambiado: en 2011 el gobierno prohibió los castigos corporales en la escuela, al trascender videos de agresiones con palos de hockey de profesores a sus alumnos por no saber la lección o pisarles la sombra. La Federación de Profesores Coreana propuso una medida intermedia: un “castigo corporal educativo” que no lastime. Algunos padres les siguen pidiendo que golpeen a sus hijos.

La perspectiva confuciana

El contexto cultural es una sociedad muy competitiva que considera a la educación como la forma socialmente más aceptada de ascenso social (esta es una premisa confuciana: las personas ilustradas coronan la pirámide). Esa cosmovisión gestada en la aldea arrocera –basada en el duro trabajo en conjunto– está orientada al grupo, que debe estar unido y moverse un poco con la lógica de la manada: el sujeto renuncia a su individualidad y derechos para subsumirlos al grupo, a su vez dividido en jerarquías estrictas. Si cada quien cumple obediente la función asignada –la que le toca dentro de los estamentos– reinará la armonía. Quien sea distinto en algo o no cumpla su deber –a veces por mínimo que sea– será blanco de bullying, un problema global pero muy marcado en el este de Asia: uno no debe diferenciarse, sino encajar en el lugar asignado por la familia y la sociedad.

Los padres consideran que al pagar la educación de su hijo, tienen derecho y autoridad para reclamar al docente lo que deseen. Algunos profesores también hacen bullying y están formados para estimular la competencia entre alumnos. Si uno de ellos hace algo malo, puede suceder que el docente lo pare junto al pizarrón y le diga a sus compañeros que lo señalen y rían a carcajadas del pequeño infractor. Hay casos extremos en que la mayoría de los alumnos de una escuela someten a bullying a uno solo de personalidad frágil: este puede recibir en un mismo día, 300 mensajes de texto molestándolo. Con la mirada omnipresente de los demás sobre cada persona –como sucedía en el campo de arroz donde la falla de uno perjudicaba a todos– se autorregulan las sociedades confucianas. Y el bullying resulta funcional, acaso también milenario y potenciado en el panóptico digital: antes era cara a cara y ahora las 24 horas.

La presión escolar sobre los alumnos es tremenda desde el kindergarden. En una sociedad educada en reprimirse los gestos de insatisfacción y alegría, muchos canalizan sus frustraciones con el otro (y los padres hacia los profesores).

La movilización no cede

Los docentes llevan siete semanas movilizándose con el mismo orden marcial. Pero no están técnicamente en huelga: lo tienen prohibido. Lo que han hecho es tomarse todos juntos y en coordinación, permisos por enfermedad y vacaciones. Todo lo organizaron profesores de manera independiente, por fuera del sindicato: declarar huelga es delito encarcelable y sucede cada año. En otro contexto, el presidente Yoon Suk-yeol llegó a declarar: “las personas que hacen huelga son tan peligrosas como las ojivas nucleares norcoreanas”. 

El ministro de Educación amenazó diciendo que la medida era ilegal, pero luego comenzó a ceder. El bullying ya tiene décadas en Corea del Sur como problema grave. El gobierno reglamentó que desde este mes, los profesores podrán quitarle el teléfono a un alumno que lo use en clase y estableció límites algo tibios contra los padres. Lo mismo sucedió en febrero al anunciarse que los registros disciplinarios de los alumnos que hicieran bullying, aparecerían en el historial educativo de cada uno para perjudicarlos en el disputado ingreso a la universidad. Pero algunos padres –reunidos en grupos de chat– comenzaron a presionar a los docentes para que borren esos registros: les hicieron bullying para borrar las huellas de otro bullying.

El miedo a la extinción

Ante el dolor por el suicidio de Min-so surgieron otros casos que estimularon la ira contenida de las movilizaciones: dos profesores más se suicidaron en las últimas semanas por causas similares. Desde 2018 un centenar de docentes se han suicidado, la mayoría con depresiones por estrés laboral. El año pasado, 12.000 de ellos renunciaron. Y unos 10.000 jóvenes en edad escolar y universitaria se suicidan por año, en general resultado de la presión social que los condena a una vida de riguroso estudio, previa a otra de sumo trabajo.

Corea del Sur tiene la tasa de suicidios más alta de los países desarrollados y la más baja del mundo en natalidad, por lo oneroso de educar a un hijo. La gran preocupación nacional –que genera políticas concretas– es el temor a la extinción. Según las matemáticas, el último coreano moriría en el 2750. Falta bastante, pero el asunto es tema de agudo debate en el parlamento y medios de comunicación.



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