En “El portal”, el director Andrés Perugini indaga sobre la vida y la “obra” de Rufino Tibaldi, un curandero al que se le atribuyen milagros en el noroeste de la provincia de Buenos Aires, venerado por muchos, cuestionado por otros y temido por casi todos.
El segundo documental de Perugini, luego de “La Intimidad” (2018), recoge testimonios de los que conocieron a Tibaldi, no solo en su faceta como sanador, sino como benefactor de la región.
“Muchos vecinos aseguran que tenía poderes de sanación y podía anticipar hechos del futuro”, cuenta el director en comunicación con Télam, que explica que el proyecto surge con “la idea de portal, ese umbral entre los que creen y no creen, sobre cómo los relatos funcionan como bálsamo social que separa la realidad de la fantasía”.
“El portal”, que se estrena hoy en el Cine Gaumont del barrio porteño de Congreso, además de la provincia de Tucumán y las localidades bonaerenses de Lobos y Tandil, es un relato sobre la fe, el miedo, la superstición y el mito que se construyó a partir de un personaje único que, aún décadas después de su muerte, se sigue discutiendo su legado.
– ¿Qué fue lo que te interesó de Rufino Tibaldi para que siguieras la huella de sus “milagros”?
– La película nace de sensaciones y experiencias que se fueron dando a lo largo de mi vida en el pueblo, que tienen que ver con la construcción que en mi cabeza fui generando en relación a la muerte, el trascender y lo sobrenatural.
Tengo recuerdos claros de cuando era un niño y mi abuela me contaba historias de Rufino Tibaldi, un personaje y mito del pueblo de Iriarte y de toda la zona del noroeste de la provincia de Buenos Aires.
Muchos vecinos aseguran que tenía poderes de sanación y podía anticipar hechos del futuro y realizó encuentros y conferencias entre las décadas de los 50 hasta los 70 en diversos pueblos como Germania, General Pinto, San Gregorio y Diego de Alvear, entre otros; por eso cuando TIbaldi muere, deja una huella muy importante en los vecinos que fue alimentada por el boca a boca.
Cuando comencé a indagar, muchos vecinos mayores tenían un recuerdo muy nítido sobre él, otros de lo contrario, preferían no hablar por temor y las nuevas generaciones directamente no sabían quién era. Ahí es donde sentí un interés para comenzar a pensar la película y es donde surge la idea de portal, ese umbral entre los que creen y no creen, y cómo los relatos funcionan como bálsamo social que separa la realidad de la fantasía.
– Según los relatos de los vecinos, además de curandero, Rufino Tibaldi era una especie de benefactor, pero la película no indaga sobre lo real de su obra. ¿Por qué?
– Tibaldi fue una persona que ayudó mucho a la gente de estos pueblos, ya sea espiritualmente como económicamente, sin pedir nada a cambio, en una época en la que el Estado no estaba presente en estos lugares, pero lo que más me interesó del recuerdo que tenían los vecinos está relacionado con algo mágico, con el mito que está inmerso en el lugar, en ese umbral entre el campo y el pueblo.
Antes de cada viaje para filmar tenía una mirada objetiva sobre el asunto, era bastante escéptico, pero cuando llegaba al pueblo, me encontraba con los vecinos a conversar y brotaba una energía especial en el ambiente.
Y después, cuando veíamos el material grabado junto al editor, nos dimos cuenta de que Tibaldi era una parte del relato y la otra parte era el espacio, algo entre mágico y tenebroso de esos lugares de otro tiempo.
– Los “fenómenos” que se dan en esos pueblos no parecen ser posibles en las grandes urbes.
– En los pueblos pequeños hay tiempo para cosas que en las grandes ciudades no, porque estamos inmersos en otras estructuras, otros tiempos y otros ruidos.
Lo que pasa en los pueblos creo que está relacionado con algo ancestral y ligado a la naturaleza. Uno camina dos cuadras y ve el horizonte, el atardecer, la salida de la luna, todo eso es mágico. Creo que los pueblos permiten estos fenómenos; las ciudades permiten otros.
– ¿Con la película terminada llegaste a alguna conclusión sobre la superstición y la fe que se combinan en ese lugar?
– En este recorrido descubrí que gran parte de la juventud que vive en estos lugares está libre de todas estas creencias. Por un lado me parece positivo, ya que muchas veces estos relatos a mí y a muchos vecinos nos condicionaron mediante el miedo.
Pero hoy los jóvenes están inmersos en otro tipo de estructuras, en otro tipo de construcciones, y siento que el boca a boca se fue transformando, hoy los mitos del presente son las redes sociales.